El fenómeno de la ultraderecha: los rechazos
Las ultraderechas no pretenden la reforma del presente, algo a lo que aspira un amplio espectro político que abarca de la derecha democratacristiana a la izquierda reformista
Si hubiera que señalar una característica genérica y común de las ultraderechas europeas sería la del rechazo global del presente. No lo comprenden, no lo aceptan, lo combaten, su cosmovisión es la contrarreforma; después, cada ultraderecha nacional tiene sus rechazos preferidos, aunque todas coinciden en considerar la inmigración como un rechazo prioritario. Ni una sola ultraderecha es indulgente o moderada en esta cuestión, hasta el punto de que constituye una de las señas de identidad ideológica del ultraderechismo.
Los otros rechazos —el relleno de la contrarreforma— no son ni pocos ni triviales, componen un cuadro reaccionario frente a los cambios culturales y sociales del presente como nunca se había dado en nuestro tiempo contemporáneo, ni siquiera en los fascismos históricos que, a su manera, aceptaban la modernidad e incluso aportaron prácticas novedosas, por ejemplo, en el deporte, la higiene o la salud.
Las ultraderechas no pretenden la reforma del presente, algo a lo que aspira un amplio espectro político que abarca de la derecha democratacristiana a la izquierda reformista. No, el programa de la ultraderecha es simplemente volver atrás, a un tiempo social anterior al presente; sus propuestas llevan siempre el sesgo de la negatividad.
Para Vox, la ultraderecha grande española que comparte los postulados ideológicos del ultraderechismo europeo, este tiempo no puede ser otro que el preconstitucional, puesto que bajo el amparo de la Constitución de 1978 se ha configurado el presente que rechazan.
Y retrocediendo de la Constitución se llega al tardofranquismo, un tiempo seguro: una España prieta sin Autonomías, de masculinismo firme, la mujer en su sitio, la familia biparental, la homosexualidad en el armario, el ojo de la ley vigilante, las calles para pasear, los curas con sotana, las iglesias llenas, los sindicatos verticales, el ejército en casa por si se le necesita, un tiempo del que Vox siente una gran nostalgia, se nota mucho en Abascal.
Otro de los rechazos identitarios es el del feminismo. Las ultraderechas impiden u obstaculizan la igualdad social de la mujer con acritud donde el feminismo es combativo, como en España. Vox niega la violencia de género con más contundencia que la ultraderecha de Georgia Meloni, a la que dice admirar.
La lista de rechazos “corrientes” es larga y ampliable. Vox rechaza todas las leyes de la libertad del cuerpo, el aborto, el matrimonio homosexual, el “transgénero”, el colectivo LGTBI en bloque —igual como en Rusia—, el divorcio exprés, la eutanasia, así como la discriminación positiva —aunque la ultraderecha es ferviente partidaria de la discriminación nacional—, el plurilingüismo —el grupo nacional dominante impone su lengua—, el factor humano en el cambio climático —cambio que como mucho sería un ciclo más por los que pasa periódicamente el planeta—, la integración europea —propugnan la recuperación de la soberanía nacional, todo lo más que aceptarían sería una “Europa de las naciones”, el catastrófico pasado europeo—.
Esta es solo una relación de rechazos indicativa, pero que por sí sola explica el auge de la ultraderecha: son rechazos que están culturalmente, de manera inconfesada o inconsciente, en el espíritu de mucha gente que, si más no, piensa que habría que introducir límites o condiciones en el ejercicio de los derechos y libertades —el “ajustar” del PP—.
Los cambios culturales acelerados, impulsados por los sectores más dinámicos de la sociedad, si se imponen sin una preparación pedagógica —antes del BOE, pero también después del BOE durante la aplicación de la ley—, cuestan de seguir y de digerir por otros sectores sociales. Lo hemos vivido con la ley del “solo si es sí”, entre otras.
La ultraderecha interpreta la resistencia a los cambios de una parte de la sociedad en el sentido de la necesidad de la radical extirpación del cambio, prescindiendo de los que quieren el cambio, lo que supone volver a tiempos en que el cambio rechazado no existía.
Por esto mismo, la ultraderecha es un movimiento reaccionario que pretende frenar el cambio social, aunque simplemente lo entorpece o ralentiza, porque el cambio cultural, causa y efecto del cambio social, es imparable, si no lo fuera, todavía viviríamos en las cavernas.
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