Cabanellas, el republicano que se rebeló contra la República
Si Cabanellas no se hubiera unido a la sublevación el Ejército rebelde, este no habría contado con la reserva de fusiles
El 14 de mayo de 1938, en plena guerra civil, moría, a los 66 años, Miguel Cabanellas Ferrer.
Hijo y hermano de militar, Cabanellas conforma el arquetipo de los africanistas veteranos. Los que procedían de la Academia General Militar, institución que únicamente funcionó durante 10 años, entre 1883 y 1893, pero que supuso un impulso en la enseñanza militar que por falta de presupuesto naufragó y no fue reeditada hasta 1928, fecha en la que un antiguo alumno de la general, Miguel Primo de Rivera, encargó al joven Francisco Franco volver a abrir el centro.
Como otros muchos de su generación, forjó su carrera, aupado por el sistema de ascensos por méritos de guerra. Vivió en Cuba su bautismo de fuego y se mantuvo dos años en la complicada guerra cubana en la que, como muchos de sus compatriotas llegados desde la península, enfermó de gravedad hasta el punto de tener que ser evacuado por fiebre amarilla. Más de 40.000 militares españoles perecieron en la isla por enfermedades endémicas. Una auténtica lacra que multiplicó por 10 la capacidad de hacer bajas de los mambises.
En Cuba se forjó como soldado y en África se consolidó como líder de unidades de Caballería. El Barranco del Lobo o los Llanos de Garet fueron testigos del ejemplo del valor desmedido, temerario e, incluso, ineficiente que mostraban los oficiales en los primeros años de las campañas marroquís. El concepto de valentía, asociado al honor y la dignidad de morir en combate, hacía que los oficiales, perfectamente identificables desde la distancia, fueran objetivo deseado de los tiradores rifeños.
Vivir la experiencia del Desastre del Barranco del Lobo y la repercusión que aquello tuvo en España, le llevó a proponer la formación de unidades de voluntarios indígenas en las que participó desde primera hora. Las Mehalas le debían gran parte de su nacimiento. Comenzó en África como capitán en 1909 y 10 años después ya era general de brigada. Cuatro empleos en 10 años, a una media de dos y medio por cada uno de ellos.
Tras el desastre de Annual, sus barbas lideraron una columna tras otra en la campaña de desquite, en la que volvió a destacar. El horror al presenciar cientos de cadáveres insepultos de jóvenes muchachos que habían sido masacrados unos meses antes le motivó a escribir palabras de gran dureza contra sus propios compañeros peninsulares de las Juntas de defensa, a los que culpó del desastre.
“Creo a ustedes los primeros responsables, al ocuparse solo de cominerías, desprestigiar al mando y alcanzar en los presupuestos aumentos de plantilla, sin preocuparse del material que aún no tenemos, ni de aumentar la eficacia de las unidades. Han vivido ustedes gracias a la cobardía de ciertas clases, que jamás compartí. Que la historia y los deudos de estos mártires hagan con ustedes la justicia que merecen”.
Si algo caracterizó su trayectoria fue la falta de prudencia y contención. Fue uno de los militares marcadamente republicanos, como su amigo Gonzalo Queipo de Llano, con quien compartió ideología y conspiraciones contra la dictadura de Primo de Rivera. Compañero en la masonería de otro republicano, el general Eduardo López de Ochoa, fue cesado en 1926.
Al llegar la República, los militares republicanos recogieron sus premios iniciales. Queipo fue nombrado Capitán General de la 1ª Región Militar en Madrid, López de Ochoa de la 4ª en Barcelona y Cabanellas mandaría la 2ª en Andalucía.
Tras ello, mandó las Fuerzas Militares de Marruecos y, posteriormente, relevó a Sanjurjo al frente de la Guardia Civil. Tuvo sus más y sus menos con Azaña, con quien también rozaron los otros generales republicanos mencionados.
Cabanellas llegó a ser diputado en las elecciones de octubre de 1933 por el Partido Republicano Radical de Lerroux, aunque presentó su renuncia unos meses después para ser Inspector General de Carabineros primero y de la Guardia Civil, nuevamente, a partir de febrero de 1935.
En enero de 1936, hubo un extenso cambio en los mandos de las unidades republicanas. Cabanellas, nada sospechoso de conspiraciones, recibió el mando de la V División Orgánica, la de Zaragoza.
Mola no se fiaba de Queipo de Llano por su conocido y marcado republicanismo. Pero este, una vez se produjo el cese de su consuegro, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora; buscó contactar con quien estuviera planeando derrocar al Gobierno del Frente Popular. Tras entrevistarse con Mola, Queipo contactó con Cabanellas a quien consiguió convencer. El objetivo inicial de los tres era montar un directorio que evitara la revolución y, posteriormente, volver a convocar elecciones. Ellos lo llamaban “salvar a la República”.
El prestigio de Cabanellas arrastró a muchos militares que se habían posicionado claramente del lado republicano. Entre ellos el general Fernández Burriel, de Caballería como él, que se sublevó en Barcelona y que acabó ante un pelotón de fusilamiento junto a Manuel Goded en los fosos del Castillo de Montjuic.
Cuando Sanjurjo murió en un fatídico accidente en Portugal, fue nombrado presidente de una Junta de Defensa Nacional en la que estaban los generales de las divisiones del norte que se habían sublevado.
Franco, el 1 de octubre, consiguió el mando único y lo relegó al puesto de inspector general del Ejército, un destino desde el que no podía hacer más que presidir desfiles.
Si Cabanellas no se hubiera unido a la sublevación el Ejército rebelde, este no habría contado con la reserva de fusiles y municiones de la V División Orgánica. Asegurar la ciudad de Zaragoza, punto intermedio entre Madrid y Barcelona, proporcionó a los sublevados un excelente referente geoestratégico que fue crucial para que el golpe, aun fracasando de inicio, no terminara de ser derrotado.
Muchos de los militares republicanos que, como él, se habían sumado al alzamiento para “salvar a la república” no pensaban ni por asomo lo que sucedería años después cuando finalizó la cruenta Guerra Civil. Pero, esa es otra historia digna de ser contada…
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