Estudiantes sentados en un aula mientras algunos compañeros presentan frente a la clase.
OPINIÓN

Docentes trepas y fugitivos de la tiza

Un estudio de la Universidad de Barcelona determina que un mal profesor solo influye en un 6% del rendimiento escolar

Ya mencionamos en anteriores apartados, que un estudio psiquiátrico del Vall d'Hebron demostró en 2015 que la calidad docente nacional era la correcta y que la causa del fracaso escolar era externa a estos buenos profesionales.

Dos años más tarde, un estudio realizado por los economistas de la Universidad de Barcelona, Jorge Calero y Oriol Escardíbul, determinaba que un mal profesor solo influye en un 6% del rendimiento escolar. Así lo indicaba un trabajo publicado en febrero de 2017 por las fundaciones Ramón Areces junto con Europa Sociedad y Educación.

Estudiantes en un aula levantando la mano mientras un profesor con una silueta negra está de pie al frente.

En otras palabras, pesa mucho más la propia motivación del estudiante, un 94%, que la del docente, un 6%. Aun así, ya se sabe que nadie es perfecto y que a veces existen algunos educadores que deben ser corregidos.

Esos profesores deberían ser avisados de sus deslices, aunque, y al no gustarles el aula, logran escapar de ella. Estos personajes viven más preocupados por sus galones que por sus alumnos. Además, les encantan las reuniones, los actos sociales y las figuraciones que alimenten su autoestima, pero a costa de su calidad educativa.

Puede que un docente así llegue a coordinador de ciclo, a jefe de estudios o hasta a director para delegar su labor a los demás bajo la apariencia de trabajar mucho, pero solucionar muy poco. Los alumnos, que de estúpidos no tienen ni un pelo, en breve lo calan.

Pongamos por ejemplo un profesor de un centro del Baix Llobregat. Allí el jefe de estudios, fervoroso, creyente en la innovación y en las TIC, fue derivando sus antiguas obligaciones a los tutores mientras informatizaba cada día más el instituto. Bajo la apariencia de modernidad y eficiencia, este iba descargándose de trabajo a costa de otros.

Si antes él debía llevar las faltas de los escolares ausentes, la faena fue transferida a los mentores de grupo, si las entrevistas con los padres por exclusión de sus hijos las debía ejecutar él, por arte de magia pasaron a manos de los tutores, y así una obligación tras otra. Al final, y después de muchas disputas con compañeros, un día abandonó el aula para formar parte de un grupo de expertos en el Departamento de Educación de la Generalitat de Cataluña. En fin, que el trepa llegó a su destino engrosando la ideología pedagógica vigente sin reducir el fracaso escolar latente.

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