Mujer sonriendo frente a un fondo con personas sosteniendo una pancarta en un diseño gráfico con tonos rosados.
OPINIÓN

La batalla de Ripoll: la ultraizquierda y sus ridículos

Este domingo tuvo lugar en Ripoll el enésimo episodio de la más divertida lucha de la política actual

Imagen del Blog de Octavio Cortés

Este domingo tuvo lugar en Ripoll el enésimo episodio de la más divertida lucha de la política actual: la Izquierda Vs. la Realidad. Ha llegado un punto en que simplemente enumerar los hechos es considerado fascista.

Decir que un señor con barba y un aparato testicular digno de King Kong es un hombre y no una mujer, es fascista. Decir que existe un nexo entre inmigración ilegal y delincuencia (dado que los catedráticos de Física Cuántica no suelen llegar en pateras, armados con machetes), es fascista.

Un grupo de personas participa en una manifestación en la calle, sosteniendo una pancarta con un mensaje en catalán y un dibujo de un gallo rojo.

Decir que Hamás es un grupo terrorista y que el “feminismo islámico” consiste en latigazos y lapidaciones, es fascista. Y así todo.

En este caso, la ultraizquierda se planteó una de sus habituales batallas imaginarias, liderada por Ruben Wagensberg, personaje de ribetes heroicos, a la cabeza de unas tristes docenas de partisanos de barra de café. Fueron a Ripoll, gritaron sus consignas caninas y, para demostrar su talante democrático, vandalizaron la sede del partido que allí ganó las elecciones. 

Yo recomendaría a Wagensberg y a su famélica legión que se dejaran de rodeos y atacaran directamente a los ciudadanos de Ripoll, que son los únicos responsables del “auge de la ultraderecha”. Porque a Aliança Catalana, que se sepa, no le votaron los pajaritos del campo ni los cangrejos de río, sino la buena gente de Ripoll que no quiere ver su villa convertida en un muladar islamista.

Mujer de cabello oscuro y corto hablando frente a un micrófono, vestida con una chaqueta azul y una camiseta gris, con un fondo blanco y una pantalla a la derecha.

Quizás podrían organizar una “policía de la moral”, como en Teherán, que obligara a las mujeres a ir cubiertas con un burka y a no hablar por la calle. En caso de que se encontrara a alguien que tiene un piso en alquiler, se le podría ahorcar allí mismo y llenar sus propiedades con okupas subhumanos, ciegos de bilis y rencor. 

El caso es que se juntaron no más de 300 personas, la mayoría venidas de fuera de Ripoll. Hay que decir que el gobierno municipal perdió una oportunidad para rociarlos con jabón y desodorante y verlos convulsionar como la niña de “El exorcista”. O para insertarles ceremonialmente, en nombre de la diversidad sexual, sus banderas palestinas por vía rectal.

En cualquier caso, esperamos que Wagensberg, cuya frágil salud nos tuvo preocupados a todos durante su heroico exilio suizo, se encuentre bien y pueda seguir cobrando su sueldo de seis cifras con la normalidad habitual. Que una cosa es el antifascismo y otra pasar miserias innecesarias. 

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