El crupier reparte
El mejor aliado de España con el 'problema catalán' ha sido la indescriptible mediocridad política del procesismo
La historia no se aprecia de cerca. El motivo es que nunca hay historia en el presente. Quién sabe, igual Cervantes puso el punto final a Don Quijote, se levantó con desgana del escritorio y dijo “pues ya estaría...”. La historia, en fin, es siempre a posteriori.
Pero también es cierto que se pueden calibrar ciertos acontecimientos. Y aunque sea para hacer la historia de esta pequeña mediocridad colectiva que ha sido el procés, la presidencia de Salvador Illa es uno de esos acontecimientos.
¿Qué significa? En esencia, es la confirmación de que el nacionalismo catalán fue tentado por el proyecto independentista.
Cataluña, estado gelatinoso
Por una serie de motivos que no nos interesa dilucidar, en un momento dado se puso en marcha en Cataluña un movimiento político de tipo existencial, es decir, binario. Lo bueno de esta clase de proyectos es que funcionan o no, o sea, que se resuelven pronto. Una revolución, un golpe de Estado, una secesión, no es algo que se pueda hacer por fascículos.
También por una serie de motivos que no nos interesa dilucidar, este proyecto político fracasó. Sobre esto, la política de partidos, la realmente existente, nos ofrece un termómetro bastante fiel, que no es otro que la reorganización interna de los partidos que han salido perdiendo. Ahí están ERC y Junts, que tienen dentro de pocos sus respectivos congresos.
El ganador circunstancial, casi casual, de esta situación es el PSC, que es un partido ideal para esta Cataluña. De ideología variable, el PSC es lo suficientemente gelatinoso para adaptarse a una sociedad que, como la catalana, no hay por donde cogerla.
Si adoptamos la idea turboindepe de que Salvador Illa es un gobernador civil y la idea españolista de que Cataluña es una jaula de grillos, obtenemos un mapa bastante exhaustivo del lugar. Socialmente, Cataluña es una mezcla entre Isidre Fainé y un perroflauta.
¿Yo iba de farol?
Con Cataluña ocurre como con Pedro Sánchez: que de la misma manera que va a ser más importante el postsanchismo que el sanchismo, va a ser más importante el postprocés que el procés. En realidad, siempre fueron dos fenómenos que hacían frontera.
Sea como fuere, en 2017 tocó enseñar la mano que llevaba cada cual y quedó claro que el independentismo iba de farol. Cosa distinta - muy distinta - es que ellos fueron tan pardillos como para no saber ni que iban de farol. Nunca se insistirá lo suficiente en que el mejor aliado del Estado ha sido la indescriptible mediocridad política del procesismo.
El caso es que esa mano se acabó y la apuesta fue tan grande que todavía quedan unos años de repartir fichas, véase gobiernos del PSC. Nuevamente, la política de partidos es el mejor indicador: estos días, Junts ha puesto el grito en el cielo porque el PSC hace ahora lo que ellos han hecho durante años: colonizar las instituciones, enchufar gente, repartir pasta, hacer nuevos amigos entre la prensa, etc. Vamos, lo que viene siendo la política.
Nueva mano
Ahora el crupier vuelve a repartir; queda entonces una temporadita de ordenar las cartas, ver cómo se comportan los otros y demás. La diferencia es que ya no jugamos una partida rápida. Para mayor gloria de la futurología y las quinielas, podemos decir que hay dos características fundamentales del nuevo juego político en Cataluña.
1) Un independentismo auténtico es un procesismo desengañado
No se puede ser ya un independentista-procesista; es que no se puede. El procesismo se ha mostrado como una simple partitocracia a escala autonómica que encontró en el nacionalismo histórico una ampliación de capitales ideológicos. Es cognitivamente imposible creer se podría haber hecho la independencia con estas élites en Cataluña.
Por el contrario, el nacionalismo catalán retorna ahora a la lógica pujolista, que es aquella que pone las bases para un futuro momento unilateral. Hablamos de criar carne y de hacer nación, que ya se sabe que es posterior al nacionalismo.
La gran enseñanza que del procés puede obtener un nacionalista inteligente es que, en el momento unilateral, se suspende la lógica nacionalista y empieza a operar la pura lógica política. Enséñame las cartas y no me cuentes tu vida.
2) El temita occidental
Políticamente, en Occidente no se va a poder hacer nada que no tenga en cuenta las “profundas transformaciones”, que diría con enorme gusto un politólogo, que vivimos en esta parte del mundo. No solo cambiamos de juego, sino también de baraja.
La identidad catalana, en el sentido que ha manejado el nacionalismo histórico, tiene un futuro muy incierto. El catalán es sencillamente barrido por el español, que es el trasunto de las dinámicas demográficas. Un repliegue esencialista del nacionalismo sería como montar ahora un negocio de venta de enciclopedias.
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