Ilustración de dos siluetas enfrentadas con una batería en el centro y rayos saliendo de sus bocas sobre un fondo con un mapa y una bandera.
OPINIÓN

Gazpacho de otoño, de la rebelión de las masas a la ley de hierro de la oligarquía

Últimamente, se ha puesto muy de moda eso de llamar a la reflexión, como si fuera posible detenerse un momento a ello

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Últimamente, se ha puesto muy de moda eso de llamar a la reflexión, como si fuera posible detenerse un momento a ello en un mundo digital que se mueve desde la visceralidad más absoluta

Hace tiempo que los debates serenos y sosegados adolecen de muy mala salud. En los espacios televisivos, que reconozco no ver muy a menudo, se sustituyen el rigor y las ideas por los decibelios, las interrupciones y las enmiendas a la totalidad de lo que dice el que se sitúa en frente. Los análisis en libertad han sido desplazados por el panegirismo más militante que busca defender lo indefendible con tal de hacer parecer al contrario aún peor, más deplorable e indeseable. 

Plano general del plató de RTVE con todos los 8 candidatos en sus respectivos atriles en el debate de televisión española

Hemos avanzado hasta un nivel de vileza que fomenta la alegría cuando se destapa un bochornoso caso de corrupción, una mala noticia económica, un tren que vuelca o un barco que se hunde dejando escapar “hilillos” de fuel, siempre y cuando les pase a los otros y no a los míos. 

La llegada de internet y un aparato que cabe en un bolsillo y que se conforma como un auténtico estudio de televisión con una estupenda cámara, micrófono, programas de edición y la posibilidad de subirlo al universo digital en segundos; han convertido a la prensa tradicional en un mal negocio. Las acciones del grupo PRISA estaban el 22 de septiembre del año 2000 a 442,19 euros, alcanzando un récord histórico.

El 21 de octubre de 2024, las mismas acciones se pagan a 34 céntimos de euro. Eso significa una devaluación del 99,92%, o lo que es lo mismo, las acciones hoy día se venden al 0,08% del valor que tenían en el año 2000. Ninguna empresa puede soportar un golpe como ese y continuar siendo competitiva.

En un momento en que un señor o señora se puede poner detrás de un micrófono y ejercer el periodismo de forma libre, consiguiendo unos modestos ingresos por publicidad, pero que pueden ser suficientes por el escaso coste en la inversión, los grandes medios que aún mantienen varios centenares de empleados han dejado de ser viables económicamente hablando.

Entonces, ¿de qué viven? Pues es obvio, de los incentivos económicos externos. Esto, evidentemente, resta libertad e independencia a los contenidos y construyen unos medios completamente previsibles.

Manos de una persona escribiendo en un teclado de computadora portátil.

Es evidente que se ha desarrollado una atomización de la popularidad. Hace pocas décadas, alguien a quien se consideraba “conocido” era fácilmente identificable por la mayoría de la población. Hoy día eso ocurre cada vez con menos frecuencia.

La televisión, el gran medio de masas en el pasado, pierde audiencia a pasos agigantados y las generaciones más jóvenes apenas consumen contenido creado en las cadenas públicas o privadas. Por el contrario, eligen para informarse o interesarse por algo, los canales de contenido en las diferentes plataformas de vídeo, donde encuentran productos mucho menos generalistas y que se concentran en algún aspecto determinado que les despierta mucho más interés que lo que pueden ofrecerles en televisión.

Esta puede ser una de las razones por las que algunos medios de comunicación, incapaces de sufragarse por sí mismos y necesitados de apoyo financiero externo, contribuyan a la deriva de polarización a la que hemos asistido las dos últimas décadas y que nos ha llevado a esa nefasta costumbre de odiarnos los unos a los otros.

La polarización, que es de verdad de lo que quería escribir, lo inunda todo. España ha dejado de tener algo común, por lo que haya unanimidad.

Los eventos deportivos, motivo para la defensa de los colores nacionales cuando las selecciones compiten entre ellas, se han convertido en otro campo de batalla ideológico. Qué si el fútbol femenino es de izquierdas, que si el masculino de derechas, que si Carvajal, que si Morata, que si Lamine Yamal, que si los tenistas…

Imagen de la Selección Femenina de España celebrando la victoria

Honestamente, es todo agotador. Hay que posicionarse ante todo en uno u otro sentido y la equidistancia, que es a lo que invita el terremoto de la mediocridad en el que estamos situados, cada vez es abrazada por menos individuos. 

Dar tu opinión se ha convertido en un deporte de riesgo y si además esta se expone en las redes sociales con nombre, apellidos y foto reciente, las posibilidades de ser linchado por la mitad de los que te leen están garantizadas. 

Posicionarse es fundamental y ser escéptico en algo es un billete a la pusilanimidad. Ser proisraelí o propalestino es una obligación, aunque no conozcas el tema ni por asomo, no distingas Gaza de Cisjordania, confundas Al-Fatah con Hamás y no te acuerdes donde está la frontera entre Irán e Israel. Da igual, declararte un ignorante no es una posibilidad porque tienes derecho a pensar lo que te dé la gana y si algún desaprensivo viene a explicarte algo y no cuadra con lo que ya pensabas entes de ello, hay que insultarle, desacreditarle y humillarle, porque, ¿Cómo se atreve a dar una visión distinta a la tuya?

Definía Ortega y Gasset, en su libro de 1930 La Rebelión de las masas, al individuo-masa como un ser mediocre, falto de cultura y que sentía un profundo desprecio por las élites intelectuales o tradicionales. Ortega lo veía como una amenaza para la civilización, porque este nuevo tipo de personas no mostraba interés por las responsabilidades culturales o políticas, sino únicamente en sus derechos: “El hombre-masa se siente vulgar y proclama el derecho a la vulgaridad”.

Vivimos en un momento en el que, en lugar de aprender de todos, sean o no de nuestra cuerda ideológica, de escuchar al que piensa diferente para entender sus razones y motivaciones o de tender puentes para identificar a quien de verdad hace nuestras vidas más difíciles; nos dedicamos a cerrar los ojos ante las barbaridades cometidas por los nuestros y a alzar la voz amplificada por el altavoz de la indignación cuando se trata de los contrarios. 

La gente apaga un incendio en el lugar de los ataques aéreos israelíes mientras continúan los combates entre las tropas israelíes y los militantes islamistas de Hamas.

Tras años de inmersión diaria en la época final de la Restauración y en la Segunda República, me animo a decir que cada vez me costaba más identificarme con un bando determinado. Muchos de los políticos republicanos de izquierdas que pertenecían a Ios partidos de Manuel Azaña y Diego Martínez Barrio y que conformaron los gobierno desde febrero de 1936 al 19 de julio de ese mismo año, tenían más en común con sus homólogos de derechas que con algunos líderes socialistas, casi todos los comunistas y todos los anarquistas. 

En el caso de los socialistas, algunos de sus líderes, que llevaban más de 20 años en la Ejecutiva del Partido, habían adquirido ese barniz burgués que denunciaba Robert Michels en su estudio sociológico sobre los partidos políticos en 1911: los líderes de los partidos proletarios adoptaban una mentalidad y un estilo de vida similar al de la clase burguesa, con una pérdida progresiva del vínculo con las demandas radicales del socialismo. Michels explicó este fenómeno como parte de un proceso inevitable en cualquier organización, donde una élite dirigente tiende a consolidarse en el poder, derivando en una oligarquía, a pesar de los ideales democráticos iniciales.

Sin un proyecto con el que todos puedan sentirse identificados, sin un tejido económico y productivo definido, con los jóvenes más preparados marchándose a trabajar a países que tienen sueldos más competitivos, entregados al turismo como la gallina de los huevos de oro y asistentes a una cena en la que ni la carne ni el pescado que se ofrecen son de buena calidad, el panorama se presenta tan oscuro como los días de otoño neerlandeses.

Ya no recuerdo de qué quería escribir y al final me ha salido una especie de gazpacho de octubre con muchos ingredientes y poca sustancia, pero es que no todos los días hay una historia digna de ser contada.

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