El España — Irlanda del 31
España no era tan exitosa como selección nacional de fútbol de lo que es ahora, aunque ya levantaba pasiones
España, históricamente, no fue tan exitosa como selección nacional de fútbol de lo que es ahora, aunque era capaz de llenar estadios y levantar pasiones, incluso en Barcelona.
El 26 de abril de 1931, tras la crisis provocada por Francesc Macià el mismo día 14, proclamando la República Catalana e invitando a las demás repúblicas a una federación ibérica, se decidió que el presidente del Gobierno provisional, Niceto Alcalá Zamora, visitara la Ciudad Condal. De ese modo, se refrendaba el acuerdo adquirido entre Macià y los tres ministros que habían conseguido persuadirle para que depusiera su actitud ofreciéndole, a propuesta del catedrático socialista malagueño, Fernando de los Ríos, crear un Gobierno autónomo que adoptara el nombre de una institución medieval. De ese modo, se daba un baño de historia, tradición y legitimidad a lo que, en realidad, fue una solución de compromiso.
El nuevo presidente de la Generalitat recibía al nuevo presidente del Gobierno provisional de la República y juntos fueron aclamados por una impresionante multitud que agasajó a cada metro a las tres autoridades más significativas ese día que viajaban juntos en el mismo vehículo descapotado y que se ponían en pie para saludar a los que tanto fervor les mostraban. Los dos presidentes y el capitán general de la Cuarta Región Militar, Eduardo López de Ochoa, trataban de sostenerse en el vehículo mientras eran protegidos por decenas de policías que intentaban hacer camino entre la impresionante multitud.
En la Plaza San Jaume no cabía un alfiler y Cataluña mostraba su apoyo incondicional a la recién nacida República, demostrando aquel domingo el firme compromiso de la sociedad catalana con la nueva realidad política. Eran días de ilusiones, de esperanza y de celebración en los que apenas se oían voces discordantes. Los monárquicos parecían desaparecidos de la faz de la tierra y la gran mayoría de ellos se limitó a aceptar el nuevo sistema.
Fueron muchos los actos y actividades a los que ambos presidentes acudieron. Alcalá Zamora, Macià, el nuevo gobernador civil de Barcelona, Lluís Companys, y el general López de Ochoa, pasaron revista a un piquete de honores de la guarnición barcelonesa. Se sucedieron las fotografías, los discursos y los parabienes.
El plato fuerte de esa tarde era un partido de fútbol. La selección española se enfrentaba, en encuentro amistoso, a la de Irlanda. En el palco, Alcalá Zamora pronunció otro exaltado discurso y para presenciar el partido se acompañó de Macià, Companys, Nicolau D’Olwer y un nutrido grupo de oficiales uniformados.
El Ejército, en su mayor parte, había recibido con buen grado a la República y fueron muchos los oficiales que, incluso, habían contribuido a traerla. Entre ellos, el mismo López de Ochoa, cuya actitud al hacerse con la capitanía general de Barcelona fue clave para que no se presentara resistencia al órdago de Macià el 14 de abril.
El palco se adornó con dos grandes banderas, la nueva republicana, que fue oficial al día siguiente, y la cuatribarrada.
El 11 español estaba compuesto, en su mayoría, por catalanes y vascos, con nombres que aún han sobrevivido al imaginario español. El capitán era una de las primeras estrellas futbolísticas de nuestro país, el conocido portero Ricardo Zamora.
El resto eran Errasti, Quincoces, Samitier, Gorostiza, Arocha, Castillo, Goiburu, Martí, Piera y Solé. El partido fue emocionante, pero el resultado no pasó del empate a uno.
Cuando finalizó el encuentro, los presidentes bajaron al terreno de juego y se fotografiaron con ambas selecciones.
Aquel equipo, como toda su generación, sufrió las consecuencias de la polarización política, el odio y la división entre españoles. El barcelonés Ricardo Zamora fue detenido en Madrid en 1936 e, incluso, se le dio por muerto.
Melchor Rodríguez, el anarquista encargado de prisiones que consiguió parar las sacas en el fatídico mes de noviembre de ese año, detuvo el transporte que llevaba al famoso portero a Paracuellos del Jarama y, con ello, consiguió salvar su vida y la del resto de “sacados”. Zamora sobrevivió y toda su carrera estuvo ligada al fútbol, entrenando a varios equipos de Primera División.
Quincoces, al que apodaban el “Autogiro” por su habilidad en los cruces, era un consolidado defensa. El jugador de Barakaldo, llegó a ser actor y fue entrenador del Zaragoza, el Real Madrid, el Valencia o el Atlético de Madrid. Incluso, fue seleccionador de España.
Gorostiza, un histórico del Athletic de Bilbao que había nacido en Santurce, jugó en la selección de Euskadi durante la Guerra Civil. Este equipo compitió en Francia para recaudar dinero para la causa republicana.
Sin embargo, al caer Bilbao, Gorostiza volvió a la capital vizcaína y se enroló como voluntario carlista. Tras la guerra continuó en el Bilbao y, posteriormente, militó en el Valencia. Prolongó su vida deportiva hasta más allá de los cuarenta años.
Martí, el extremo derecho barcelonés, se exilió en México al comenzar la guerra y nunca más regresó a España, desarrollando su carrera en aquel país.
Samitier, también de Barcelona, entrenaba al Atlético de Madrid al inicio de la Guerra Civil. Huyó a Francia al comenzar la contienda y regresó a Barcelona en 1944, entrenando al F.C. Barcelona.
Casi todos los demás sobrevivieron a la guerra y desarrollaron sus carreras como entrenadores, secretarios técnicos y otros puestos relacionados con el mundo futbolístico. El que peor suerte tuvo fue el tinerfeño Arocha Guillén, que murió en el leridano frente de Balaguer en septiembre de 1938, cuando las tropas de su unidad marchaban sobre Cataluña contra un Ejército republicano en permanente retirada.
El desastre civil lo manchó todo, impregnó la vida de los españoles de un insoportable olor a pólvora, sangre y dolor y el fútbol no fue ajeno a ello. Los futbolistas, como el resto de sus connacionales, sufrieron las consecuencias del odio y la barbarie arrojados por una mitad contra la otra, sin cuentos de hadas ni mitificaciones absurdas. La guerra es siempre el resultado del fracaso de la política.
Por eso, es importante celebrar las victorias sin mirar en que mano lleva el reloj cada uno. Porque, si cualquiera de nosotros es capaz a lo largo de una vida, de cambiar de ideas y de mentalidad, ¿Quiénes somos para juzgar a los demás por lo que piensen?
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