Con los servicios no bastará
La sociedad catalana necesita la alternativa que Illa representa, respetuosa del adversario, socialmente reparadora
Salvador Illa ha ganado. Paciente y constructivo, lo ha merecido. El lema Unir y Servir ha sido un acierto, sintetiza todo un programa. El acento se ha puesto principalmente en “el servir”: que los servicios funcionen, es decir, que se gobierne.
Las urnas han legitimado Illa para presidir y gobernar. Si se le bloquean todas las fórmulas que proponga para ser investido, tendremos que ir a nuevas elecciones, será retrasar una alternancia que mayoritariamente pide la sociedad catalana.
El sacrificio de renunciar a la investidura no se puede exigir a Illa. Después de todo el que ha sucedido desde aquel funesto 2017, la sociedad catalana necesita la alternativa que Illa representa, respetuosa del adversario, socialmente reparadora.
Gobernar es la función primordial de la política, los gobiernos independentistas no la han ejercido plenamente. Por suerte, la administración de la Generalitat ha ido haciendo, 290.000 empleados públicos son muchos, solo cumpliendo el reglamento y con la inercia ya se notan los efectos. Les ha faltado el impulso político del gobernante, este lo aplicaba en primer lugar a otra prioridad, la propia de los independentistas, el trabajo estéril por la independencia.
Además de servir, hay que unir, y aquí la tarea pendiente es colosal. Los gobiernos independentistas y las coyunturas dejan una sociedad dividida y empobrecida.
Es perentorio poner en marcha iniciativas para unir, es decir, para construir cohesión, la más amplia posible, dentro del respecto de la diversidad ideológica. Y esto requiere cuidar, cultural y políticamente, tres sectores de la población que reflejan gran parte de la división de la sociedad.
Los compatriotas catalanes —empleo el término “compatriota” en el sentido integrador de compartir sociedad— que se encuentran en riesgo de pobreza o de exclusión social. Son cerca de dos millones, de los cuales más de 650.000 sufren privaciones severas; insoportable e incomprensible en una sociedad con un PIB anual de 255.000 millones de euros. Han sido los grandes olvidados de la campaña electoral y, no hay que decir, de los gobiernos independentistas.
“Unir” obliga a esforzarse para que no aumenten y se reduzca el estremecedor porcentaje del 24,4%. No todo es imputable o competencia del gobierno de la Generalitat, ni podrá acabar con toda la pobreza. Pero la coherencia de un presidente socialista lo obliga a considerar este porcentaje una emergencia, una prioridad, pues.
Los compatriotas catalanes que creen que la independencia es necesaria y posible. No lo es, ni una cosa ni la otra. Los dirigentes independentistas no han demostrado que lo sea, y, paradójicamente, hay que demostrar ahora a quienes lo han creído que la independencia ni es necesaria ni es posible. La inquietud de los votantes independentistas por el porvenir de la lengua catalana y la cultura tiene fundamento.
Sus energías se tienen que aprovechar, hacerlas positivas. Habrá siempre un núcleo independentista, resentido, irreducible, cerrado en sí mismo. Sin embargo, una parte considerable de la base social del independentismo es recuperable para el progreso de la sociedad catalana. Es más, son imprescindibles, sin ellos, sin la aportación de la sensibilidad catalana que representan —no es la única, pero es muy valiosa y no se tiene que perder— no habrá cohesión.
Los compatriotas catalanes que han votado ultraderecha de aquí o foránea, son muchos. Nos tenemos que preguntar por qué son tantos. Su voto también es la expresión de interrogantes y preocupaciones. Un cordón sanitario aplicado a ellos no es una respuesta ni justa ni válida, muchos volverán a votar como lo han hecho ahora. No se los puede ignorar, tienen derecho a participar en el debate social.
Unir y servir van juntos, servir ya unirá, pero unir comporta una atención singular, requiere un esfuerzo consciente, distinto al de servir.
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