Montaje con una señal de prohibido el paso con un rio en segundo plano

OPINIÓN

Emergencia hídrica y los nuevos mártires de la libertad

La sequía crónica de estos días es apenas un tráiler del futuro que nos espera, en parte por los impedimentos al desarrollo de una política forestal

No creo que la emergencia hídrica haya cogido a nadie por sorpresa, ya que se llevaba tiempo anunciando. Lo que tal vez resulte más difícil de comprender es cómo hemos llegado a esta situación.

Todos estamos de acuerdo en la necesidad de preservar el medio ambiente. Aun cuando vivamos en un país muy polarizado, con los “hunos” y los “hotros” como decía Unamuno, todos compartimos preocupación frente a las imágenes de pantanos secos, o las de incendios devorando montes y casas como si fueran rosquillas. El problema yace en ponerse de acuerdo sobre qué queremos preservar, y cómo.

La pertinaz sequía se debe al consabido cambio climático, cuyo efecto es innegable y su importancia capital. Y aunque se trata de un asunto sin duda complejo, y con muchas aristas, hay otro factor clave en la gestión del territorio que estamos ignorando. Y es que estamos disminuyendo la disponibilidad agua, y agravando los efectos de la crisis climática, por haber condenado a nuestros bosques al abandono.

Es decir, porque apenas se cortan árboles ni se desbroza, siguiendo las directrices de un plan de ordenación forestal sostenible. Bajo un escenario de sequía crónica, no cabe, sino, disminuir la espesura de nuestros montes, porque se consumirá menos agua si tenemos 100 árboles por hectárea, en lugar de 1.000, por poner un ejemplo. 

Ahora nos rasgamos las vestiduras porque la disponibilidad hídrica es cada vez menor. Lo cierto es que el exceso de vegetación se ha bebido gran parte del agua que, de otro modo, se podría haber destinado a consumo humano.

Estado actual del pantano de Sau

Los estudios de los hidrólogos apuntan desde hace tiempo al abandono del territorio, y al consiguiente exceso de espesura forestal, como uno de los factores más importantes detrás de la falta de agua. Y el abandono ni tan siquiera ha servido para tener una vegetación más sana.

Nuestros estudiantes analizaron hace unos años el crecimiento de los árboles fuera y dentro de un parque natural. Dentro del parque cuantificaron cómo los árboles apenas podían crecer, porque el sotobosque con el que competían por el agua les ganaba la partida.

Al otro lado de la linde, sin embargo, dónde sí se cortaban árboles y se realizaban labores de gestión, los árboles gozaban de una salud mucho mejor, y de mayores crecimientos. Los árboles dentro del parque acabaron muriendo el año pasado, y los tuvieron que cortar.

Y, sin embargo, a diario nos encontramos con noticias donde los ecocidas de turno (ellos se consideran ecologistas, pero, si lo son, se muestran asintomáticos) intentan paralizar irracionalmente las cortas sostenibles, los cortafuegos necesarios para la extinción de un incendio, y un sinfín de acciones de gestión encaminadas a aumentar la resistencia de los bosques frente al cambio climático. 

El desarrollo de este inmovilismo ecocida se ha convertido en una especie de negacionismo de facto: se acaba frenando cualquier acción de gestión que permita adaptar los bosques al cambio climático, lo que equivale a negar la existencia de dicho cambio climático. Y además, imposibilita también el desarrollo de una selvicultura ecohidrológica, que compagine la ecología con la hidrología y el aprovechamiento racional y sostenible de los recursos.

Hay quien promueve que se prohíba colectar leña, o los restos de árboles muertos. Imagino que desconocen que leña viene de lignum, derivada de logos, y la propia palabra significa precisamente eso: “aquello que es colectado”.

Lo más grave es que el 10% de los árboles en la Cataluña Central están muertos, llegando al 30-40% en zonas del Prepirineo. Oponerse a la retirada de los árboles secos en estas zonas es como comprar todos los boletos para que nos toque el gordo en el sorteo de los mega incendios.

Zona de bosque quemado tras el incendio, a 16 de octubre de 2023, en Trabada, Lugo, Galicia

También se busca “liberar” a los bosques de la mano del hombre, como si no formáramos parte de la naturaleza, en pro de un ideal romántico carente de base científica. Hemos alterado la atmósfera, las concentraciones de CO₂ y el clima, por lo que nuestra huella es ahora ubicua. Y precisamente por ello, para disponer de más agua y para facilitar la adaptación de los bosques a lo que está por llegar, necesitamos de la motosierra, de la gestión forestal sostenible, más que nunca.

Lo que vivimos estos días es apenas el resultado de aumentos en la temperatura media global de 1,3 °C. A finales de siglo, tal y como están las cosas a día a de hoy, la subida será de más de 3 °C. Imagínese el futuro que espera a nuestras reservas hídricas y a nuestros bosques.

Estamos frente al tráiler de un futuro que está por llegar y de un porvenir que, tristemente, nos estamos labrando nosotros mismos. 

La única opción para lograr que esta transición sea ordenada, maximizando las reservas hídricas y sin generar problemas sociales graves como los mega incendios, es a través de la gestión forestal. Pero, por lo visto, hay quien prefiere condenar a nuestros bosques a que sean los últimos mártires de una supuesta libertad. Mientras tanto, perdemos la oportunidad de optimizar la gestión forestal del agua.

Es el resultado de vivir en una sociedad donde los Ecomitos, los bulos ecológicos que agravan la crisis ambiental, se han instalado en el imaginario colectivo, como ya hemos descrito en otras ocasiones.