Concurso de méritos para una cátedra
Sin duda, ellos prosperaron: al fin y al cabo, engañar a tanta gente tuvo mucho mérito, ergo meritocracia.
Desde hace un tiempo oigo muchos improperios de la izquierda sobre la meritocracia, hablan mal de la creencia de que hacer méritos y esforzarse ayuda a tener una vida mejor, porque sostienen que, por mucho que te esfuerces, en realidad quienes manejan los hilos son los ricos y sus herederos. De una manera u otra, debe ser aquello que antes llamábamos nepotismo o tener contactos.
En el juego político de los buenos y los malos, el relato sostiene —o sostenía, porque la izquierda ya no es como era— que quien miraba por el trabajador, por quien se esforzaba, por quien hacía méritos, era la izquierda. Quien acentuó esta división fue Podemos y todas sus marcas blancas, que llamaron “casta” a la gente que recurría a padrinos para prosperar; denunciaban las “puertas giratorias”, las trampas de toda la vida, venían para cambiarlo todo y solo cambiaron sus vidas. Sin duda, ellos prosperaron: al fin y al cabo, engañar a tanta gente tuvo mucho mérito, ergo meritocracia.
A pesar de eso, en tiempos de pandemia, Pablo Iglesias dijo: “Y eso es lo que no soportan los enemigos de la democracia, que alguien que haya crecido en Vallecas, en Leganés, en Villaverde, que tenga corriendo por sus venas la sangre de muchos que no sabían leer ni escribir[…]pueda llegar a tener más títulos universitarios que ellos.” Creo que me lo tengo que hacer mirar, estoy de acuerdo con Iglesias. Eh, espera, ¿quién ha cambiado de opinión? ¿Eso no es meritocracia?
En 2018, con esta mentalidad, me matriculé en el programa de doctorado. Ha pasado una pandemia y han empezado guerras, pero lo que me dejó sin posibilidad de renovar la matrícula durante tres cursos fue haberme olvidado de hacer un trámite. Han sido años duros, compatibilizar trabajo y tesis, como se puede imaginar, no es sencillo.
Pero, al fin, esta aventura se acaba y la defensa final ya se vislumbra. Aun así, en los últimos meses, después de escribir ochocientas cincuenta y cuatro páginas, todo han sido trabas burocráticas.
Incluso he tenido que llevar el DNI físico a la universidad, supongo que para que sepan quién soy después de cursar estudios allí desde 2010; firmas que debían ser electrónicas, otras manuscritas, pelearse con el sistema CLAVE, que debe haber sido inventado, mínimo, por los torturadores de Guantánamo. Un camino de espinas.
Parece que las espinas no acaban. De hecho, entras a cualquier portal para buscar trabajo y no buscan a ningún doctor, estás acabado, estás sobrecualificado.
Entonces, he pensado en una voz lúcida como la de la doctora Gema Cano y yo tampoco “tengo un presidente profundamente enamorado de mí”. Una lástima que las cátedras ya tampoco tengan en cuenta la meritocracia.
Más noticias: