Camino del bloqueo
La gran mayoría de los partidos con representación parlamentaria parecen decididos a hacerle un cordón sanitario a Illa
Que Salvador Illa es el claro ganador de las elecciones es algo que nadie puede poner en duda. Su victoria es incontestable. Nunca el PSC había ganado unas elecciones al Parlament, en los 45 años de democracia catalana, aunque Pasqual Maragall, en la época del bipartidismo, llegó a obtener un mejor resultado. Pero ganar hoy no es garantía de gobernar. Y si no que le pregunten a Alberto Núñez Feijóo.
El gran triunfo de Illa es un mérito atribuible principalmente a él. A un hombre tranquilo, moderado y serio que nunca pensó dedicarse a la política y puede convertirse en uno de los socialistas catalanes que haya desempeñado más papeles del auca.
Concejal y alcalde de La Roca del Vallés, diputado en el Parlament, director general del Gobierno, ministro de Sanidad y con la presidencia de la Generalitat junto a los dedos. Pero llegar al Palau de la Generalitat no será un camino fácil.
Illa ganó el 12 de mayo, sí, pero gobernar es ya otra cosa. Y por uno u otro motivo, la gran mayoría de los partidos con representación parlamentaria parecen decididos a hacerle un cordón sanitario a la hora de pactar con él.
Nadie, con la salvedad de Carles Puigdemont, le ha dicho que no puede optar a presidir el Govern. Pero todos, con la salvedad de los Comunes que solo así podrían maquillar su derrota, le han dicho que no le darían su apoyo.
Que Salvador Illa pueda convertirse en el 133 presidente de la Generalitat dependerá de una serie de carambolas, de astucia y de renuncias. Y posiblemente, también, de tensiones internas en distintos partidos que han obtenido representación y entre el PSC y un PSOE que ahora tienen objetivos diferentes. Mientras los socialistas catalanes sueñan con gobernar Catalunya, Pedro Sánchez sueña con seguir gobernando España -si Carles Puigdemont se lo permite—.
El candidato de Junts, que con su regreso ha conseguido hundir a ERC y la CUP, ha convertido al espacio postconvergente de nuevo en la fuerza hegemónica del catalanismo y el independentismo. Clave para recuperar poder territorial, en ciudades como Gerona o Barcelona.
Pero los 35 diputados que obtuvo, quince más que su mayor competidor, ERC, son insuficientes para volver a ser presidente. Y con la promesa de su regreso, que debería materializarse en menos de un mes, su futuro dependerá de la voluntad de una ERC que le tiene especial animadversión.
En Esquerra, que este lunes no escondían su tristeza, la peor derrota electoral desde el 2010 se ha cobrado la primera víctima. El presidente de la Generalitat en funciones, Pere Aragonès, en un acto de coherencia de quienes poco se estilan en la tan polarizada política de nuestro país (fuera de ella hace mucho frío, y trabajar para algunos es un gran esfuerzo), ha presentado su renuncia a seguir haciendo política. Asumiendo en primera persona el fracaso electoral de su partido.
Pero no todo es culpa de Aragonés. Ni mucho menos.
Quien más ha apretado para unir su suerte a la del PSOE, entrando y saliendo de los despachos del poder socialista, como si fuera uno de ellos más, ha sido el propio Gabriel Rufián, que ni siquiera acompañó con el resto de dirigentes al presidente en su despedida. Cabizbajo, con la mirada perdida y sin apenas verbalizar ninguna palabra, abandonó antes de la rueda de prensa la sede de ERC.
Y si Aragonès fue uno de los grandes derrotados en las urnas, junto a los Comuns y la CUP, y un ya desaparecido Ciutadans que ha agonizado hasta el último minuto, el PP, Vox y Aliança Catalana han sido uno de los ganadores más cómodos. Quienes pueden saborear el gusto de una victoria pero sin la presión de tener que cumplir con nada.
Mientras el PP, al que el PSOE ha menospreciado, tiene las manos libres, ya que Alejandro Fernández siempre ha dicho que no pactaría ni con los independentistas ni el PSC, Vox y Aliança Catalana las tienen por el cordón sanitario que todos los partidos les han hecho. Si ahora quieren sus votos, como es posible que los necesiten en más de una ecuación, el precio que le pondrán será caro.
Hecha esta radiografía, quien sea capaz de aventurar quién será el 133 presidente y qué partidos formarán el Gobierno o es un auténtico visionario con superpoderes o un flipado dispuesto a lanzarse a la piscina mintiendo. No hay nada claro y mucho menos seguro.
Y el escenario de un bloqueo electoral, incluso de una repetición de las elecciones en otoño e incluso, puede que, unas elecciones generales, esté más vivo que nunca. Como si los ciudadanos no hubieran sabido votar. Y si ocurre esto, señores, quien dimitirá, será servidor de agotamiento.
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