Un hombre con gafas y ropa oscura aparece en primer plano mientras al fondo se ven dos retratos en blanco y negro de figuras históricas con un fondo rojo.
OPINIÓN

Españoles en la URSS y la literatura del arrepentimiento

La falta de intervención y de compromiso por parte de Francia y Gran Bretaña dejó a la República en manos de la URSS

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

En mayo de 1937, el Gobierno de la República, fuertemente influido por asesores soviéticos, decretó la creación de un Ejército Popular unificado, disciplinado y con una estructura militar similar a la de su enemigo. Desde ese momento, las milicias se disolvieron, y el Partido Comunista de España (PCE) asumió un papel central, muy superior al que le correspondía por su representación parlamentaria antes del inicio de la Guerra, cuando contaba con solo 17 diputados de los 473 elegidos en las elecciones de febrero de 1936.

La falta de intervención y de compromiso por parte de Francia y Gran Bretaña dejó a la República en manos de la Unión Soviética, el único Estado dispuesto a proporcionarle material militar. A cambio de envíos de armamento y municiones, costeados con las reservas de oro del Banco de España, los soviéticos enviaron un considerable número de asesores que promovieron a líderes de milicias al mando de divisiones, cuerpos de ejército e incluso ejércitos completos. Estos hombres, aunque sin apenas formación militar, habían demostrado valentía y liderazgo, alcanzando rangos superiores a los de los militares profesionales que permanecieron fieles al Gobierno del Frente Popular.

Monumento ecuestre decorado con banderas y emblemas soviéticos, incluyendo un retrato de Stalin y la inscripción

Además del envío de material militar, los soviéticos, a través de la Komintern o Tercera Internacional, facilitaron la llegada de voluntarios comunistas que formaron las Brigadas Internacionales. Estas fueron determinantes en varios momentos clave del conflicto, pagando un alto precio en vidas humanas.

La fascinación por todo lo relacionado con la Unión Soviética se reflejaba claramente en la prensa republicana. El periódico Ahora, antes símbolo de moderación, al igual que ABC de Madrid, se transformó en un medio de propaganda que exaltaba las supuestas bondades del sistema soviético, presentándolo como una arcadia feliz. 

Esta visión idealizada, ante la escasez de información objetiva, caló profundamente en los comunistas españoles, quienes consiguieron una cuota de poder mucho mayor de la esperada. Un claro ejemplo de esta influencia soviética se observó en octubre de 1937, cuando Madrid, símbolo de la resistencia republicana, se vistió de gala para conmemorar el vigésimo aniversario de la Revolución Soviética.

Una imagen de una calle concurrida con un gran mural de una figura histórica en el centro, rodeado de edificios y transeúntes.

Monumentos, calles, la glorieta de Bilbao e incluso la Puerta de Alcalá fueron decorados con imágenes de Stalin, de Máksim Litvínov (comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores) y del mariscal Kliment Voroshílov, un fiel estalinista que años después sería derrotado en la Guerra de Invierno contra Finlandia de 1939.

Durante algunos días, la Gran Vía pasó a llamarse Avenida de la Unión Soviética, y Madrid se tiñó de rojo, con grandes retratos de líderes españoles junto a los revolucionarios de octubre y a los protagonistas de la Guerra Civil rusa. La derrota del bando republicano en la Guerra Civil condujo al exilio a los líderes comunistas, civiles y militares, que encontraron refugio en la Unión Soviética.

Un mural en una fachada muestra dos rostros grandes con banderas rojas y púrpuras colgando, mientras un grupo de personas observa imágenes y carteles en la parte inferior.

Su experiencia en tierras de Stalin fue dispar. Pronto comenzaron luchas internas para liderar el partido en el exilio, debido a la grave enfermedad de José Díaz, secretario general, quien padecía un cáncer de estómago. En estas luchas por el poder participaron líderes militares como Líster o Juan Modesto, y figuras políticas como Dolores Ibárruri y el joven Santiago Carrillo, quien había pasado del PSOE al PCE durante la guerra.

El campesino

Uno de los líderes que ya había caído en desgracia antes del final de la contienda fue Valentín González, conocido como El Campesino. Apenas sabía leer y escribir, pero fue elevado a la categoría de héroe gracias a la propaganda. Tras retirarse en la batalla de Teruel, lo cual le granjeó la enemistad de Modesto y Líster, El Campesino pasó a un segundo plano.

Aunque logró llegar a la URSS junto a otros exiliados, su falta de formación impidió que fuera “reutilizado” militarmente, como sí ocurrió con otros antiguos líderes de milicias. Atrapado en un gulag, escapó en 1949, cruzando la frontera con Irán. Una vez en Francia, comenzó a denunciar públicamente el estalinismo y la realidad soviética.

Un hombre con uniforme militar antiguo y gorra marrón con una estrella.

Dos de sus obras, Vida y muerte en la URSS (1939-1947) y Comunista en España y antiestalinista en la URSS, fueron escritos por Julián Gómez García, conocido como Gorkin, quien también había abandonado el estalinismo tras profundas desavenencias.

Yo fui un ministro de Stalin

Otro rostro visible del PCE durante la Guerra Civil fue Jesús Hernández Tomás, uno de los 17 diputados comunistas elegidos en Córdoba y editor de Mundo Obrero. Con el inicio de la guerra, los Gobiernos republicanos se transformaron en coaliciones de socialistas, comunistas y, más tarde, anarquistas.

El 4 de septiembre de 1936, un socialista asumió por primera vez la presidencia del Consejo de ministros, junto a él, por primera vez, dos ministros comunistas: Vicente Uribe en Agricultura y Jesús Hernández en Instrucción Pública.

Un hombre con uniforme militar sentado en un escritorio revisando documentos.

Después de los enfrentamientos de mayo de 1937 en Barcelona entre comunistas y anarquistas, el Gobierno de Largo Caballero cayó, y fue reemplazado por Juan Negrín, quien mantuvo a Hernández en su cargo hasta abril de 1938.

Tras el final de la guerra, Hernández fue nombrado representante español en la Komintern, contando con el apoyo de la facción militar del partido (Líster y Modesto) en su enfrentamiento contra Dolores Ibárruri. En 1953, Hernández publicó Yo fui un ministro de Stalin, en el que denuncia las torturas infligidas al catalán Andreu Nin, las presiones soviéticas y la corrupción dentro del PCE: “Nos veíamos convertidos en meros instrumentos de una política que nos era extraña”.

Tagüeña

Miguel Tagüeña, uno de los líderes de milicias más jóvenes, asumió el mando de una brigada a los 23 años, una división a los 24 y un cuerpo de ejército a los 25. Matemático con una prometedora carrera académica, Tagüeña se unió a las milicias al inicio de la guerra.

Posteriormente, recibió formación en la URSS y participó en la Segunda Guerra Mundial como jefe de Estado Mayor de una división soviética. Con el tiempo, se volvió crítico del estalinismo, lo cual llamó la atención del régimen franquista, que le ofreció regresar a España.

Un hombre joven con gafas y uniforme militar, sonriendo mientras lleva una gorra con una estrella roja.

Sin embargo, Tagüeña rechazó la oferta, ya que consideraba que los vencedores conservaban una mentalidad de guerra civil. Tras su fallecimiento, a los 58 años, su esposa publicó Testimonio de dos guerras, donde Tagüeña relata su desencanto al ver sus ideales revolucionarios manipulados.

La literatura del arrepentimiento en España

La censura del régimen de Franco, normalmente severa con publicaciones republicanas, permitió la circulación de libros como los de El Campesino o Jesús Hernández, que fortalecían su propaganda anticomunista en un momento en que España buscaba acercarse a Estados Unidos y posicionarse como defensora frente al comunismo.

Estas publicaciones constituían una herramienta perfecta para convencer a la población de que la utopía comunista no era más que un infierno, corroborando la postura oficial del régimen. 

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