El catalanismo y la CIA
En Potsdam se salvó a Franco
El 19 de julio de 1945, en la Conferencia de Potsdam que debía reunir a los jefes de Estado aliados victoriosos contra la Alemania Nazi, se agendaron siete puntos de discusión:
- Acordar un texto sobre el control político de Alemania.
- Polonia.
- La flota alemana y la marina mercante.
- España.
- La Implementación de la Conferencia de Yalta.
- Yugoslavia
- Rumanía.
En la Conferencia anterior, en Yalta, en el mes de abril, la Administración Demócrata Norteamericana adoptó como propia la política británica con respecto a España. Una actitud fría y no condescendiente con el régimen del general Franco, con “ataques diplomáticos ocasionales”, que tenían como fin la retirada voluntaria del poder por parte del propio dictador, motivada por el acuerdo e insistencia de varios de los generales más cercanos al Pardo. La alternativa era la coronación de Juan de Borbón como rey de España, con el apoyo de monárquicos, entre los que había bastantes militares, y de la izquierda moderada; incluyendo a los socialistas de Indalecio Prieto. Lo que no se contemplaban eran grupos comunistas.
Con esas expectativas, Juan de Borbón se lanzó a proclamar el conocido Manifiesto de Lausana, en el que pedía la retirada de Francisco Franco y la restauración monárquica para iniciar un sistema parlamentario similar al británico, el neerlandés o el de otros estados europeos.
No obstante, la situación geopolítica estaba cambiando drásticamente. Los que habían sido aliados en la derrota del nazismo, se encontraban ahora con intereses enfrentados sobre la composición del mapa de la Europa resultante.
Un mes más tarde, en mayo de 1945, Edward Frederik, Conde de Halifax y embajador británico en Washington, informó al Foreing Office que el Departamento de Estado norteamericano había analizado el caso español y que mantenían un completo acuerdo con la política británica, en principio, pero, que el sentimiento, en la práctica, era que si se era demasiado severo con Franco, elementos comunistas podían sacar partido y que desde Moscú podían convertir a España en una amenaza superior a la de la propia Falange.
La nueva idea era presionar al general para que hiciera reformas en sentido de libertades democráticas en lugar de promover la caída de su régimen.
Volviendo a Potsdam y al punto cuatro de la Agenda de los Jefes de Estado. El 19 de julio, Molotov, ministro de Exteriores soviético, presentó un memorándum sobre el asunto español que suponía una apuesta por la intervención.
Cuando se reunieron Churchill, Truman y Stalin, el británico planteó el principio de no intervención en los asuntos internos de un Estado neutral, bajo el peligro de provocar una segunda guerra civil y siendo suficiente con presionar y aislar a Franco. Se mostró en desacuerdo con la recomendación soviética de que la Unidad de Naciones rompiera toda relación con el Gobierno Español. Truman, recién elegido como sustituto del desafortunado Roosevelt, respaldó la posición del británico, aunque como también había hecho el primero, hizo manifestaciones de desafección absoluta con el régimen.
Ambas naciones dejarían claro que no apoyaban a Franco y proponían un comunicado conjunto, pero sin la dureza de la propuesta soviética que estaba a favor de la intervención. No olvidaban la participación de la División Azul, que se consideraba un ataque a sus fronteras. Los tres se enfrascaron en la discusión manifestando las enormes diferencias que empezaban a surgir entre los aliados. Stalin decía que no era un asunto doméstico y que el régimen de Franco suponía un peligro internacional, y Churchill respondía que eso se podía decir de casi cada país. El telón de acero se comenzaba a levantar en plena conferencia.
Finalmente, no hubo acuerdo y la postura de Churchill prevaleció. Los occidentales no querían que lo que estaba sucediendo en Yugoslavia, Bulgaria o Rumanía se reprodujera también en España.
De catalanistas y espías
Esta conferencia contribuyó a la supervivencia del régimen, que empezó a ser observado de cerca por los Estados Unidos. En Relaciones Internacionales no existen escrúpulos, solo intereses. España no era un país con una mayoría monárquica y una corona débil pronto caería en manos de los comunistas. Esta era la postura que se esgrimía para permitir al ferrolano seguir durmiendo en las habitaciones del Palacio del Pardo.
No todos los republicanos supervivientes veían con buenos ojos los pactos con Juan de Borbón e Indalecio Prieto. José Giral, nombrado presidente de la República en el exilio, trataba de desacreditar al Gobierno de España y que las Naciones Unidas apoyaran algo más que condenas y comunicados. Vivía en la burbuja de una posible restauración de la República Española, algo que los anglosajones de ambos lados del Atlántico no iban a permitir, porque el republicanismo español acabó bajo la esfera soviética y eso no podía repetirse.
La Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, conocida por su acrónimo en inglés CIA, se creó en septiembre de 1947 y, desde el principio, investigó muy de cerca España, su ejército, su situación económica y, sobre todo, las fuerzas de oposición del régimen de Franco. Los primeros informes son de meses antes de la fundación de la Agencia.
Los catalanistas de la Lliga habían apoyado al autodenominado Bando Nacional desde el principio, tanto económicamente como a través de artículos en los medios de comunicación extranjeros, sobre todo en Francia, tratando de revertir la opinión pública francesa.
Los catalanistas de izquierdas, por otra parte, estaban divididos. Por un lado, se mantenía el Gobierno de la Generalitat en el exilio y por otra, dentro de España y como organizaciones desafectas al régimen, existían la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas y el Consell Nacional de la Democracia Catalana.
El informe del Grupo Central de Inteligencia del 15 de enero de 1947 expone con total rigurosidad la composición de estos grupos y su posicionamiento.
Respecto a la Generalitat, la impresión del informante era que la mayoría de los catalanes que vivían en el extranjero se mostraban insatisfechos con el Gobierno en el exilio. Lo acusaban de inactividad y falta de orientación y de incapacidad para apoyar a los movimientos antifranquistas del interior.
Por otra parte, el Consell Nacional de la Democracia Catalana se citaba como el más importante de los grupos opositores. Este agrupaba a todas las organizaciones de tendencia nacionalista. En él se encontraba la ERC, el Front Nacional, Stat Català, el Movimiento Socialista de Cataluña, Acció Catalana, el Partido Republicano de izquierdas, Estudiantes Catalanes y la Unió Democrática de Cataluña. El Consell no mantenía relaciones con la Generalitat en el exilio y se mostraba, según el informe, partidario de alcanzar acuerdos con cualquier fuerza u organización que combatiera al franquismo, incluidos los monárquicos. Estaban dispuestos, también, a aceptar un gobierno de transición siempre que se garantizara un mínimo de autonomía para Cataluña. La Generalitat, en cambio, iba en la línea de los republicanos del exilio que aún anhelaban el regreso de la República.
Por otra parte, estaba la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas que agrupaba a los partidos obreros con la excepción del PCE: El PSOE, la CNT, que como siempre se encontraba dividida entre los que cooperaban con los republicanos y los que no; y el POUM del infortunado Andreu Nin, que aún tenía cierta importancia en Cataluña.
La Esquerra, que formaba parte tanto de la Generalitat como del Consell, se encontraba dividida y el informe norteamericano incidía en las diferencias entre el secretario general de ERC, Josep Tarradellas, y los que se encontraban en el interior de España. Las comunicaciones entre las fuerzas catalanas en Francia y España eran irregulares, con largos periodos sin establecer contacto alguno. Tarradellas, no obstante, comenzaba a hacer esfuerzos para apoyar a los miembros de su partido en el interior y había conseguido enviar casi medio millón de francos para ello.
Estados Unidos estaba en una fase de posible apoyo al Régimen de Franco y, de ese modo, poder llegar a algún acuerdo que permitiera un despliegue en Europa Occidental a cambio de una actualización militar de un Ejército que se encontraba en un estado deplorable tras ese aislamiento y la incapacidad económica, a pesar de dedicar más del 25% del presupuesto para tratar de mantenerlo. La obsesión de Franco con una posible invasión por los Pirineos había llevado a grandes obras de fortificación, más aún tras el combate del Valle de Arán de octubre de 1944, en el que miles de guerrilleros, en su mayoría comunistas, cruzaron la frontera y fueron derrotados por el general Moscardó, capitán general de la IV Región Militar, la que tenía su capital en Barcelona.
El interés de la inteligencia norteamericana por las fuerzas catalanas estaba dentro del análisis sobre el auténtico poder de las fuerzas opositoras al régimen.
Las conclusiones eran que las fuerzas catalanistas continuaban dividas, tanto en el extranjero como dentro de España. El gobierno de la Generalitat en el exilio era incapaz de tender puentes entre tanta división y de dirigir oposición alguna porque no controlaba sus fuerzas en el interior. El Consell, por otra parte, se extendía y ganaba prestigio entre las organizaciones de resistencia.
Este era el resumen del primer informe sobre las fuerzas catalanistas. Muchos más se hicieron sobre todas las fuerzas de oposición, sobre todo las relacionadas con el comunismo. Una vez se alcanzaron los Acuerdos de Madrid de 1953 entre los generales Eisenhower y Franco, el espionaje bajó su intensidad en España.
La decisión de apoyo al régimen dejó en la estacada a republicanos, monárquicos, catalanistas, nacionalistas vascos y todas las fuerzas derrotadas durante la Guerra Civil Española. Franco se mantuvo tres décadas más en el poder como gran vencedor de la lotería de la geopolítica, pero esa es otra historia digna de ser contada.
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