Fugitivos de la tiza
Lo más perverso de este tipo de educadores es que alcanzan grandes cotas de reconocimiento social.
Existe un corolario de asesores, teóricos y expertos pedagógicos que sin dar muchas, o ninguna clase, lucen su título de magisterio, pedagogía, sociología, sicología u otras ramas ante quienes les preguntan sobre educación.
Otros que no poseen licenciatura ni grado alguno, también se llaman a sí mismos expertos en educación y andan regalando sus consejos. Añadamos a todos los anteriores un buen grueso de docentes que, sin gustarles el aula y sus alumnos, lograron abandonarla en tiempo récord, para impartir cursos de cómo dar clases a quienes se quedaron. Todos estos fugitivos de la tiza ofrecen orientaciones a políticos, docentes y padres, aunque ya no trabajen con adolescentes hace tiempo.
En fin, olvidaron, o jamás supieron, que la práctica de la enseñanza siempre devino el mejor máster en educación para poder aconsejar a los demás. Por desgracia, y en asuntos de práctica, muchos teóricos, con o sin título, logran influir en la política educativa nacional.
De asesores educativos buenos de haberlos los hay, pero estos saben muy bien lo que es dar clase a treinta escolares por aula durante más de 18 horas por semana. El resto, los malos, discurren por centros y cursos como carroñeros de defectos en donde aferrarse para succionar el sueldo que se les paga.
En el argot empresarial se les cataloga, con el más humilde perdón hacia los insectos dípteros, de moscas cojoneras, aunque en el argot escolar se les bautiza como pedagogós o pedabobos sean o no pedagogos, psicólogos, sociólogos, fugitivos de la tiza, teóricos sin titulación, economistas, abogados o escritores.
Cuando en un centro existen en demasía estos supuestos expertos, mal va dirección. Muy probablemente el equipo directivo no sepa cómo resolver los asuntos que debería saber y ha contratado a alguien externo para ello. Sería como si trabajara de arquitecto y contratara a un albañil para diseñar un rascacielos, o como si el ministerio de sanidad estuviera en manos de curanderos. Desgraciadamente, eso mismo le ha sucedido a nuestro sistema educativo. Atienda a los siguientes ejemplos.
— Acordamos que los alumnos no podrían ir al baño a beber agua durante las clases – sentenció una asesora pedagógica en un centro de Cerdanyola del Vallès —. Y hay que dar ejemplo de ello, los profesores tampoco podéis.
— Perdón – intervino con resquemor un docente —, uno siempre va tomando sorbos de agua en el aula para la garganta.
— Pues si los alumnos no pueden, tú no debes dar mal ejemplo.
— Sí, pero el curso de foniatría que nos aconsejaste el año pasado nos informó que, para evitar afonías, pólipos y otras patologías en la voz, debíamos beber agua para humectar la garganta durante las clases – y se hizo el silencio y una larga pausa.
— Ya lo preguntaré – con rabia en su mirada - y os daré una respuesta en la próxima reunión.
Y no hubo respuesta alguna. Parece claro que a esta asesora pedagógica le pesaba más la invención que la práctica.
— Para imponer una mayor disciplina en el centro – sentenciaba otra asesora pedagógica —, de ahora en adelante los tutores se encargarán de revisar cada semana todas las faltas que sus alumnos hayan perpetrado en las diversas asignaturas. Consecuentemente, deberán sancionar aquellos alumnos que se les ha llamado la atención por charlar en clase, no traer los deberes o haber sido expulsados del aula.
— Perdón – intervino un tutor de grupo —, ¿pero no sería mejor que cada docente sancionara al momento, y no esperar que a final de semana lo hiciera el tutor?
— No – contestó la experta —, el tutor debe centralizar todo lo que ocurre en su grupo.
— Sí, pero los que no son tutores no tomarán cartas en el asunto. Luego vendrá el de tecnología y me dirá que mis alumnos no le respetan. Por mucho que castigue a mis escolares, solo lograré que me sigan respetando a mí, y no al de manualidades electrónicas.
— Ya lo preguntaré – confundida - y os daré una respuesta en la próxima reunión.
Y tampoco la hubo.
En otra ocasión mantuve una conversación con el presidente de Escola Nova 21, el señor Eduard Vallory, en su despacho de la Fundación Bofill. Corría el año 2017 y Vallory no parada de declarar en prensa que se debían erradicar las clases magistrales de secundaria. A pesar de insistirle que aquello no sucedía en las aulas, él continúa con su idea hoy en día con una paradoja, los cursos que imparte para los docentes son todos clases magistrales.
Vistos estos sucesos, parece claro que algunos pedabobos y pedabobas, por justificar el sueldo que se les paga, se dedican a entorpecer la labor de los docentes con asuntos teóricos y ajenos a la realidad educativa. Lo más perverso de este tipo de educadores es que resultan hábiles relaciones públicas y alcanzan grandes cotas de reconocimiento social.
Muchos, al abandonar el aula y dejar de soportar las consecuencias de sus propias teorías, consiguen dedicarse a diseñar leyes y cursillos para quienes todavía permanecen en clase, es decir, tienen mucho tiempo para llegar a los oídos de políticos y dirigentes.
Los consejeros de esta estirpe les pesaban más las teorías que las prácticas, y está cantado que los pedabobos y las pedabobas se dedican más a convencer a altos cargos de su importancia que realmente a mejorar el sistema de enseñanza en su globalidad. Para ello utilizan varias argucias.
La primera inventarse todo un nuevo argot para simular una ciencia contrastada (ACI, PI, NEE…). La segunda describir situaciones educativas que jamás han existido (falta de criterio, clases magistrales, falta de creatividad…). La tercera vincular la educación tradicional con un atraso, pero la innovadora con el avance.
La cuarta apropiarse de didácticas que siempre han funcionado (ser crítico, razonar las respuestas, relacionar los conceptos…). Y la quinta rescatar como novedades ideas de pedagogos del siglo pasado y anteriores (escuela por proyectos, escuela inclusiva, constructivismo, evaluación por competencias o la Educación Nueva).
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