El fin del imperio woke
Para nuestra desgracia, los efectos positivos de la victoria de Trump los tendremos que disfrutar de manera indirecta en
Ayer cayó un imperio, cosa que no sucede todos los días. Cayó un régimen, cayó un falso contrato social que nos habían hecho firmar a la fuerza. Cayó la idea de que quien no comulga con la Izquierda Idiota es un fascista.
Poco se habla del hecho de que a Trump le ha votado esta vez la izquierda. Tiene en su equipo a alguien como Elon Musk, el personaje menos conservador de la historia reciente, a RFK con todos sus linajes regios, a un ejército de negros, de hispanos y de mujeres universitarias, a Joe Rogan con sus decenas de millones de suscriptores, a las feministas hartas de los pervertidos en minifalda, a los judíos de Brooklyn que criaron a Woody Allen y a la señora de Springfield, Ohio que no quiere que hordas de haitianos se coman a sus perros y a sus gatos.
A juzgar por las portadas de la mañana siguiente, la Izquierda Idiota solo logra producir un análisis: crece el fascismo. Como que se dedican a llamar fascista a todo el que no se incline ante ellos y ante sus Queers for Palestine, claro, miran alrededor y solo ven fascistas, fascistas en todas partes, fascistas hasta en la sopa. La patada en el atareado trasero del wokismo se ha oído hasta en los confines del sistema solar.
Trump no es un nazi, ni es racista, ni siquiera es en realidad un reaccionario. Su propuesta es sencilla: acabar con la guerra, proteger las fronteras, sacar a los hombres de los vestuarios femeninos, recortar el Estado orwelliano. El problema no es Trump, sino el delirio de los que ven extremismo en estas tesis, que no son más que puro sentido común.
Recordemos, para situarnos, que el PP de Feijóo apoyó de manera entusiasta a Kamala Harris, una mujer incapaz de formar dos frases seguidas con sentido.
Para nuestra desgracia, los efectos positivos de la victoria de Trump los tendremos que disfrutar de manera indirecta en lo político; eso sí, podemos ir abriendo todas las botellas de cava que guardábamos para el Día de la Liberación, porque la batalla cultural (la auténtica guerra más allá del parlamentarismo) se ganó el domingo para siempre. Cautivo y desarmado, el ejército woke huye en desbandada. Nadie les va a echar de menos.
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