Un grupo de estudiantes sentados en pupitres dentro de un aula mientras observan a tres personas de pie frente al pizarrón.
OPINIÓN

La democracia en el aula

La tarima no es símbolo de soberbia, sino una herramienta democrática y eficaz que mejora la enseñanza y el control del grupo

Para crear orden en el interior del aula es muy importante el tempo entre explicaciones teóricas, los momentos de descanso y las actividades de aprendizaje. La trilogía anterior resulta crucial para encumbrar la cima del orden en clase. Si el docente no equilibra los tres espacios mencionados, explicaciones, descanso y actividades, los alumnos se cansan a media sesión y dejan de prestarte atención, en fin, que dejan de aprender y entramos en la zona roja del fracaso escolar.

A estas alturas parece bastante claro que para que haya orden en clase debe haber autoridad, que no autoritarismo. Eso nos lleva a una afirmación que a veces no gusta a muchos pedagogos y sociólogos teóricos. Esta autoridad, como en cualquier empresa o ejército, se aplica y es práctica. Un negocio, un fortín y un aula no deben ser una democracia, en otro caso los alumnos podrían organizar unos comicios y votar en contra de ir al colegio, de asistir a los exámenes o de realizar los deberes, obligaciones que les vienen encomendadas por ley.

Estudiantes sentados en un aula, algunos tomando notas y otros conversando, con un estuche de lápices verde sobre el escritorio.

Pero si así fuera, ¿qué le parecería si los alumnos impartieran las áreas y sancionaran a maestros y padres? ¿Acaso en una empresa se deciden todas las cosas por comicios? Valore, por tanto, a los docentes que controlan a sus alumnos, y siendo fervientes demócratas, imponen normas claras entre sus estudiantes. Desgraciadamente, las leyes educativas y sus pedagogías promueven una democracia malentendida entre nuestros alumnos.

Para la democracia educativa había una estructura que fue dilapidada del aula bajo razones presuntamente reformistas. Ella fue eliminada por real decreto como si de una estatua del antiguo régimen se tratara. Se decía que elevaba en demasía la figura del docente, aunque fue también republicana. Ella, aunque altiva, era útil, ya que suponía más ventajas que pegas, pero la LOMCE y posteriores, la mandaron a la pira.

La tarima resultó una herramienta de alto copete por una razón inapelable, permitía impartir mejor las clases, eso sí, siempre hubo riesgo de caerse y romperse la crisma. Quizás por eso la quitaron, para que el sindicato no exigiera un plus de peligrosidad para los docentes.

Las ventajas prácticas de la tarima para infundir el orden por clase eran muchas. Por un lado, la pizarra estaba más elevada ofreciendo mejor visión para todos los alumnos del fondo; por otro la proyección de la voz del docente era mucho mejor evitando terapias de foniatría hoy harto aconsejadas; y por último la tarima permitía una mejor observación del grupo para conocerlos y orientarlos mejor. La tarima no era soberbia ni antigua, era simplemente más práctica y democrática.

Aula universitaria con estudiantes sentados en pupitres mirando hacia el frente donde tres personas están de pie junto a una pizarra verde y una pantalla de proyección.

A pesar de ello, algunas pedagogías teóricas afirmaron que los escolares veían al docente en posición alta sobre una tarima, contraviniendo el concepto de igualdad entre humanos, pero convendremos que profesores y estudiantes no son iguales ni en derechos ni obligaciones. En ese caso, ¿cree que por tal razón se deberían haber suprimido todos los escenarios de los teatros y óperas para que el público se sintiera al mismo nivel que los actores? O pongamos el caso contrario, los anfiteatros griegos, ¿también aquí deberíamos bajar las gradas a nivel del foso a pesar de perder la acústica de la actuación?

Jamás a ningún filósofo griego se le ocurrió que, por defender la democracia, que por cierto la inventaron ellos, oyentes y hablantes se debían situar a la misma altura. Y que se sepa ningún profesor se siente inferior por dar clases desde el foso universitario. Tarima, platea y anfiteatro son ejemplos de estructuras hábiles para la comunicación y no barreras para la desigualdad. El profesor Ricardo Moreno decía que la verdadera igualdad educativa es la que logra que todos los alumnos aprendan al máximo y no la que les abandona según sus limitaciones iniciales.

Desgraciadamente, algunas políticas han sentenciado a la tarima como anacrónica, distante y franquista, aunque durante La República esta ya existía. Y lo más flagrante, la educación con conocimientos y tarima fue marxista. En fin, que estas ideologías alejadas de las aulas, o pedagogías teóricas, parecen más opiniones sin pruebas de éxito que opiniones con argumentos reales. Dado que hoy en día valoramos más la opinión que el argumento, estas pedagogías teóricas han hallado muchas mentes por donde publicitarse.

El problema es que una opinión es solo eso, lo que uno cree interpretar. Debemos escuchar las opiniones individuales, sí, pero si no están respaldadas por verdades estaremos estafando a nuestros alumnos, les mentiremos. Una opinión incorrecta vale una amonestación, una opinión cierta merece una gran lección. Como decía el pedagogo Gregorio Luri, la filosofía es la búsqueda de un saber no opinable, y la opinión es el reflejo de la apariencia de las cosas. Entonces, mejor saber verdades que opinar beldades. En todo caso, el aula no debería ser una democracia, pero sí un laboratorio de ideas para poseer conocimientos y criterio, un mundo en el que se aprende a pensar en función de unas cogniciones previas que devendrán muy útiles para ser un demócrata adulto.

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