
La calma en 4° de la ESO
En cuarto de la ESO la efervescencia de las feromonas pasa a cierta calma, bajo la presión de una nueva herramienta: el cerebro
El lenguaje que la política de este país utiliza para hablar de enseñanza es de una suma demagogia que flota sobre nubes teóricas y vacías de cimientos en donde asientan su falaz sistema educativo. De esta manera, muchos demagogos de la educación recrean la adolescencia como un recuerdo subjetivo en su madurez. En ello desconocen que, de primero a tercero de la ESO, se sufre con intensidad el aula, pero que en cuarto la efervescencia de sus feromonas pasa a cierta calma bajo la presión de una nueva herramienta, su cerebro.
Si antes se debía limitar con celeridad y luego, y en frío, razonar, ahora puedes hacer lo contrario, razonar limitando. Si antes ellos no se sentían escuchados, ahora te escuchan algo más por algo muy simple, su mayor nivel de empatía. En fin, que los púberes de cuarto de la ESO razonan con menos feromonas y con más arbitrio, ya que comienza a declinar el máximo de su adolescencia.
Nuevamente, al conversar con ellos, resulta muy importante hacerlo con voz calmada y tratándoles siempre como adultos. Siempre hay aquel docente que intenta engañarles con argumentos pueriles, pero que los alumnos descubren por falta de coherencia. Es entonces cuando pierden lo más importante entre profesor y estudiante: la confianza. En fin, que vuelven a cortar el puente de cuarto y levantaban su muro de tercero, algo nuevamente fascinante.

Hay un asunto que algunos educadores llevan fatal ante los muros pubescentes, el histerismo. Miles de casos hay en donde un profesor se sale de sus casillas y entonces ellos, los alumnos, lo consideran inferior y falto de autoridad; es más, a menudo van a por él provocándole una y otra vez. Mantener el temple ante los alardes adolescentes resulta toda una técnica teatral. Ante sus insultos y sus palabrotas cabe representar un personaje ajeno a uno mismo, un bromista irónico y despistado. Y ello da buenos resultados, eso sí, sancionando después. Así, los díscolos saben que no fue un despiste el sarcasmo, sobre todo cuando ven el parte. En fin, que cabe mostrarse templado, de razonamientos lógicos y con coherencia en las decisiones.
Esa justicia les infunde lo que necesita cualquier humano para el diálogo: la confianza. Si ellos confían en ti, uno ya está siendo aceptado y respetado por su clan, sin pertenecer a él, claro está. En tal situación las demandas adultas serán escuchadas, y muy a menudo cumplidas, sin necesidad de gritos ni imposiciones. Por eso es tan importante entablar esa confianza entre educadores y aprendices. Por desgracia, y por nerviosismo, el mentor recurre al grito en el momento no adecuado. Un alarido puntual, ensayado y en el instante necesario suele ser muy útil para llamar al orden, pero hacerlo por costumbre y sin control disuelve su posible efectividad.
Al final, los púberes te toman por el pito del sereno. Por otro lado, los gritos engendran gritos. Si desde infantes ellos, los hijos, aprenden que el lenguaje para comunicarse en casa es el bramido, imitarán esas costumbres de adolescente y entonces mucho ruido y pocas nueces. Por tanto, la imposición a modo radical no suele funcionar en esta edad.

En función de cómo es un adolescente, puede resultar más efectivo negociar con ellos, pero ojo, siempre al alza. No negocie a la baja con sus adolescentes. Si en casa un padre quiere que recoja la bolsa de deporte, pídale entonces que ordene toda su habitación. Si su hijo le dice que no va a cenar, pero que quiere conectarse a Internet, no le pida a cambio que cene. Cenar hubiera cenado igualmente, suelen tener mucha hambre, lo de Internet se lo coló a lo Messi, como un gol. En asunto de notas, algunos educadores defienden recompensarlas económicamente, aunque mejor no pagar demasiado. Sino, lea el caso siguiente:
Roland G. Fryer, economista de Harvard, propuso que se ofrecieran recompensas monetarias para motivar a los estudiantes de algunas escuelas de Nueva York y Dallas con elevado fracaso escolar. En un programa que se puso en marcha durante el 2006 en Nueva York, los maestros evaluaban a los alumnos cada tres semanas y recompensaban con pequeñas sumas, del orden de 10 a 20 dólares, a quienes lograban calificaciones altas. Los primeros resultados parecieron prometedores, pero jamás fueron definitivos. Al final se acostumbraban y la cosa salía cara. La verdad, con la crisis sufrida, mejor ahorrar. En fin, mejor ser avaro durante el curso y premiar solo al final.
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