La Ciudadela, ¿un fuerte contra Barcelona?
La mentalidad colectiva, azuzada durante el romanticismo decimonónico de una fracción del proto-catalanismo, indujo en el imaginario colectivo la idea de que la Ciudadela se había construido como elemento represor de la ciudad de Barcelona
Cuando uno se adentra en la interesante visita al Parlamento Catalán, debe ir provisto tanto de capacidad auditiva como de la paciencia necesaria para no entrar en discusión histórica con el funcionario que explica al detalle cada cuadro, elemento y curiosidad del majestuoso edificio.
La introducción prometía: “El palacio formaba parte de la Ciudadela de Barcelona, un edificio militar construido para bombardear la Ciudad Condal, fue diseñada por Jorge Próspero de Verboom”. Siendo honesto, no recuerdo con exactitud el calificativo que nuestro guía dedicó al Ingeniero militar, pero sí recuerdo, perfectamente, que mi plan de ser paciente y no intervenir durante la visita no resistió el segundo envite. Se me escapó un suspiro de resignación y una negación con la cabeza que fue advertido por los escasos visitantes de aquel día. A mi protesta ante tales afirmaciones, la respuesta fue: “está documentado”. Cuando pregunté ¿dónde? El señor dijo que no sabía, pero que los historiadores lo tenían documentado.
¿Se puede acusar al funcionario de falta de objetividad? Francamente, no. La mentalidad colectiva, azuzada durante el romanticismo decimonónico de una fracción del proto-catalanismo, indujo en el imaginario colectivo la idea de que la Ciudadela se había construido, no para defender la ciudad, sino como elemento represor de la misma y de sus anhelos de libertad. Que esto se afirmara en el siglo XIX, en el que los historiadores románticos de toda Europa transformaron sucesos en una suerte de mitos y leyendas, es comprensible. Lo que ya no es tan cognoscible, es su permanencia en el tiempo y la poca ambición para tratar de ser ecuánimes y honestos con la historia.
Ser ecuánime es situarse en el contexto temporal e ir a las fuentes primarias. La idea de ejecutar una gran obra de fortificación para la defensa de Barcelona, importante núcleo urbano y estratégico puerto comercial del reino, procede de la época de Felipe IV y es anterior al Corpus de Sangre.
El empleo de la Artillería había cambiado la concepción de la fortificación. Las murallas altas que dificultaran el acceso a pie y precisaran de complejos ingenios para poder combatir sobre ellas, caían desplomadas ante decenas de balas de cañón que conseguían hacerlas colapsar. Se impusieron, por tanto, muros más bajos, ligeramente inclinados para que las enormes pellas no impactaran de lleno en ellos. Cada cierta distancia, sobresalían del muro unos avances en forma semi-romboidal que permitían hacer fuego, no solo en la aproximación de los atacantes, sino también cuando estos se encontraban al pie del muro que debían sortear. De ese modo, cualquiera que se aventurara a llegar a pocos metros de la muralla era recibido por una lluvia de balas desde tres direcciones distintas. Esto hacía imposible cualquier trabajo sobre la base de los muros. Además, un enorme foso debía rodear toda la fortificación para que ninguna torre de asedio, que protegiera a los infantes, pudiera acercarse al objetivo. La poliorcética había cambiado de fisionomía a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Los Ingenieros militares de los Austrias habían regado las posesiones hispanas de fortificaciones pentagonales. Los castillos del XVI eran plantas de traza italiana. Obras inexpugnables defendibles en sus 360º y con el espacio suficiente para poder albergar hombres, pertrechos y municiones capaces de soportar larguísimos asedios. Rendir una plaza con un fuerte de estas características implicaba construir obras a varios centenares de metros e ir aproximándose a ellas mediante zanjas protegidas o minas de zapa. Las minas eran excavaciones que se entibaban con madera y que tenían como objetivo llegar a la cimentación de los muros y poder abrir una brecha en ellos. Esto implicaba meses y meses de arduos trabajos que eran contestados por las contraminas de los defensores. Los túneles que aún vemos en las guerras modernas eran en el siglo XVII y XVIII una de las pocas formas de abrir una brecha en una fortificación de esas características.
La ciudad de Barcelona estaba amurallada y se habían introducido algunos baluartes adicionales sobre sus paños, pero sin disponer de un punto fuerte donde se pudieran resguardar las tropas y seguir combatiendo una vez fuera tomada parcialmente la población. Al Sur de la ciudad se encontraba el Castillo de Montjuic que impedía a los potenciales atacantes poder tomar un punto dominante de tanta importancia. El sector más vulnerable se ubicaba en el flanco Norte. Entre el Baluarte del Mediodía, situado muy próximo al Puerto, y el de la Puerta Nueva, que hacía de punto de inflexión en la muralla. El primer proyecto para construir un fuerte defensivo es de 1640 y la ubicación para su trazado era, precisamente, en ese lugar que se consideraba en más vulnerable. Durante el asedio borbónico a la ciudad, las tropas atacantes ejecutaron un cordón perimetral para impedir la salida de los defensores y la llegada de víveres a estos. Desde el cordón se iniciaron los trabajos de una red de trincheras paralelas que iban aproximando posiciones de tiro al muro defensivo. Se consiguieron abrir hasta siete brechas en la muralla norte y por allí se lanzaron a la toma de la ciudad. Entrando por el barrio de la Ribera y progresando por sus calles.
La antigua muralla, destrozada por los combates en su sector norte, fue elegida para construir un fuerte con planta pentagonal y cinco baluartes con sus correspondientes revellines. Cada uno de los baluartes podía ser defendido por una cantidad de entre 500 y 600 hombres y entre cinco y seis piezas de Artillería. La guarnición total sería de casi 4.500 efectivos, seis batallones completos, con materiales y suministros suficientes para poder resistir un asedio de tres meses.
En el preámbulo del proyecto del Ingeniero real D. Jorge Próspero de Verboom, se precisaba que la Ciudadela no solo se construía para defenderse de un ejército enemigo que entrase por tierra a sitiarla y una armada de mar. También debía ser el freno que se debía poner a una ciudad rebelde, que podía levantarse y embarazar por tierra cualquier socorro que necesitase introducir en la Ciudadela. Por lo que se debían considerar mayor cantidad de pertrechos, víveres y número de tropas.
Son este tipo de párrafos de los trabajos de los militares que participaron en el trazado, ejecución y planeamiento de defensa del fuerte, lo que se ha tergiversado y manipulado para hacer parecer que la construcción tenía, como único objetivo. el bombardeo de la ciudad. El documento es de 1716, apenas unos meses después de que el último bastión austracista, abandonado por su propio aspirante al trono hispano, cayera tras un largo sitio.
El principal objetivo de la Ciudadela es disponer de un fuerte abaluartado e inexpugnable que sirva de protección al puerto y a la zona más vulnerable del lienzo norte del sistema defensivo. En el análisis de riesgo que se plantea, debe contemplarse la hipótesis más desfavorable, que implique también la posibilidad de un levantamiento popular. Los trabajos de construcción comenzaron en 1716, pero no sin daños colaterales. Varios centenares de casas debieron ser destruidas. Las obras principales finalizaron en 1721, aunque se siguió construyendo hasta tres décadas después. Dentro se quedó la torre medieval de San Juan. Se integraron en el complejo 3 cuarteles para las tropas. El mayor de todos ellos, el arsenal, es hoy el edificio del Parlamento de Cataluña. En frente de los cuarteles se ubicaban la casa del Gobernador y la Iglesia que, en la actualidad, integrados en el Parque de la Ciudadela, siguen en pie, siendo los últimos vestigios de aquel fuerte imponente.
Si la construcción se hubiera llevado a cabo para intimidar a los barceloneses, no se habría realizado una obra de tal calibre con tres de los cinco baluartes hacia el exterior ubicando en ellos edificio para tropas, lo que no tenían los dos que miraban hacia la ciudad. El capitán general Próspero de Verboom, fundador del Real Cuerpo de Ingenieros del Ejército, el 17 de abril de 1711, vivió en la Ciudadela hasta el día de su muerte, expresando siempre su amor por la ciudad de Barcelona. Hasta tal punto llegó el cambio de paradigma para la Ciudad Condal que la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación, cuna de los Ingenieros militares del XVIII y principios del XIX, inauguró sus clases en 1720 dentro de la Ciudadela y allí se formaban, durante cuatro años, los futuros oficiales del Cuerpo. Hasta 1752 la Academia siguió en la Ciudadela, cambiando de sede, al convento de San Agustín Viejo donde continuó hasta 1803. Más de 80 años en Barcelona.
Durante la Guerra de la Independencia, los franceses se hicieron con la fortaleza. La emplearon de almacenamiento de víveres y depósito de trigo que afanaban de las poblaciones cercanas. También se utilizó como prisión para los contrarios a la ocupación. No fue liberada hasta 1814 por un coronel barcelonés, de Borredá, José Manso y Solá, que quedó como gobernador de la misma.
Tras la guerra, cuando Barcelona ya tenía una importante población que superaba los 150.000 habitantes, la Fortaleza comenzó a ser un obstáculo para el necesario crecimiento de la ciudad y las necesidades defensivas habían cambiado sustancialmente, por lo que, quedarse con una instalación militar de ese calibre dentro del casco urbano carecía de sentido. Los cuarteles podían mantenerse, y así se hizo.
Hoy, los terrenos donde se alzaban murallas, cuarteles, polvorines, baluartes y revellines, son un parque público y lo único que queda de la fortaleza es el nombre. La iglesia sigue allí, el palacio del Gobernador es un edificio de enseñanza secundaria y los sólidos muros del arsenal, que albergaron tropas españolas, italianas, flamencas, francesas y británicas, fue el edificio elegido en 1932 para la ubicación del Parlamento de Cataluña.
Fue, precisamente, otro militar del Cuerpo de Ingenieros, Francesc Macià, el que pasó revista al las tropas formadas en frente del nuevo parlamento de Cataluña, para albergar la primera sesión del mismo el 6 de diciembre de 1932. Pero esa es otra historia digna de ser contada…
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