En defensa de Pilar Rahola
Quién nos iba a decir que acabaríamos poniéndonos del lado de Pilar Rahola en cuestión alguna: pues ha sucedido
El extraño panorama político que nos ha tocado vivir genera peculiares complicidades. Quién nos iba a decir que acabaríamos poniéndonos del lado de Pilar Rahola en cuestión alguna: pues ha sucedido.
Cualquier persona razonable está en contra de los ataques a la libertad de expresión. Lo que ocurre es que las personas razonables cada vez escasean más, sea porque han enloquecido (siguiendo a la mayoría) o porque han optado por un mutismo higiénico y se dedican en paz a sus asuntos.
Rahola fue atacada por las izquierdas juveniles por su defensa de la legitimidad del Estado de Israel, es decir, fue atacada por las fuerzas pro iranianas locales, enmarcadas dentro del proyecto general de la izquierda islamizadora. En tanto que “fascista” ha de ser “combatida”, como aquellos que piensan que el sexo es inmutable, como aquellos que no creen en la arquitectura con perspectiva de género o como aquellos que no entienden por qué el clima del planeta va a enfriarse si pagamos más impuestos.
Sin libertad de expresión no hay democracia, dicen los cursis, pero es que muchos hace tiempo (sobre todo después de lo acontecido en 2020) que no usamos la palabra “democracia” para referirnos al régimen político actual. Porque el pueblo, en la actualidad, se dedica a muchas cosas, pero desde luego no a gobernar. Que la libertad de expresión vaya en retroceso no puede sorprender a nadie, puesto que la misma idea de libertad individual es ya sospechosa en casi todos los campos.
La nueva izquierda ha sustituido el colectivismo marxista por el colectivismo identitario de sucesivas minorías estúpidas. Ahora les da por la causa palestina, pero hace seis meses eran los gallos que violaban a las gallinas y antes los atletas con pene que eran abucheados mientras pulverizaban los récords femeninos en todo tipo de competiciones deportivas. La cuestión es tener algo con lo que entretenerse por la mañana mientras los demás trabajamos.
Pilar Rahola ha sido una voz firme y valiente, a menudo solitaria, en la lucha contra el antisemitismo en Cataluña, pero hay que recordar que también ella pecó de llamar “fascista” a todo aquel que, durante los años del procés, no comulgaba con las tesis indepes. Sensu stricto, el fascismo es una doctrina muy acotada en el tiempo, que no sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial. No es fascista Rahola, como tampoco lo son Abascal, Meloni, Orban, Trump o Bukele: para empezar, todos ellos son partidarios del sufragio universal y el parlamentarismo.
En cualquier caso, bienvenida sea doña Pilar al club de los señalados. Los idiotas de la izquierda postmoderna no paran de etiquetar como fascista a la gente sensata de toda la vida; eso sí, luego hacen cuentas según esta estúpida taxonomía y se extrañan de que la malvada ultraderecha crezca delante de sus narices. Sin darse cuenta, están cuajando la nueva mayoría que ha de barrerlos de las instituciones.
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