Siluetas de soldados marchando con rifles sobre un fondo rosa con un patrón de líneas discontinuas.
OPINIÓN

Del sueño comunista a la sociedad estamental

Los que están en la cúspide de la pirámide no renunciarán a sus privilegios, porque todo ser humano tiene un precio

Los regímenes comunistas surgieron en el siglo XX con el ideal de crear sociedades igualitarias donde la riqueza y los recursos se distribuyeran equitativamente. Para la clase obrera, que había emergido tras la llegada de la Revolución Industrial, las ideas que preconizaban un reparto equitativo que paliara sus precarias condiciones de vida, se convirtieron en una emergente motivación reivindicativa que fue derivando en procesos revolucionarios. Sin embargo, en la práctica, muchos de estos regímenes evolucionaron hacia sociedades estamentales, caracterizadas por el enriquecimiento de una pequeña élite gobernante y el empobrecimiento general de la población. 

El comunismo, basado en las ideas de Karl Marx, promueve la abolición de las clases sociales y la propiedad privada, con la intención de crear una sociedad sin explotación. La teoría marxista predice que, después de la revolución proletaria y tras un proceso de dictadura “necesaria” que acomodara las bases de un nuevo marco de convivencia y producción, el Estado desaparecería gradualmente, dando lugar a una sociedad sin clases. Sin embargo, la realidad ha demostrado que los regímenes comunistas establecen estados altamente centralizados y autoritarios, donde una nueva clase gobernante emerge: los burócratas del partido.

La Revolución Rusa de 1917, liderada por los bolcheviques, constituye un claro ejemplo de cómo un movimiento revolucionario puede derivar en una estructura estamental. Después de tomar el poder, los bolcheviques enfrentaron la tarea de gobernar un vasto y diverso país en medio de una guerra civil.

Un grupo de soldados con uniformes de invierno y armas se reúne en una calle durante un evento histórico.

La necesidad de un control centralizado llevó a la creación de un aparato estatal poderoso, incluyendo movimientos de población, para mitigar los anhelos nacionalistas de las repúblicas más periféricas. Con la muerte de Lenin y la posterior subida al poder de Stalin, esta tendencia se intensificó, estableciéndose un régimen donde la lealtad al partido y al líder se convirtió en el principal criterio para la promoción y el acceso a los recursos.

A pesar de la Komintern y su intento de gestionar todos los partidos afiliados a la Tercera Internacional desde Moscú, los partidos proletarios de las democracias liberales occidentales fueron, paulatinamente, renunciando a las teorías marxistas y aceptando las reglas del juego del parlamentarismo clásico.

En la España de los años 60 se permitieron las publicaciones de antiguos líderes comunistas célebres durante la Guerra Civil que escribieron sobre el engaño al que habían estado sometidos y las grandes taras del sistema soviético. El libro del ministro comunista Jesús Hernández “Yo fui un ministro de Stalin” constituye un ejemplo de ello. El régimen del general Franco permitió que ediciones en español se publicaran en el país en un intento de desprestigiar las ideas marxistas en plena Guerra Fría, en lo que se llamó “literatura del arrepentimiento”.

La clase proletaria y la clase dirigente

En los regímenes comunistas, el Estado posee y controla todos los recursos económicos. Tal concentración de poder permite a los altos funcionarios asignarse privilegios y riquezas fuera del alcance del ciudadano promedio. En la Unión Soviética, los miembros del Politburó y otros altos funcionarios tenían acceso a tiendas especiales, hospitales exclusivos y viviendas de lujo.

Soldados marchando en formación por una calle adoquinada, con edificios al fondo y una bandera ondeando.

En 1989, en un intento de reorientar una trayectoria en caída libre, un informe del Soviet Supremo reveló que los altos funcionarios poseían hasta cinco veces más bienes que la media de la población. Lógicamente, cuando el poder central comenzó a debilitarse, salieron a la luz pública los desmanes de la clase dirigente y la economía colapsó, emergieron los movimientos nacionalistas que terminaron de rematar a un gigante herido de muerte. La carrera armamentística con los Estados Unidos fue una de las causas de la implosión soviética.

Corrupción y clientelismo

La falta de transparencia y la ausencia de mecanismos democráticos eficaces fomentan la corrupción. En los regímenes comunistas, donde el partido único controla todos los aspectos de la vida, la corrupción se convierte en una herramienta para mantener la lealtad y la disciplina dentro del partido. En la Rumanía de Ceaucescu, la corrupción era endémica, y los miembros del partido disfrutaban de privilegios económicos y sociales, mientras la población enfrentaba una severa escasez de bienes básicos. 

Para mantener su poder, las élites comunistas emplean sus elementos de represión y control social. La disidencia se castiga severamente, y el miedo se convierte en una herramienta de control. En la Unión Soviética, el KGB y otras agencias de seguridad del Estado jugaron un papel crucial en la represión de la disidencia.

Este ambiente de terror impide la organización de movimientos opositores que podrían desafiar la riqueza y los privilegios de la élite. En Corea del Norte, la represión es extrema, con un sistema de campos de trabajo forzado que se estima, según datos del informe de Amnistía Internacional del 3 de mayo de 2011, alberga a más de 200,000 personas en condiciones inhumanas.

Desfile militar en Corea del Norte con tanques y soldados frente a un edificio gubernamental decorado con banderas y pancartas.

La planificación económica centralizada, característica de los regímenes comunistas, a menudo resulta ineficiente y provoca escasez y mala distribución de bienes. La falta de incentivos para la innovación y la productividad afecta negativamente la economía. En la Unión Soviética, los planes quinquenales a menudo fracasaban en alcanzar sus objetivos, resultando en una producción deficiente de bienes de consumo.

Durante la década de 1980, la productividad agrícola en la Unión Soviética era aproximadamente un 60% menor que en Estados Unidos, a pesar de contar con vastísimas extensiones de terreno. Esta ineficiencia económica contribuye al empobrecimiento general de la población.

En muchos regímenes comunistas, la colectivización de la agricultura y otras industrias llevó al despojo de los campesinos y pequeños propietarios. La colectivización forzada en la Unión Soviética durante la década de 1930 resultó en la hambruna y la muerte de millones de personas.

En China, el Gran Salto Adelante, una campaña de colectivización e industrialización forzada, provocó una de las peores hambrunas de la historia. Los datos, ofrecidos por profesores y centros dentro de la propia China años después, horquillan entre 15 y 55 millones los muertos como resultado del Gran Salto Adelante.

La falta de propiedad privada y de recompensas personales desincentiva el trabajo y la innovación. En muchos estados comunistas, la ausencia de motivación económica individual condujo a una baja productividad y a una economía estancada.

Una familia sentada en el suelo, con un hombre durmiendo a la izquierda, dos niños en el centro y una mujer con un niño pequeño a la derecha, todos vestidos con ropa de invierno.

Esto se traduce en un empobrecimiento generalizado, donde los ciudadanos carecen de acceso a bienes y servicios básicos. En Cuba, la economía centralizada y la falta de incentivos resultaron en una caída del PIB per cápita de un 35% entre 1989 y 1993, según datos del Banco Mundial.

Para sostenerse en el poder, se precisa de un sistema clientelar que abarque todos los niveles del Estado y disponer de unas Fuerzas Armadas que gocen de las ventajas de los altos funcionarios y que, espoleados por ellas, ofrezcan una religiosa lealtad al sistema. De ese modo, el régimen solo puede caer mediante una acción exterior. 

Corea del Norte

Corea del Norte es quizás el ejemplo más extremo de una sociedad estamental bajo un régimen comunista. La familia Kim y la élite del Partido de los Trabajadores de Corea disfrutan de un nivel de vida extremadamente alto, con acceso a bienes de lujo, educación en el extranjero y atención médica de calidad.

Mientras tanto, la mayoría de la población vive en condiciones de pobreza extrema, enfrentando hambrunas recurrentes y una represión brutal. El Programa Mundial de Alimentos estimó en 2019 que el 40% de la población norcoreana estaba desnutrida.

El sistema de castas de facto en Corea del Norte, basado en la lealtad al régimen, perpetúa esta desigualdad extrema. Resulta paradójico comprobar como una ideología que trataba de establecer un sistema igualitario haya derivado en una monarquía absolutista que preconiza la revolución, el culto al líder y una grotesca sumisión como forma de vida de los ciudadanos que ya no son usufructuarios del Estado, sino súbditos de un señor y su familia. 

Persona con traje oscuro saludando con la mano levantada, con banderas rojas de fondo.

El sueño de la distribución de la riqueza que tanto ilusionó a los hombres y mujeres de los años 20 y 30 se acabó convirtiendo en una pesadilla a través de la cual, los que prometían recoger lo que estaba en manos privadas para mejorar la vida de las clases más desfavorecidas, se transformaron en los propietarios, no ya de la gestión de los recursos sino de los propios recursos. La imagen de Ceaucescu, ofreciendo 200 gramos más de carne durante su último discurso, refleja perfectamente como una clase dirigente y estamental se dedicaba a gestionar miseria, ofreciendo migajas en nombre de la revolución y del pueblo. 

Es posible que las teorías marxistas no se llevaran a cabo con diligencia, es posible que el ser humano no esté preparado para un sistema de plena igualdad en el que el individuo deja de tener protagonismo y este es asumido por la colectividad. Es posible que todo fuera una utopía y que sea imposible desarrollar una forma de Estado en el que todos los ciudadanos tengan el mismo nivel de vida.

Es posible que la democracia liberal no sea perfecta, pero es posible, también, que siga siendo el menos malo de los sistemas. Lo que es cierto, es que la creación de los partidos políticos proletarios y de los sindicatos, propició despertar la mentalidad de la necesidad de disponer de un estado del bienestar que gozara con una amplia clase media y que garantizara los servicios básicos a los que no podían permitírselo, como la sanidad y la educación. Sin el movimiento obrero la sociedad estaría menos equilibrada y gozaría de menos derechos. 

No sé si estarán conmigo en la idea de que, una vez se establece una sociedad estamental, los que están en la cúspide de la pirámide no renunciarán a sus privilegios con facilidad, porque todo ser humano tiene un precio por muy idealista que sea y, una vez se han probado las mieles de la riqueza no es tan fácil volver a comer pan duro.

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