
El diplomático español que salvó miles de vidas en la Francia de 1940
Eduardo Propper de Callejón salvó muchísimas vidas, pero no ha recibido el suficiente reconocimiento en España

La bondad y la maldad son características humanas que van mucho más allá de las ideologías. A pesar de que nos inclinamos a pensar que el seguimiento de ciertas ideas tiene que ver con tener más o menos humanidad, lo cierto es que la historia nos ha demostrado cómo la crueldad, la vileza y la barbarie no son características de determinadas ideas, sino de la maldad intrínseca de los propios seres humanos.
Así, han cometido genocidios democracias liberales en sus aventuras coloniales, estados socialistas y comunistas en la aplicación extrema de sus doctrinas, o el fascismo en sus distintas evoluciones, sobre todo en la aplicación de las teorías de base eugenésica que tanto daño hicieron durante los años 30 y 40.
La historia que les propongo hoy es la historia de un hombre bueno; de alguien justo que asumió riesgos para salvar a miles de seres humanos que podían haber terminado en algún campo de concentración del régimen nazi.

La guerra relámpago, que combinaba movimientos rápidos y acumulación de fuerzas para realizar ataques resolutivos y aprovechamientos del éxito con acciones en profundidad, tuvo su máxima expresión en la ruptura del frente occidental en el mes de mayo de 1940. Una sorprendente penetración de medios mecanizados alemanes a través de los bosques de las Ardenas, y algunas decisiones equivocadas por parte del Estado Mayor francés dejaron al grueso de los aliados, más de 300.000 efectivos, embolsados en Dunquerque mientras se avanzaba inexorablemente hasta el corazón de Francia, sin un ejército real que pudiera hacer frente al impulso alemán.
En tan solo seis semanas, todo se desmoronó; una marea de civiles, sobre todo judíos, fue huyendo hacia el sur buscando poder cruzar los Pirineos y a través de España, llegar a Portugal. España, aunque neutral de inicio, durante algunas fases de la Guerra Mundial ofreció una discreta colaboración a Alemania.
El embajador en París, el vizcaíno José Félix de Lequerica Erquiza, era un antiguo diputado maurista que fue derivando hacia el falangismo y que tuvo mucha implicación en la detención de Lluis Companys, del periodista socialista Julián Zugazagoitia o de Juan Peiró, uno de los ministros anarquistas durante la Guerra Civil; los tres fueron fusilados al ser deportados a España. También en la detención de Federica Montseny en Dordoña. Incluso estuvo a punto de secuestrar a Manuel Azaña en Montauban, aunque sin éxito.
Lequerica, que llegaría a ser ministro de Asuntos Exteriores a partir de 1944, siendo embajador colaboró con los alemanes; sin embargo, al ocupar el sillón ministerial, y motivado por el cambio de tendencia en la guerra y el alejamiento del régimen del general Franco de los países del Eje, envió un telegrama a la Legación de Budapest para que se salvase a todos los judíos que se pudiera de las deportaciones a campos de concentración. Todo se había iniciado con dos documentos enviados por el diplomático español en la capital húngara, Ángel Sanz Briz, que remitió en agosto de 1944 dos documentos escritos por tres huidos del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
A partir de ese momento, y coordinado desde el ministerio de Asuntos Exteriores, los diplomáticos españoles se implicaron en la protección y evacuación de los judíos europeos: "En primer lugar a los sefarditas de nacionalidad española, en segundo lugar, a los de origen español y finalmente al mayor número posible de los demás".
Ángel Sanz Briz es ya bastante conocido en España, gracias a artículos, vídeos y hasta alguna producción audiovisual que reprodujeron la proeza del diplomático aragonés.
Sin embargo, hoy el propósito es escribir sobre otro diplomático mucho menos popular y cuya memoria ha sido más castigada por la historia, a pesar de tener su reconocimiento en Israel. Me refiero al diplomático Eduardo Propper de Callejón, que trabajaba en la Embajada de España en París y quien, al estar a punto de caer la capital francesa, se trasladó al consulado de España en Burdeos, ciudad francesa en la costa atlántica que se sitúa a algo más de 200 kilómetros del paso fronterizo de Irún-Hendaya.

En junio de 1940, el caos se había adueñado de la ciudad gala. Familias enteras, intelectuales refugiados de Europa Central y diplomáticos colapsaban estaciones y consulados en busca de una única esperanza: un sello que les permitiera atravesar los Pirineos hacia Lisboa y, con suerte, conseguir embarcar hacia América.
Propper comprendió desde el primer momento que el silencio institucional español en ese instante, y la postura del embajador Lequerica en la ya ocupada París, ofrecía una ambigüedad que iba a suponer la deportación de los judíos que trataban de huir y atravesar España para llegar a las costas portuguesas.
Aunque España no simpatizaba oficialmente con el nazismo en 1940, tampoco mostraba voluntad activa de acoger refugiados judíos. Sin embargo, Propper tomó una decisión que cambiaría su vida, y la de miles de personas para siempre: firmar visados de tránsito en masa, sin aprobación expresa del Ministerio de Exteriores Español ni de la Embajada en París.
Desde su despacho, el diplomático español estampó día y noche permisos que permitían a los solicitantes cruzar la frontera por Irún y poder transitar hasta Lisboa. Se calcula que emitía hasta 200 visados por jornada, en colaboración informal con el cónsul portugués Aristides de Sousa Mendes.
No conocemos con exactitud cuantas vidas llegó a salvar. Investigadores como Michael Alpert y testimonios recogidos por el museo del Holocausto de Washington sitúan la cifra entre 15.000 y 30.000 personas.
Muchos de los visados no eran individuales, sino familiares. Un solo documento podía significar la salvación de una madre, un padre y varios hijos. Por ello, los efectos reales de sus actos pueden haber alcanzado a generaciones enteras. Algunos de esos descendientes viven hoy en Israel, Estados Unidos, o naciones hispanoamericanas.

Lo valeroso y singular de la acción de Propper radica en el hecho de que todo lo hizo a título individual y sin coordinarse con su embajador o las autoridades del ministerio de Asuntos Exteriores español. De hecho, su carrera no recibió reconocimiento alguno, al contrario, el régimen lo destinó a Larache, en la parte española del protectorado marroquí, que estancó su carrera diplomática.
Pero ¿Quién era Eduardo Propper de Callejón? Un madrileño hijo de un banquero judío de Bohemia y de la hija de un diplomático español. Estudió en su ciudad natal y se casó con una francesa, hija convertida al catolicismo, de otro banquero francés de origen judío.
De ideología monárquica, renunció al servicio diplomático con la llegada de la Segunda República, en abril de 1931.
Se reincorporó al servicio diplomático, como muchos otros monárquicos, para cubrir las necesidades del nuevo régimen. Cuando, en 1940, el Gobierno francés abandonó París, Propper y su esposa se refugiaron en el consulado español en Burdeos, y allí, se concentraron centenares de personas solicitando un visado que les salvara de ser enviados a un campo de concentración.
Su acción, a pesar de lo que se ha publicado, no le impidió ser embajador durante el desarrollo de su vida profesional, ostentando tal cargo en Canadá y Noruega. Aunque el mejor título que puede ostentar su legado es el de salvador de miles de judíos y la valentía al sellar visados sin estar alineado con sus superiores.
Propper es uno de los nueve españoles reconocido como Justo entre las Naciones, la distinción que ofrece el judaísmo a aquellos no judíos que merecen consideración y respeto.
En 2021, la nieta del diplomático, la actriz británica Helena Bonham Carter, participó en un documental sacando pecho de su abuelo y su increíble gesta durante la Segunda Guerra Mundial.
Es sorprendente que este hombre no haya recibido más reconocimientos en España y que no haya calles con su nombre.
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