Futbol y filigranas intelectuales
Son tiempos de Eurocopa, pero en las redes parece más Eurovisión: el fútbol es más política que nunca
Soy una gran aficionada al futbol y, desde la superioridad moral del intelectualismo, durante mi vida me he hartado de escuchar que son veintidós jugadores que corren detrás de una pelota. Gente anonadada al conocer que perdía dos horas de mi tiempo de ocio viendo partidos de futbol —y eso que no saben que algún sábado he hecho una maratón de cuatro partidos seguidos—, los típicos seguidores del cine iraní, que no pueden ver como los multimillonarios sudan, escupen y celebran los goles con pasión.
No solo soy aficionada a verlo, sino que también me gusta jugar al futbol; una simple aficionada, no os engañaré. De hecho, en el colegio recibí el típico “marimacho” más de dos veces, pero tengo que decir que mayoritariamente eran las niñas y no los niños los que me insultaban. Ahora, he entendido que los niños no me insultaban porque les filtraba buenos pases, los dejaba solos para encarar portería como Messi a Dembelé en la ida de las fatídicas semis contra el Liverpool en 2019.
Como siempre, no puedo dejar la docencia de lado, a pesar de que estoy de vacaciones, con incertidumbre, porque no sé dónde trabajaré el próximo curso, y ni siquiera sé realmente si trabajaré. Educación de calidad, ¡claro que sí! La misma calidad, por cierto, que se está perdiendo en los patios escolares.
Poco se habla de la moda de prohibir jugar al futbol en el colegio: sobre todo me entristece pensando en que ahora sí que sería un buen momento para naturalizar que las niñas también jugaran, con referentes como Alexia Putellas o Aitana Bonmatí. La situación todavía me hace sufrir más cuando veo que los chicos intentan driblar la prohibición jugando al futbol con peluches o tetrabriks: ¡un día volarán tobillos!
Son tiempos de Eurocopa, pero en las redes parece más Eurovisión: el fútbol es más política que nunca, como las dictaduras de los años treinta, que usaban el modelo de deportista para reivindicar una masculinidad patriótica y, al mismo tiempo, elevar las victorias deportivas a hitos bélicos. Ahora esto ya no está de moda, como muchas cosas, el fútbol también ha cambiado de bando político. Desde que Dembelé pidió que no se votara a la extrema derecha en las elecciones legislativas francesas y, posteriormente, lo hiciera Mbappé, en España, la izquierda ha observado con admiración las declaraciones de los dos extremos (me refiero a los futbolistas; como ya sabéis, en política solo hay un extremo).
Esta Eurocopa nos ha hecho gozar de momentos insólitos: intelectuales como Maruja Torres, que celebraron la derrota de la “Alemania sionista” contra España, pide que la selección española deje ganar a Francia en las semifinales en compensación por haber parado, con diez millones de votos, a la extrema derecha de Le Pen.
En Twitter, se lee mucho que los integrantes de la selección española no son capaces de pronunciarse políticamente, los menosprecian porque no han hecho declaraciones como los franceses. Uno de los más criticados ha sido el jugador del Athletic Club Unai Simón, de quien se recalca que es hijo de guardia civil (¡ey!, que la izquierda nunca señala), porque en una rueda de prensa previa a un partido de futbol, cuando le preguntaron por política, prefirió no responder a aspectos ajenos al futbol.
Por otra parte, un sospechoso habitual de fascismo es Dani Carvajal, por su no denuncia a Rubiales por el caso del beso sin consentimiento. Yo también repudié el comportamiento de Rubiales. A pesar de esto, pienso que no podemos forzar a nadie a denunciar: es como si forzáramos a los políticos de izquierdas a denunciar las violaciones de Hamás… ¡Intolerable!
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