Militares en la guerra de Israel
OPINIÓN

La encrucijada israelí

Los antecedentes son muchos y habría que remontarse demasiadas décadas atrás

Es imposible no sobrecogerse con las imágenes llegadas estos días desde Israel. Jóvenes y familias masacradas ante un inesperado ataque en pleno territorio hebreo. La población europea, esa que se enternece viendo vídeos de adorables gatitos, de repente escupe desde las entrañas en una u otra dirección, movidos por lo impactante e incomprensible de la crueldad milenaria, esa que nunca ha dejado de existir, pero que no llegaba a nuestros incrédulos ojos. Las nuevas tecnologías con capaces de traernos al sofá de casa imágenes de como seres de nuestra propia especie cometen horribles atrocidades imposibles de comprender.

La propia polarización en la que están inmersas las sociedades occidentales impide cualquier análisis certero, más aún en un conflicto harto complejo, con raíces muy profundas y con multitud de variables que dificultan aún más su entendimiento. 

En estudios de seguridad es muy recurrente el dicho: “El que te diga que entiende lo que pasa en Oriente Próximo es que no se lo han explicado bien”. 

La profunda complejidad no ha evitado que unos se enrosquen la kufiya al cuello y hasta hayan celebrado la supuesta victoria de los yihadistas como si estos fueran el alma de Palestina. Mientras otros abrazan el lema de civilización o barbarie, aplaudiendo cuando un Kfir suelta su carga mortal sobre un edificio de varias plantas que sucumbe ante la violencia de la detonación. De lo que no cabe duda es que lo que se produjo este fin de semana fue un ataque terrorista con todos los atributos que definen el concepto. 

La primera vez que estuve en Israel, en el norte, a escasos kilómetros del muro que separa las irrigadas tierras hebreas del agreste paisaje del sur del Líbano. Me sorprendió ver como en los parques infantiles públicos, esos a los que solemos llevar a los niños a columpiarse, había carros de combate antiguos pintados de colores para que los críos jugaran dentro, adoptando una cultura de defensa que es imposible de asimilar para quienes no perciben peligro alguno dentro de sus fronteras.

Casa derrumbada en Israel

Los hombres hacen un servicio militar de tres años y las mujeres de dos, toda la población es movilizable, las empresas privadas se vuelcan ofreciendo sus capacidades cuando es menester emplearlas. Es normal ver a jóvenes vestidos con el uniforme esperando el autobús con el fusil colgado del hombro. Israel es un Estado basado en la defensa, que es la única que garantiza su propia supervivencia, porque una derrota militar significaría su definitiva desaparición. No es extraño que varios de sus históricos mandatarios hubieran sido aupados al poder tras forjarse una leyenda previa vestidos de verde.

El importante lobby judío en los Estados Unidos ha propiciado que ninguna de las administraciones norteamericanas, demócratas o republicanas, fueran perezosas a la hora de posicionarse claramente del lado israelí. No solo económicamente, también ha sido firme el apoyo en las Naciones Unidas cuando ha sido necesario.

El sábado, miles de artefactos explosivos volantes iluminaron el cielo de Tel Aviv y otras ciudades, en un ataque que tiene escasos precedentes. Tras ello, una incursión en el territorio generó una situación de caos y masacre de civiles que conmocionó al mundo entero.

El gran dilema de la franja de Gaza

Los antecedentes son muchos y habría que remontarse demasiadas décadas atrás. Los palestinos que en los años cuarenta abandonaron sus casas y guardaron las llaves de sus hogares mientras esperaban en un campo de refugiados libanés, murieron sin poder volver. 

El problema político palestino no es tan distinto al de los Estados musulmanes. Tras una corriente nacionalista que impulsó las independencias de las potencias coloniales, el islamismo como doctrina político-religiosa fue abriéndose paso desde Egipto. Los Hermanos Musulmanes, esos de los que se reía el propio Nasser cuando pretendían poner el hiyab a las mujeres, fueron haciéndose más y más fuertes. Supieron cubrir las deficiencias de cobertura social que los Estados no eran capaces de asumir y con eso fueron ganando apoyo hasta convertirse en la fuerza política con más respaldo en la mayoría de las naciones musulmanas. El laicismo nacionalista fue quedando arrinconado y, salvo escasas excepciones, ha cedido el terreno al islamismo. 

Los territorios palestinos no son una excepción. Las elecciones de 2006 que venció Hamás sobre Fatah no pudieron hacer efectiva la victoria de estos últimos. Mahmoud Abbas, el líder de la Autoridad Nacional Palestina, negó la posibilidad de gobernar a los islamistas sobre todos los territorios palestinos, aunque Hamás, se hizo con la Franja de Gaza y desde entonces la división es firme.

Desde 2007, Israel ha evitado cualquier operación de gran escala sobre el terreno en la Franja, a pesar de las discrepancias políticas que esto trajo. No olvidemos la dimisión de Avigdor Lieberman, ministro de defensa en 2018, como protesta por las negociaciones de tregua con Hamás.

Explosión es Israel

Los actores internacionales son también la clave de lo que sucede. La rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, que pugnan por erigirse como potencias regionales, no ayuda en absoluto. Yemen es un ejemplo de donde se juegan las piezas del ajedrez de Levante.

Cualquier operación en Gaza, con despliegue terrestre, es terriblemente compleja de llevar a cabo. La altísima densidad de población impide el aislamiento de los milicianos de Hamás y cada calle, edificio o movimiento por ellos se convierte en una ratonera que, además, con la proximidad del combate que demanda un área urbanizada, haría disminuir la gran ventaja tecnológica de los hebreos. 

La respuesta, hasta ahora, ha sido contundente y seguro que una de las cartas sobre la mesa será la de ocupar toda o parte de la Franja, con los enormes riesgos que eso implica y que se han mencionado en el párrafo anterior. A pesar de tanta complejidad, la opción no solo no es descartable, sino muy probable. A corto plazo permitiría detener a los líderes de Hamás, desarticular sus redes y destruir los recurrentes túneles que tratan de burlar vallas técnicas y muros de hormigón.

En 2014, la operación “Protective Edge” demostró que la penetración en parte de la Franja no solo es peligrosa para los soldados israelíes, además, llevará implícita un enorme coste en vidas de civiles palestinos. Cerca de dos millares murieron en solo 45 días de operación.

Las soluciones de tipo político se antojan, por otra parte, poco exitosas. Israel carece de un interlocutor fiable que pueda hacer disminuir la influencia de Hamás en la zona. Los islamistas tienen un gran apoyo en la Franja, como se demostró en las elecciones de 2006, sus políticas de ayudas sociales, como las de los Hermanos Musulmanes en otros países, han dado sus frutos. La radicalización religiosa que derivó del fracaso de las Primaveras Árabes ha contribuido también a un mayor apoyo a los islamistas en detrimento de los nacionalistas laicos. 

Volver a la disuasión

La disuasión es la mejor defensa posible, ya que se consigue, mostrando los dientes, evitar el enfrentamiento. Por el momento ese parece el mayor desafío para Israel: dar la impresión de que un ataque a su territorio no merece la pena porque el precio a pagar será demasiado alto. 

Una respuesta liviana puede mandar el mensaje de que Hamás ha vencido el envite y generaría la ilusión de que se puede repetir. 

Por otra parte, una respuesta excesivamente contundente situará a Israel frente al espejo de la ley Internacional y se pondrá en cuestión el Principio de Proporcionalidad, porque conllevaría un excesivo número de bajas civiles. 

La legitimidad política de Hamás de cara a los palestinos de la Franja descansa sobre su firme oposición al Estado de Israel, frente a la contemplativa política para evitar un enfrentamiento que lleva a cabo Fatah en Cisjordania.

Gente detras de unos cristales rotos en Israel

Odio de raíz

Los que son capaces de asesinar a sangre fría, como hicieron los yihadistas el sábado pasado, han sido criados en el odio al vecino rico que tienen en frente. Con tasas de paro superiores al 40%, hacinados en una balsa islamista rodeada por sus enemigos seculares, Hamás tiene la mejor arma posible: miles de jóvenes sin nada que perder. 

La religión es solo el vehículo para la radicalización. Es la herramienta que permite a alguien pensar que suicidarse, acabando con la vida de unos cuantos hebreos, vistan o no un uniforme, es un acto heroico y un pasaporte a un cielo donde no existen franjas. 

Por otro lado, nos encontramos jóvenes con estilo de vida europeo, con expectativas de futuro, con familias estructuradas y con niveles de vida mucho más altos. Pero no debemos confundirnos, el estilo de vida y sus valores tienen una variable independiente: la de luchar con sus familias a la espalda y sabiendo que perder es desaparecer.

Este problema no se va a solucionar ni ahora ni en los próximos años. El islamismo ha llegado para perdurar y no solo se ha instalado en países de mayoría musulmana. El fundamentalismo religioso ha sido causa de más guerras en la historia que las rivalidades territoriales entre estados. 

Solo nos queda esperar una mediación internacional que permita paliar el número de vidas humanas que van a perderse a partir de ahora sin que el atacado pueda mermar su derecho a la legítima defensa.

Ojalá el próximo miércoles podamos hablar de alguna que otra historia digna de ser contada.

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