El futuro en juego
El acercamiento de las derechas podría suponer un mayor endurecimiento de las políticas migratorias
Hace apenas quince días, Vox celebraba un mitin en el Palacio de Vistalegre, de Madrid, reuniendo a unas 10.000 personas. El objetivo de aquel acto era caldear el ambiente de cara a la campaña electoral de las elecciones al Parlamento europeo del próximo 9 de junio.
Allí estaba lo mejor de cada casa de la extrema derecha y de la ultraderecha europea, estadounidense y latinoamericana. El anfitrión, Santiago Abascal, consciente de la división y contradicciones que entre sí tenían sus ilustres invitados, quiso poner el énfasis en subrayar que todos ellos (la extrema derecha francesa, laica y afín a Putin; los ultracatólicos polacos, enfrentados a Rusia, los neofascistas “lights” italianos, encabezados por Georgia Meloni, los anarcocapitalistas argentinos o los trumpistas estadounidenses) “comparten la misma amenaza” y tienen que “colaborar hombro con hombro, frente a un enemigo común: el socialismo”, proclamó sin rubor el líder de Vox.
Curiosamente, el “artista invitado” a aquel aquelarre ultra resultó ser un individuo que no se presenta a la cita con las urnas este próximo 9-J: el presidente argentino Javier Milei. Ese personaje fue recibido y aclamado como una auténtica estrella de rock por los asistentes. El descerebrado Milei cargó contra el “maldito y cancerígeno socialismo”, al que acusó de asesinar “a 150 millones de seres humanos”, identificándolo con el estalinismo. O sea, además de garrulo, ignorante.
Disculpen ustedes el lenguaje tabernario, pero cómo calificar a un individuo que dice, entre otras sandeces, a quién le quiera oír que “La idea de justicia social es de resentidos, envidiosos, y además es injusta porque implica violencias y para hacer política redistributiva le tienen que robar a uno para darlo a otro“, y algunos le jalean.
Tengamos en cuenta que los ultras, aunque tienen considerables diferencias entre ellos, tanto ideológicas como de funcionamiento, se aglutinan entrono a una serie de principios fundamentales que podríamos sintetizar en: La patria, por encima de todo, rechazo al aborto, a la eutanasia, al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la familia monoparental; para ellos las familias han de estar encabezadas exclusivamente por parejas de hombres y mujeres. Su discurso incluye la retórica feminacionalista, la crítica al globalismo y el negacionismo ecológico.
A lo largo de dos décadas, los dos grandes grupos parlamentarios, populares y socialistas, implementados por los liberales, han hecho avanzar Europa. Ahora, los sondeos de opinión nos alertan de que esa etapa puede estar llegando a su fin y es muy probable que un partido como Los Verdes queden como una fuerza casi marginal y la derecha extrema tenga la llave de la gobernabilidad.
Resulta muy preocupante ver como la ultraderecha está creciendo de forma muy significativa en algunos países, y es más que probable que pueda dar el sorpaso, como por ejemplo en Francia. Da miedo pensar que gente de la catadura moral y política de Marine Le Pen o Viktor Orbán puedan tener el destino de Europa en sus manos.
Si los sondeos se confirman, la ultraderecha se situará como la tercera fuerza de la Eurocámara desplazando a los liberales. Entonces, veremos qué rol quiere jugar el Partido Popular Europeo, si mantiene el cordón sanitario a los ultras o decide pactar con la extrema derecha, como ya ha insinuado Ursula von der Leyen
El acercamiento de las derechas podría suponer un mayor endurecimiento de las políticas migratorias, ralentizar la transición ecológica o poner el freno de mano en cuestiones como, por ejemplo, la ampliación hacia el este, un proyecto en el que la adhesión de Ucrania es el gran objetivo. A todo esto, que no es poco, hay que añadir el cerco tecnológico a que nos someten China y Rusia, con espionaje, hackeo, desinformación, y otros sistemas de acoso de última generación.
Estamos viviendo una situación tremendamente delicada. Tanto es así que la unidad europea está en riesgo. Todavía no nos hemos recuperado de la lacra que supuso la pandemia, llevamos más de dos años con una guerra en el patio trasero de casa, a la que no se le ve el final y que amenaza con extenderse.
Además del genocidio que se está cometiendo en la otra orilla del Mediterráneo, y que, en cualquier momento, puede convertirse en confrontación regional con unos costes humanos y materiales incalculables.
Es evidente que estos comicios no llegan en un buen momento para los proeuropeos. El próximo 9-J, nos jugamos buena parte de nuestro futuro. No obstante, la ciudadanía no percibe la importancia de estas elecciones. Es normal.
Sin embargo, bastaría con echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de la importancia de las políticas comunitarias en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, cuestiones como la compra masiva de vacunas contra la Covid 19, coordinada desde Bruselas, los fondos Nex Generation EU que están sirviendo para reindustrializar nuestro país en verde y digital con empleos de calidad o iniciar el despliegue de las energías renovables no hubiesen sido posibles sin una UE cohesionada y con una elevada sensibilidad social.
En resumen, si los partidos progresistas son mayoritarios, asuntos tan vitales como aumentar los recursos regionales, los agrícolas o emitir deuda, se podrán llevar a cabo. Si, por el contrario, son los euroescépticos los que marcan el ritmo, la UE verá mermada su capacidad económica y la renacionalización de competencias estará a la orden del día.
O dicho de otro modo, podríamos volver a la praxis política de 2008, cuando los halcones impusieron el austericismo como receta mágica para resolver todos los problemas. Y de eso, tenemos amargas experiencias.
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