La presidenta de la comunidad de madrid Isabel Díaz Ayuso en una rueda de prensa con banderas de fondo
OPINIÓN

Díaz Ayuso, el descaro de la ignorancia

Se llaman hipérboles a afirmaciones como las de Ayuso


Por ser tan desmesurado lo dicho por Ayuso hasta en un contexto político sin mesura, identificaré la fuente de mi información, no fuera que pudiera yo haberlo malinterpretado.

El periódico La Vanguardia del pasado 27 de diciembre publica que Ayuso, en ocasión de la rueda de prensa posterior a la última reunión del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid, soltó: “Un gobierno (de España) de ultraizquierda ha tomado el poder para liquidar la Constitución” y sostuvo que “Sánchez es un comunista apoyado por independentistas catalanes y vascos que llevan a sus espaldas los más graves delitos contra la vida, la libertad y la unidad de España”.

La presidenta de la comunidad de madrid Isabel Díaz Ayuso en una rueda de prensa con banderas de fondo

Hay que detenerse en cada palabra significante, sopesarla con cuidado, para percibir sin desperdicio la enormidad de la desmesura, la gravedad de los infundios vertidos por Isabel Díaz Ayuso, ambiciosa dirigente del PP, presidenta de la Comunidad Autónoma que engloba la capital de España: “gobierno ultraizquierdista”, “toma del poder”, “liquidación de la Constitución”, “Sánchez comunista”, “independentistas catalanes y vascos con los más graves delitos” a cuestas.

En la actual degeneración del lenguaje político, reflejo de la degradación de la vida pública, se encuentran coberturas asépticas a la mendacidad, se la hace digerible, se condesciende con ella, en definitiva. Se llaman hipérboles a afirmaciones como las de Ayuso. La hipérbole es una figura que consiste en aumentar o disminuir exageradamente aquello que se dice, o sea, una exageración coyuntural, un recurso retórico del emisor: “lo digo como un juego de palabras, digo lo que me peta, si queréis, da igual si lo creo o no”. 

Pues no, no es un juego, es precisamente lo contrario: una realidad obscena, que degrada las reglas de la democracia y llevamos demasiado tiempo escalando esa degradación a zancadas. La democracia es una conquista de la racionalidad, si se abandona esta se deteriora aquella con el riesgo de vivirla adulterada, de perderla incluso. 

No hago ningún juicio moral, aunque debería hacerlo, constato simplemente la vulneración flagrante y reiterada de un principio fundamental de la democracia: el respeto a los otros del tablero político y cuando se discrepa de sus posiciones se contraponen argumentos y alternativas.  Nada de eso contienen los asertos difamadores de Ayuso, mal aviada en todos los órdenes. 

Solo la pura ignorancia de lo que es la ultraizquierda, lo que ha sido el comunismo, lo que son los delitos contra la vida y la libertad, lo que es la unidad de España en su diversidad, explica la frívola utilización de esos significados por Ayuso. Y si se los ha sugerido su consejero áulico peor, dobla la ignorancia, añade a la suya consustancial, no la del consejero, sino la de ni siquiera saber darse cuenta de que le cuelan groseras suposiciones como “la liquidación de la Constitución”, haciendo a esta el flaco favor de pretender que se la puede liquidar fácilmente. 

Isabel Díaz Ayuso con expresión pensativa y el pelo recogido

Una vez instalada en la ignorancia, de la que está dando repetidas muestras, castizas, chuscas, chulescas, siempre gravosas, se siente cómoda en ella, ha creado “el personaje Ayuso” que puede decir cualquier cosa, sin necesidad de pensarla, y encima la dice porque es lo que se espera del personaje. 

Hay una agravante añadida: la retórica política trasciende la política, queda suspendida en el aire, se hace cultura mainstream que por osmosis penetra en amplias capas de la población, incluso en esa mayoría que dice desentenderse de la política; los malos modos, la comodidad de la ignorancia y la palabrería huera son contagiosos.

En la vida pública de España estamos acumulando demasiadas referencias negativas, demasiados desencuentros e invertebraciones, demasiadas revueltas de las provincias, necesitamos un nuevo Ortega y Gasset que la encauce intelectualmente, que denuncie tanto afán de mediocridad, que eleve el decaído tono cultural de la política del país.  

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