Extrema derecha
Las lecturas que se han hecho de la cumbre internacional en Vistalegre no pueden ser más peligrosas y desafortunadas
El pasado fin de semana, VOX reunió en Madrid a algunas de las principales fuerzas de la derecha europea y americana. En un acto titulado Europa Viva 24, el partido español hizo una gran demostración de fuerza donde no solo mostró su capacidad de movilización y voluntad de liderazgo, sino, también, su habilidad a la hora de buscar contactos internacionales y vender su relato en el exterior. En el acto se pudo ver al presidente de Argentina, Javier Milei, el ministro israelí del Likud, Amichai Chikli, el ex primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, la candidata a la presidencia de la República Francesa, Marine Le Pen, el diputado y presidente de la CHEGA portuguesa, André Ventura, el líder del Partido Republiano Chileno, José Antonio Kast, la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, o el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.
Cataluña anclada al pasado
Paralelamente, en Cataluña, las lecturas que se han hecho de la cumbre internacional en el Palacio de Vistalegre no pueden ser más peligrosas y desafortunadas. Mientras Vox reunía a los actuales o futuros mandatarios occidentales, el expresidente Carles Puigdemont menospreciaba la cumbre tildándola de encuentro de extrema derecha, a la vez que definía una manifestación antiisraelí en Barcelona de “punto de encuentro de defensores de los derechos humanos”. Al mismo tiempo, la bullanga catalana de la CUP y derivados aprovechó la ocasión para enterrarse aún más en el foso de los perdedores, a la vez que aprovechaba para atacar a todos los directivos de empresas y bancos que se reunieron con Milei.
El caso es que no ha habido ningún representante del nacionalismo catalán en el encuentro. Por un lado, para que VOX nunca hubiera invitado a un separatista catalán. Por otra parte, porque hace décadas que la Catalanidad ha huido de cualquier ocasión de relacionarse con el poder, con los estados y con todo lo que representa a la nueva derecha que gana las elecciones.
Si bien es fácil entender que no hubiera ningún partido nacionalista catalán en el encuentro organizado por VOX, no es tan fácil de comprender cómo se han evitado siempre las posibles alianzas con partidos que gobiernan estados de primer nivel. El problema lo arrastramos desde hace décadas. De cuando el marxismo transformó con sus ideales de derrota a gran parte del movimiento nacionalista catalán de posguerra. Allí perdimos el tren de la modernidad, allí olvidamos ser una nación industrial para empezar el camino de las luchas compartidas. De buscar la victoria de Cataluña, la riqueza y la excelencia cultural, pasamos a idealizar la resistencia de quienes perdieron la batalla hace años y todavía no saben que han muerto.
Y la culpa la tienen también quienes, haciéndose pasar por la derecha a nuestro país, se han sumado al discurso de los comunes, de los socialistas o de los cupaires y han analizado el mundo con las gafas del profesor Manuel Delgado. La derrota también es mérito de quienes equiparan a Hamás con Netanyahu, de quienes han hecho de la ambigüedad y los tópicos de teresina su manera de representar a una derecha que solo existe en su cabeza. Su superioridad moral les ha autoconvencido de que lo que ellos llaman “extrema-derecha” es una minoría idónea para validarse a sí mismos en tanto que buenas personas.
La dimensión catalana
Existe una legión de tertulianos, tuiteros y periodistas catalanes que todavía no han asimilado que los discursos de Farage consiguieron el Brexit, que Trump ganó la Casa Blanca, que Le Pen puede conseguir el Palacio Elíseo, que Meloni habita el Palacio Chigi, que Orbán lleva 14 años gobernando Hungría, que Wilders liderará los Países Bajos y que, en estas elecciones europeas, todo este mundo demonizado por los medios públicos y concertados catalanes logrará un resultado tan grande que, incluso el Partido Popular Europeo, se abrirá a pactar. Demasiado tiempo sin analizar el presente ha impedido a nuestros comentaristas entender por qué Les Republicans han sido batidos por el Reassemble National, porque el GOP de Romney y McCain ha caído ante el movimiento MAGA, porque el PVV ha superado de largo al VVD de Rutte, porque la derecha en Italia está en manos de Fratelli y no de los movimientos vinculados o cercanos al PPE.
Algunos tuits de la catalanor aprovechaban para atacar las simpatías de Aliança Catalana con el PVV de Geert Wilders o el Likud de Binyamín Netanyahu. El caso es que, incluso esa gente que criticaba a Alianza por su posicionamiento en defensa de un Occidente secular, debería preocuparse de que VOX capitalice los encuentros con Donald Trump, con los partidos que lideran Italia y Hungría, con la nueva líder de la derecha francesa, Marine Le Pen, con el PiS polaco o con el partido que gobierna Israel. Por mucho de izquierdas que alguien sea, si esta persona quiere Cataluña, debe saber que necesitamos tener alguna voz en la nueva derecha que lidera el mundo libre. De lo contrario, quedaremos cada vez más atrasados y desconectados del panorama internacional —creyéndonos que las parodias del Polonia son la única realidad existente.
Los trenes perdidos
Cataluña necesita superar a los embaucadores que hablan en su nombre y nos han cerrado todas las puertas y opciones de futuro. La falsa declaración de independencia de 2017 fue una traición mayúscula que trinchó la que, posiblemente, era una de las últimas oportunidades del nacionalismo para imponer, con una mayoría de votos y escaños, la secesión del Principado. Y, desgraciadamente, la derrota no solo fue interna. Internacionalmente quedamos bien salpicados. Junts y Esquerra gestionaron con tanta torpeza las relaciones internacionales que parece imposible que no lo hicieran con el objetivo de demostrar su nulo interés por la liberación nacional del país y ahorrarse dolores de cabeza.
El relato que ha impuesto la progresía catalana, y que han comprado todos los partidos del proceso, es el que impidió que se tejieran relaciones con el mundo que representaba Steve Bannon y el populismo americano, lo que impidió que nos acercásemos a Nigel Farage cuando este defendía la causa de Cataluña en el Parlamento Europeo o que exploráramos relaciones con Hungría cuando Zoltán Kovács, portavoz del primer ministro Viktor Orbán, pidió respetar la voluntad del pueblo catalán al 1 de octubre. Es también el relato que cortocircuitó toda relación con políticos como Luca Zaia, de la Liga Veneta, cuando presidiendo la región del Véneto quería estrechar las relaciones con los catalanes. Es el relato que hacía que Sergi Marcén, el delegado de la Generalitat en Londres durante el 2017, promocionara actos del Sinn Féin en la web de la delegación catalana en Reino Unido.
Los partidos catalanes buscaban el apoyo de grupos que no querían saber nada de Cataluña porque la veían como una entidad populista, alineada con lo que ellos consideraban los malos chicos de la política europea. Mientras nuestros líderes regionales rechazaban sistemáticamente todas las ofertas de apoyo de la nueva derecha nacionalista, los catalanes permanecíamos cada vez más aislados y alejados de toda posibilidad de pintar nada en el nuevo tablero de juego.
Si en 2017 hubiéramos tenido políticos independentistas y no el grupo de sátrapas y vividores de la autonomía que sufrimos, habríamos aceptado el contacto con el bando triunfador de Occidente. Hoy, mientras España abandera con Palestina la internacional de la derrota, encontraríamos un momento idóneo para mostrar nuestro apoyo a Israel, la modernidad y la democracia.
Sin embargo, por eso nace Aliança Catalana. Para situar a Cataluña en el mundo. Para ganar y liderar. Para abrir las puertas que cerramos. Para recordar que el pueblo catalán estará de nuevo a la vanguardia de los pueblos europeos.
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