Cataluña y España en el tormentoso 1918
El año 1918 fue el año de la ofensiva política del catalanismo para obtener el estatus de Región Autónoma
1918 fue un año especialmente complejo para la política española. La amarga resaca de la triple crisis de 1917 continuaba atormentando a los gobiernos de turno y los problemas no habían hecho más que magnificarse. A pesar de que la crisis de subsistencias se planteaba como el más acuciante, urgente e ineludible de los grandes retos que debía enfrentar el Estado, fue también el año de la ofensiva política del catalanismo para obtener el estatus de Región Autónoma, algo que pretendía ir mucho más allá de lo conseguido hasta ese momento con la Mancomunidad Catalana.
El catalanismo seguía siendo un movimiento predominantemente de derechas, a pesar de que la izquierda republicana, a través del nuevo partido de Marcelino Domingo, que resultó de la fusión del Bloque Republicano Autonomista de Layret y otros partidos republicanos nacionalistas o autonomistas de izquierdas, había llegado a las Cortes con cuatro diputados en febrero de 1918, frente a los 21 de la Lliga Regionalista.
La muerte de Enric Prat de la Riba en 1917, principal ideólogo del nacionalismo burgués y hombre de corazón separatista, había transformado el dicótomo movimiento catalanista en un incontestable liderazgo en torno a la figura de Francisco Cambó.
Prat falleció siendo presidente de la Mancomunidad y el relevo de Puig i Cadafalch permitiría a Cambó disponer de mayor libertad de movimiento en Madrid, libre ya de las riendas del sector más ortodoxo de la Lliga.
Cataluña gozaba de la característica atomización de partidos y agrupaciones políticas que ha distinguido tradicionalmente a la región desde que se reinstauró la Monarquía Parlamentaria. Tras las elecciones municipales de enero de 1918, las 36 poblaciones que se constituían como cabeza de partido judicial en las cuatro provincias mancomunadas tenían: 14 alcaldes republicanos (del centralista y españolista partido de Alejandro Lerroux), 6 regionalistas, 5 del Partido Liberal, cuatro nacionalistas, cuatro del Partido Conservador, dos independientes, y la población que vio nacer a Macià, Vilanova i la Geltrú, que no pudo constituirse en ayuntamiento por falta de acuerdo entre los concejales. En resumen, 14 republicanos, 10 catalanistas (entre regionalistas y nacionalistas) y 9 alcaldes de los partidos dinásticos (liberales y conservadores). La Cataluña de 1918 presentaba un mapa de lo más variopinto.
Cambó decía de Prat de la Riba que «era el más radical de todos los catalanistas» y afirmaba que no se encontrarían una página de su malogrado compañero que fuera separatista, «porque era más que separatista». Esas palabras se pronunciaron en el homenaje a la memoria del presidente de la Mancomunidad, en el barcelonés teatro del Bosque, en septiembre de 1918.
La nueva Lliga con Cambó y Ventosa tenía una aspiración pragmática. No suponía esto renuncia alguna a sus anhelos autonomistas, más bien al contrario, ofrecían sus servicios a la Monarquía a cambio de que se valoraran sus demandas de mayor autogobierno. Se hizo habitual tener ministros regionalistas en los gabinetes conservadores o liberales, en cada una de las dos versiones en las que se habían dividido los dos grandes partidos tradicionales: las lideradas por García Prieto y el Conde de Romanones en la versión liberal y las de Antonio Maura y Eduardo Dato en la conservadora. Ventosa llegó a ser ministro de Abastecimientos, una cartera que se generó, precisamente, por la necesidad de proveer de subsistencias los famélicos mercados nacionales. Ventosa consideraba que el catalanismo y el Gobierno de España eran dos cosas compatibles y que, desde él, los regionalistas podían trabajar más a favor de sus aspiraciones.
La situación en marzo de 1918, tras las elecciones, era insostenible. Ninguno de los hombres que proponía el rey conseguía los apoyos necesarios para formar Gobierno. Maura, el veterano político conservador, que había intentado en el pasado una regeneración desde arriba, fue el último en intentarlo sin éxito. El propio rey, observando que no había acuerdo entre las formaciones políticas para poder constituir un gabinete, llamó a los cuatro líderes de las facciones dinásticas: Maura, el conde de Romanones, García Prieto y Eduardo Dato.
La situación era tal que el monarca les dijo a los cuatro políticos que, o se ponían de acuerdo por el bien del país, o se marchaba al día siguiente. Los cuatro expresidentes se mostraron conformes en aceptar cualquier cartera de un Gobierno de concentración nacional, el siguiente en responder con igual contundencia fue Francesc Cambó. Por primera vez desde que se promulgó la Constitución de 1876, se formaba un Gobierno multicolor que recogía las sensibilidades políticas dinásticas, incluida la Lliga Regionalista.
Cambó se convirtió en ministro de Fomento de un gabinete liderado por Antonio Maura y en el que estaban los cuatro expresidentes. El objetivo del nuevo Gobierno era: aprobar las reformas militares que habían impuesto las Juntas de Defensa, promulgar una amnistía para los presos por la Huelga General Revolucionaria de 1917 y aprobar los presupuestos.
Es importante contextualizar, en un momento en el que la presión ejercida por las Juntas de Defensa, lideradas desde Barcelona, hacía temblar todos los resortes del Régimen, incluida la Monarquía. Había mucho en juego y hacía falta del esfuerzo de todos para salir adelante. Cambó respondió a la llamada del rey y lo hizo, según él mismo, por patriotismo. No es menos cierto que tras el pronunciamiento de las Juntas en junio del año anterior, Cambó había tratado de negociar con el coronel Benito Márquez, presidente de la Junta Central, para que apoyaran la Asamblea de Parlamentarios que tendría lugar semanas después. Las Juntas derivaron en una auténtica sublevación mesocrática que exigió el cese de los generales que habían dominado la cúpula militar durante años y obligó al propio rey a desprenderse de algunos de sus más fieles colaboradores uniformados, ya que se le acusó de favoritismo. Se extendió el pánico entre los políticos civiles porque las exigencias, aunque con un disfraz corporativo, conformaban un auténtico golpe del poder militar en una nueva forma de pronunciamiento.
El catalanismo conservador trató de aprovechar el río revuelto para desnudar su recurrente ambigüedad, comenzando una campaña que los llevó por todas las regiones españolas para intentar explicar las grandes ventajas de las autonomías. El rechazo fue generalizado.
En octubre de 1918, en las Cortes, Cambó reconoció que el régimen federalista ya se había ensayado en España y que fracasó. Había que evitar que sucediera lo mismo con la Autonomía. ¿Cuál era la diferencia? Que la concesión de autonomía, que no debía ser un acto obligatorio sino cuando la pidiesen las propias regiones, se armonizaba perfectamente con el Poder Central, trató de hablar sin anfibologías y con pragmatismo, algo que no era siempre habitual en su discurso:
"Aspiramos a la reivindicación de nuestra personalidad; ya lo hemos dicho, y lo repito aquí; queremos nuestra lengua, nuestro Derecho, nuestra vida catalana, pues quien la ama verdaderamente ha de querer también el amor a la región. Se habla de regionalismo y de nación, y estamos luchando por la construcción de vocablos; pero la finalidad es la misma; queremos que se nos reconozca la personalidad catalana y llamadla como queráis. ¡Ojalá que el estado de conciencia de Cataluña lo tuvieran todas las regiones de España; así sería España más grande, más potente, porque la vida regional, se quiera o no, ¡es su creencia!"
La autonomía no pudo ver la luz porque el anarquismo, a través de la Huelga de la Canadiense y la deriva de la conflictividad social posterior, que llevó a una facción del obrerismo a pasar a la acción directa mediante la ejecución de atentados terroristas, pusieron las aspiraciones autonomistas en la nevera para sacar el túper del orden público y priorizar la seguridad al autogobierno. Cambó pasó entonces a apoyar a Martínez Anido al frente de la Gobernación Civil de Barcelona, pero esa es otra historia digna de ser contada…
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