El fenómeno de la ultraderecha: error y fracaso del 'cordón sanitario'
El «cordón sanitario» a un partido político es una contradicción en sociedades abiertas, liberales y constitucionales
Los partidos políticos de cualquier signo, mientras no hayan sido declarados ilegales en aplicación de la Ley Orgánica de Partidos Políticos, «expresan el pluralismo político, concurren a la formación y a la manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política», artículo 6 de la Constitución Española.
Otra cosa es que la orientación ideológica y el programa de un partido no gusten, que resulten, incluso, repelentes. Esto lo tienen que juzgar los ciudadanos, que optarán por simpatizar o no con el partido y los electores por votarlo o no.
Que otros partidos declaren el boicot a un partido concreto, que le pongan un «cordón sanitario», es una extralimitación de su función, una falta de respecto de la pluralidad ideológica y política, reconocida en la Constitución (artículos 6 y 16), además de una pretendida superioridad moral, inaceptable.
El «cordón sanitario» a un partido político es una contradicción en sociedades abiertas, plurales, liberales y constitucionalizadas, recorta libertades.
Los partidos procesistas son proclives a la táctica de una condena moral y de una contención extrapolítica del adversario. Los independentistas dictaron una vergonzosa fatwa política contra el PSC, y ahora se vuelven contra Vox y Aliança Catalana, dos partidos de extrema derecha que no han sido ilegalizados, que tienen los mismos derechos que los quieren condenar al ostracismo. Mientras sus actividades no se traduzcan en actos penalmente punibles, forman parte del espectro político de la sociedad catalana que es de una composición muy diversa y que se encuentra en un estadio de evolución complejo, y distorsionada por el independentismo.
La experiencia del «cordón sanitario» a la ultraderecha muestra tanto la inutilidad como el error estratégico de esta práctica. Por un lado, no impide que los electores los voten, y, una vez elegidos, los diputados de la ultraderecha entran plenamente en la ecuación parlamentaria y son candidatos legítimos a los cargos públicos.
Por otro lado, el «cordón sanitario» crea una falsa seguridad, es una especie de «línea Maginot» mental, detrás la cual no hay que hacer nada, simplemente esperar, quietos, mudos y tranquilos, que «No pasarán». Esta mentalidad «Maginot» es una derrota ideológica.
Abundan las voces, intelectuales y políticas, diciendo que «No se tiene que responder a la ultraderecha». Gravísimo error. Quien calla otorga, cuando menos cede la razón. Es lo que perciben muchos electores: «Si nadie los contradice, deben de tener razón, los votaré».
En las elecciones autonómicas catalanas de 2021, diez candidaturas no llegaron a los 5.000 votos cada una de un censo de 5.632.962 electores, Vox obtuvo 218.121; no se sacó ninguna lección, se continuó ignorándolo y Vox prosiguió esparciendo con total impunidad dialéctica la ideología ultraderechista. Una cosa es no querer acuerdos con Vox —el PP pasa del «cordón», gobierna en Autonomías y Ayuntamientos con Vox— y la otra no refutar sus nefastas ideas, no rechazar explícitamente sus propuestas, no denunciar la falta de calidad democrática de estas.
¿Desde cuándo contradecir un mentiroso o desmontar una falacia es favorecer al autor?
La tesis que debatir con la extrema derecha equivale a facilitar la divulgación de sus ideas, con riesgo de contagiarse, es equivocada, es hacerles el juego, es desconfiar de la bondad y la potencia de los argumentos de la democracia, es, paradójicamente, acercarlos al poder.
Y, además, el «cordón sanitario» ya les va bien. La pretendida función original de aislamiento se ha invertido, ahora los protege, les ahorra tener que demostrar nada. No rebatir las ideas de Vox y de Aliança Catalana les permite ocultar lo que son de negativas, injustas e impracticables.
Probablemente, habrá representantes de dos partidos de extrema derecha en el Parlament, serán de signo político opuesto, pero compartirán mucha ideología, sobre todo en relación con la inmigración, y distorsionarán el debate parlamentario y la formación de mayorías.
Además de lamentarlo, seamos conscientes que nos lo hemos merecido. Apliquémonos a buscar remedio para las siguientes elecciones, cambiando de estrategia frente a la extrema derecha, cambio que comporta abandonar la pasividad dialéctica, mojarse, incluso, ensuciarse en el combate ideológico contra políticos sin escrúpulos.
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