Un hombre de cabello canoso en primer plano con expresión seria y al fondo varias banderas de países miembros de la OTAN junto a un letrero de la organización sobre un fondo rosa llamativo
OPINIÓN

Cuidado con lo que deseas

Las consecuencias de una Europa con un incremento exponencial del gasto en defensa: Una reflexión a partir de un artículo de Celeste A. Wallander

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

En el número de julio de la revista Foreing Affairs, revista que hay que leer para entender las dinámicas del mundo en el que vivimos, Celeste A. Wallander ha publicado un artículo polémico e interesante titulado "Beware the Europe You Wish For". En él, lanza una advertencia sincera: "El ansiado fortalecimiento de Europa, largamente promovido por Estados Unidos, puede transformar de raíz el equilibrio transatlántico y tener consecuencias estratégicas imprevisibles, tanto para Washington como para el propio continente europeo".

Wallander no escribe desde la tribuna de la academia, siempre aislada del mundanal ruido. Su voz es la de alguien que ha tenido un papel activo en la formulación de política exterior y seguridad: fue 'Assistant Secretary of Defense for International Security Affairs' bajo la administración Biden y una de las responsables directas de la asistencia militar a Ucrania.

Su profundo bagaje académico, con estudios en la Universidad de Harvard y una solidez como analista de relaciones internacionales y seguridad, otorga a su perspectiva un tono tanto técnico como político nada desdeñable, y sobre todo, nos ofrece una fotografía de la visión norteamericana de los expertos más próximos al partido demócrata en seguridad internacional.

Banderas de la Unión Europea ondeando junto a un círculo que muestra aviones en formación en el cielo.

Durante décadas, Washington ha pedido una mayor implicación europea en materia de defensa: mayor gasto militar, iniciativa política y capacidad de actuar de forma conjunta. En teoría, deseaba una Europa fuerte y autosuficiente. En la práctica, como bien señala Wallander, todo ese llamamiento tenía una letra pequeña: Europa debía ser autónoma, pero sin desafiar ni rivalizar el liderazgo estadounidense.

Ese equilibrio empezó a resquebrajarse en los últimos años. La invasión rusa de Ucrania fue el punto de inflexión, pero ya antes las tensiones comerciales, tecnológicas y el cambio de tono en la Casa Blanca durante la era Trump —y parcialmente replicado bajo Biden— pusieron sobre la mesa los riesgos de una dependencia excesiva. Ahora, una Europa que busca autonomía estratégica y refuerza su base industrial de defensa tiene la ambición real de proyectarse como actor global. Para Wallander, este giro tiene ventajas… y una colección de inconvenientes y dilemas que Estados Unidos debe empezar a considerar muy en serio.

La tesis central de Wallander: cuidado con lo que deseas

La idea fuerza del artículo es clara: el sueño de una "Europa fuerte" puede convertirse en una pesadilla estratégica para EE. UU. No porque una Europa autónoma sea una potencial enemiga, sino porque deja de ser simplemente una extensión dócil de los intereses estadounidenses. Wallander argumenta que, aunque la autonomía europea puede liberar recursos para que Estados Unidos se enfoque en Asia y el reto chino, también implica perder influencia directa sobre la toma de decisiones europea.

No se nos puede escapar, pese a la ingenuidad con la que vivimos todos estos asuntos en este lado del Atlántico, que la mentalidad norteamericana siempre ha tenido cierta vocación colonialista. Europa fue el primer obstáculo de contención para el gran enemigo soviético y esa era la principal razón de una alianza que pronto cumplirá ocho décadas de existencia.

La autora, que no puede disimular un evidente sesgo, alarma con las consecuencias del incremento en defensa de los estados europeos:

1) Pérdida de hegemonía: Una Europa menos dependiente deja de alinearse automáticamente con las prioridades de Washington y pasa a tomar decisiones según sus propios intereses nacionales y regionales.

2) Competencia militar e industrial: El fortalecimiento de la industria de defensa europea impulsa la preferencia por el "Made in Europe" en detrimento de las exportaciones estadounidenses, generando tensiones internas en la OTAN y la Unión Europea.

3) Limitaciones operativas: Estados Unidos podría ver restringido su acceso a bases militares, infraestructuras y capacidades críticas en territorio europeo.

4) Desencuentros estratégicos: Ya se vislumbran desacuerdos en cuestiones como la ayuda a Ucrania, la postura ante China o la regulación tecnológica, cada vez con mayor autonomía y menos disponibilidad a secundar directrices llegadas de Washington.

5) Desconfianza en la disuasión nuclear: Si la confianza en el compromiso americano con la defensa colectiva decae, podrían abrirse debates sobre una posible capacidad nuclear europea, alterando el equilibrio estratégico global.

Primer plano de Donald Trump bailando

Cuando Wallander afirma "cuidado con lo que deseas", subraya un temor genuino al cambio del statu quo. Sin embargo, creo que la construcción de una Europa capaz de actuar como actor estratégico independiente es no solo lógica, sino deseable. La Historia reciente muestra que la dependencia absoluta de otros no es sostenible en el largo plazo: el Brexit, la pandemia, los chantajes energéticos rusos y las tensiones tecnológicas con Washington obligan a repensar el modelo de seguridad y autonomía continental.

¿Por qué una visión positiva? Porque los intereses con Estados Unidos son comunes en algunos aspectos, pero evidentemente divergentes en otros. ¿Qué beneficios puede tener Europa a medio y largo plazo?:

1) Resiliencia y seguridad: Una Europa autosuficiente tiene más capacidad para atender sus propios desafíos —desde la defensa del flanco oriental hasta la seguridad energética— y para gestionar crisis en el norte de África o el Mediterráneo, ámbitos en los que EE. UU. tiene menos interés estratégico directo, y sin embargo afectan de lleno a todos los países con playas mediterráneas: España, Francia, Italia, Grecia...

2) Altavoz global propio: Un bloque europeo más fuerte puede imponer estándares propios en materia de regulación tecnológica, transición ecológica o derechos humanos, y ganar peso en foros internacionales que ya no son monopolio occidental. Porque esa es otra, la influencia de China crece como el poliestireno proyectado.

3) Estímulo a la multipolaridad: Lejos de minar el orden internacional, la emergencia de una Europa poderosa puede frenar derivas hegemónicas (de EE. UU. o de China) y forzar soluciones cooperativas en materias tan diversas como la gobernanza digital, el cambio climático o la mediación de conflictos. Es decir, tener un mínimo de voz y voto en los foros internacionales, lo cual, teniendo en cuenta que el 95% del mundo conocido estuvo bajo la influencia de alguna nación europea en algún momento de la historia, suena hasta lógico.

4) Impulso democrático: Reforzar la autonomía no solo es una inversión militar, sino un proceso de maduración política donde los ciudadanos europeos pueden decidir con mayor soberanía sobre sus políticas exteriores y de seguridad, sin tener que esperar el sello de aprobación de Washington.

Evidentemente, todo cambio de una tendencia de décadas tiene un lado oscuro. La Europa que está emergiendo tiene ante sí también peligros considerables:

1) Fragmentación interna: No existe una Europa monolítica. Las diferencias entre París, Berlín, Varsovia, Madrid o Roma en materia de política exterior o gasto militar pueden replicar, a escala continental, los viejos bloqueos nacionales. El riesgo de parálisis o respuestas descoordinadas no es menor. De hecho, en pocas cosas consiguen ponerse todos de acuerdo. En un ambiente de máxima polarización, este aspecto es aún mucho más determinante.

2) Choque transatlántico: Una autonomía estratégica real puede chocar con los intereses de Estados Unidos, propiciando rivalidades tecnológicas (en inteligencia artificial, defensa, espacio o comerciales). Incluso, podría acelerar la fragmentación de alianzas como la OTAN.

3) Vulnerabilidad tecnológica: El ansiado desacoplamiento de EE. UU. puede convertir a Europa en rehén de proveedores asiáticos en ámbitos críticos como los semiconductores, las cadenas de suministro o la inteligencia artificial, si no invierte masivamente en capacidades propias. Europa está perdiendo el tren digital como España perdió el de la Revolución Industrial en el siglo XIX, algo que aún seguimos pagando.

4) Presiones externas: Un actor relevante es, inevitablemente, un blanco: Rusia, China o incluso EE. UU. pueden intensificar la presión política, ciberataques o campañas híbridas para influir en el rumbo europeo.

Volviendo a Wallander, y tras aportar mi punto de vista que puede tener tanto valor como el de cada uno de ustedes, hay que reconocer que la señora tiene también un enfoque realista: una Europa más autónoma permitirá a EE. UU. replegar recursos hacia el Pacífico, pero también ya no podrá contar con una Europa inmediata, dependiente y dispuesta a seguir cualquier orientación estadounidense.

Se abre, por tanto, un periodo de ajuste en el que Europa reclamará su propio asiento y derecho a veto, no solo en la OTAN, sino en el diseño del nuevo orden internacional. Estados Unidos puede verlo como una pérdida y reaccionar de forma hostil o, por el contrario, entenderlo como una oportunidad para reinventar sus alianzas, asumiendo que el liderazgo, en el siglo XXI, es mucho más repartido. Es fácil inferir que, mientras Trump esté de inquilino en la Casa Blanca, lo de la reacción hostil es más que probable.

Desde mi punto de vista, existen, además, derivadas adicionales:

1) Ventaja geopolítica global: Una Europa fuerte, bien cohesionada, democrática y responsable puede ser un pilar fundamental para frenar el revisionismo autoritario y gestionar, conjuntamente, grandes retos globales como migraciones, pandemias o el cambio climático. Pero haciéndolo desde una perspectiva basada en la ciencia y no en los eslóganes o los intereses de grandes multinacionales.

2) Multiplicidad de alianzas: Un mundo multipolar, con Europa como uno de sus grandes polos, puede favorecer soluciones negociadas más duraderas frente a los dilemas de la Guerra Fría y el "ellos o nosotros", pero también introduce incertidumbre sobre la dispersión de las alianzas y la estabilidad de los pactos actuales.

3) Tensiones internas y externas: Si Europa no sabe gestionar su pluralidad, puede debilitar tanto su seguridad interna como su proyección global, convirtiéndose en un actor relevante solo en potencia. No cabe la menor duda de que las fricciones dentro de la Unión Europea son el talón de Aquiles de una entidad con un gran potencial, pero carente de cohesión.

Conclusión: ¿Hacia un occidente de pares, o hacia una brecha transatlántica?

Si algo pone de relieve el artículo de Celeste A. Wallander, es que hemos entrado, por fin, en una era de maduración geopolítica europea. El gran reto para esta "nueva Europa" no es solo invertir más en defensa o lograr mayor autonomía estratégica. Es, sobre todo, responderse a sí misma qué quiere ser en el mundo y cómo conjugar unidad, soberanía y capacidad de acción.

Para Estados Unidos, aceptar esta realidad exige humildad y visión de futuro: la opción inteligente es apostar por una relación basada en el respeto mutuo, la negociación y el reconocimiento de Europa como igual. Aferrarse al viejo orden y seguir mirándonos por encima del hombro solo acelerará su desmoronamiento y facilitará la competencia con China, aproximando el inevitable sorpaso hegemónico.

Para Europa, la autonomía es una oportunidad sí, pero también una responsabilidad. Convertirse en actor principal implica invertir en capacidad real, lograr consensos internos y no caer en nuevas dependencias ni en un aislacionismo voluntarista. Dejar de ser "el eslabón débil" de la arquitectura occidental no es garantía de éxito, pero sí un paso imprescindible para influir y proteger sus propios intereses en un mundo en rápida transformación.

En suma, el tiempo de la Europa menor y tutelada podría tocar a su fin ofreciendo un resultado que Trump no podía imaginar. El futuro solo será sostenible si Occidente se concibe y se reinventa como una alianza entre iguales, capaz de dialogar y competir sin perder los valores que le hicieron relevante.

Fuentes empleadas para el artículo:

  • Wallander, Celeste A. Beware the Europe You Wish For. Foreign Affairs, 24 de junio de 2025
  • European Commission. Strategic Autonomy for Europe – The Way Forward. Marzo 2023
  • NATO. 2024 Strategic Concept. Bruselas, julio de 2024
  • Lundestad, Geir. The United States and Western Europe since 1945: From ‘Empire’ by Invitation to Transatlantic Drift. Oxford University Press, 2003
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