
Calella como síntoma
Después de estar varias semanas con el país ocupado en debatir sobre las habaneras, ya podemos seguir con el verano

Al final, como era de esperar, se cantó El meu avi y la vida sigue. Hemos tenido al país ocupado un par de semanas en debatir sobre las habaneras y ahora ya podemos seguir con el verano, pero no sin antes hacer, al menos, cuatro consideraciones al respecto:
1) A estas alturas, ya podemos establecer un axioma respecto de este tipo de tonterías: cualquier aspecto de la vida social es susceptible de una lectura woke restrictiva. Hemos visto operaciones de cancelación contra Bola de Dragón, contra Blancanieves, los belenes navideños o contra las matemáticas escolares "sin perspectiva de género". El tema de las habaneras lo planteó en su día la insigne Basha Changue, candidata ridícula de la CUP a las elecciones municipales, y algunos ya avisamos que no era cosa de broma.

2) El problema no es si el compositor de El meu avi, el señor Ortega Monasterio, llevó o no una vida ejemplar. El problema es que se nos imponga, desde el clero woke, la idea de que sólo podemos disfrutar de las obras de arte de aquellos autores cuya vida privada encaje al milímetro en los parámetros absurdos de la izquierda actual. ¿Qué hacemos con Hemingway y Bukowski, con Picasso y Neruda, con Dante y Petrarca, con Rimbaud y Baudelaire, con Polanski y Klaus Kinsky?
3) Algún día el catalanismo (sobre todo la rama independentista) tendrá que hacer una reflexión sobre su afición a las batallas simbólicas. El entusiasmo que unos y otros han puesto en el tema de las habaneras de Calella, asunto de una fabulosa intrascendencia, podría quizás enfocarse a temas como las revueltas de los vecinos contra okupas y magrebíes, o como la islamización acelerada de la sociedad, o la ruina del sistema educativo, o la total corrupción del entramado político. Resulta fácil sospechar que al sistema le viene bien que nos desgastemos en estas batallitas inútiles para que no apuntemos los cañones hacia arriba.

4) TV3 ha de ser cerrada mañana a primera hora. Luego sus instalaciones han de ser bombardeadas y sobre las cenizas se han de realizar media docena de exorcismos. Lo mismo vale para Catalunya Radio, que este fin de semana producía un contenido feminista sobre el olor de las vulvas y los penes, encajado en los breves espacios que deja Joan Roura con sus continuas alabanzas al terrorismo islámico. La falta de rigor, la sumisión total al discurso progresista, el dispendio en productoras privadas, el señalamiento a los disidentes: se ha normalizado todo eso, pero ya va siendo tiempo de poner un tope a los abusos.
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