El fin de la falsa pedagogía
Toda innovación funciona bien entre los alumnos que ya aprueban, pero no saca de su pozo a los que suspenden una y otra vez
El idealismo alemán, la pedagogía progresista, la pedagogía de Clarapède, el constructivismo de Piaget, la pedagogía Summerhill, la pedagogía de Tonucci, la pedagogía crítica, las inteligencias múltiples, la escuela por proyectos y la evaluación por competencias llevan más de cien años predicando la imaginación, la felicidad y la creatividad como hipótesis central de un aprendizaje espontáneo entre los críos. Quizás alguna de las anteriores hipótesis educativas haya funcionado localmente en alguna escuela, pero lo hizo cuando el sistema educativo global estaba por la labor, es decir cuando administración, terapeutas, familia y centro educativo ostentaban un gran nivel de compromiso y conocimientos eficaces.
Dicho en otras palabras, toda innovación funciona bien entre los alumnos que ya aprueban, pero no saca de su pozo a los que suspenden una y otra vez. Por lo tanto, el gran problema de las pedagogías teóricas es que, por lo observado, no logran tener éxito universal.
Cuando estas hipótesis educativas han sido aplicadas bajo leyes nacionales no han reducido el desastre escolar, sino que lo han aumentado. Lo anterior debe retarnos a preguntar algo muy simple, ¿por qué fracasan tanto estas teorías? Pues estas son las respuestas.
Primero, las pedagogías teóricas buscan cambiar la educación bajo un solo precepto básico simplificador que haga del aprendizaje algo fácil y feliz para cualquier niño, pero la enseñanza no responde a un único factor general y primordial sino a un entramado de causas y efectos de alta complejidad que todavía no están resueltos por la ciencia. Desgraciadamente, y pese a la complejidad extrema del sistema educativo, muchos personajes ajenos al aula se sienten capaces de opinar al respecto con toda impunidad, mucha temeridad y escaso conocimiento.
Desde políticos ingenuos hasta espabilados sin perspectiva, pasando por muchos pedagogos que no imparten clases y otros supuestos expertos, todos se atreven a opinar sobre enseñanza, sintiéndose plenamente autorizados en ello. Tal atrevimiento resulta totalmente falaz, equívoco y perverso, sobre todo cuando muchos de ellos no se atreven a opinar sobre la reparación de su ordenador, de su coche, o sobre el diagnóstico de cáncer dado por su oncólogo. No obstante, y hoy en día, se opina, critica y exige tanto al sistema de enseñanza que parece un partido Barça – Real Madrid, todo el mundo sabe de fútbol, pero nadie juega en el campo.
Segundo, todas las pedagogías antes mencionadas se definen como innovadoras acusando a las didácticas actuales de nostálgicas de la EGB, pero muchas de estas pedagogías añoran el sistema educativo de la republicana del 36, o, y en parte, de la Ley General de Educación de 1970. Dada tanta nostalgia hay que apartarla y promover las estrategias educativas probadas, y dejar de confundir innovador con mejor, y pasado con peor.
Aun así, las pedagogías teóricas siguen llamándose a sí mismas innovadoras, aunque hundan sus raíces en el idealismo alemán del siglo XVIII, en su posterior pedagogía progresista del XIX, en su heredero constructivismo de inicios del XX y en las escuelas de la extinta República española. Es decir, como mínimo tienen más de dos siglos y, por tanto, poco de innovador. Además, no se trata de innovar el sistema educativo, se trata de mejorarlo.
Queme usted su hogar y lo habrá innovado, pero en el caso de que crea que lo ha mejorado, no provoque un incendio en casa de los demás.
Tercero, todas las pedagogías anteriores se preocupan más de la felicidad del infante que de las necesidades de la sociedad en su conjunto. La felicidad resulta un concepto abstracto y relativo que cambia radicalmente si lees al socrático Platón, al constructivista Piaget o al nacionalsocialismo de Mi Lucha. Por tanto, y si no hay acuerdo universal en el concepto de felicidad, resulta vana toda pedagogía que se fundamente en un término tan subjetivo, inconcreto e intangible.
Cuarto, y lo más obvio, mientras no sepamos como capta, compila y transcribe nuestro encéfalo la información, poco podremos teorizar de cuál es la mejor pedagogía para el aprendizaje. Sin saber hoy en día como nuestra mente memoriza y ordena los conocimientos, resulta ciega cualquier hipótesis que asegure saber como hacerlo de manera fácil y feliz.
Nuestra mente adquiere y cataloga las enseñanzas de muchísimas maneras desconocidas, por lo que no puede existir una pedagogía central y única del aprendizaje cómodo y alegre. De hecho, lo poco que científicamente sabemos de nuestro encéfalo no encaja con ninguna de las pedagogías teóricas anteriores.
Quinto error, la idealista pedagogía teórica, y sin conocer cómo funciona la compilación y encriptación de datos en nuestro encéfalo, ha elaborado muchas conjeturas para luego diseñar estratagemas en el aula, es decir, ha construido la casa desde el tejado. Pero en cualquier rama del conocimiento primero son los datos experimentales, luego la proposición de una hipótesis, y finalmente la elaboración de una teoría general.
Y sexto, la descabellada pedagogía teórica no resulta ciencia alguna, ya que carece de paradigma único consensuado. Las ciencias como la Biología, la Geología, la Física o la Química tienen su teoría global que permite explicar como funciona la realidad y hacer ciertos pronósticos.
La pedagogía, en cambio, con sus muchas hipótesis durante la historia, no ostenta paradigma central alguno ni nos explica como funciona la mente humana, y ni mucho menos puede prever qué aprenderá un chaval. Solo hay que ver todas las ideas pedagógicas que fracasaron al aplicarlas universalmente. Desde la pedagogía progresista y la pedagogía de Clarapède pasando por el constructivismo de Piaget y la pedagogía Summerhill, hasta llegar a la pedagogía de Tonucci y al camelo de las inteligencias múltiples, se ha cruzado todo un muestrario sin paradigma central alguno.
Ya hemos detallado que la falsa pedagogía teórica no es una ciencia contrastable, sino muchas imaginaciones sin fundamentos reales, algo menos que un autoengaño bajo una creencia demagógica. En fin, que la pedagogía teórica, sin saber como trabaja nuestra mente, propone hipótesis a ciegas sin hechos neurobiológicos que la respalden. Es así de simple y nada más.
El científico honesto sabe lo que el presente le brinda, pero desconoce lo que el futuro le deparará. El pedagogo teórico ignora lo que la neurobiología le brinda, pero afirma lo que el futuro nos deparará. Por desgracia el futuro es incierto y creerse, sin hechos contrastables, con la verdad educativa resulta pura prepotencia y dogmatismo.
Nuestros alumnos no son ratas de laboratorio, son nuestra más preciada inversión. De seguir así a nivel estatal, abonaremos la pura creatividad de los ilusos repitiendo una y otra vez los errores de los últimos cien años.
Si padres y estudiantes no desean ser estafados por un sistema educativo sin calidad, primero deben dudar de todo, segundo buscar informaciones veraces, tercero cuantas más mejor, cuarto describir objetivamente lo contrastado, quinto sacar conclusiones, y sexto y último, aplicar la lógica y lo eficaz para hallar el mejor sistema de enseñanza.
En caso contrario, este expirará bajo la mediocridad de los estúpidos, los intereses de los pícaros y la manipulación de los perversos. Y mucho hay de ello en nuestros políticos y en sus asesores en educación. Todo ello con la fatua ilusión de hallar una técnica mental universal para el aprendizaje fácil y feliz.
Nuestro fracaso escolar sigue siendo un fracaso político. Ahora que PISA ya no nos pise.
Más noticias: