Imagen del director de cine Luis García Berlanga con una imagen de la película 'Bienvenido Mr Marshall'
OPINIÓN

Berlanga, Barros, Bilbao y las trincheras

La genialidad de Luis García Berlanga, el anarquista que combatió en la División Azul, tiene difícil imitación

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

Un mes de abril de 1953, en el castizo cine Callao de Madrid, se estrenó la película “Bienvenido, Mister Marshall”. La genialidad de Berlanga, el anarquista que combatió en la División Azul, tiene difícil imitación.

Sus películas, como El Quijote, son elogiadas incluso por aquellos que ni siquiera las han visto, pero que serían incapaces de reconocerlo porque quedaría en entredicho su presunción de intelectuales, ganada a pulso con la suscripción mensual al Círculo de Lectores que les obligaba a comprar un libro al mes y que, a base de un par de lustros, conseguían decorar la estantería del salón con un montón de volúmenes pintones, huérfanos de marcapáginas, anotaciones o huellas dactilares. Una vez se llenaba la estantería y los libros comenzaban a estorbar, el pobre señor, que venía hasta la puerta de casa, cargado con tantos kilos de sabiduría, era despachado tras años de fidelidad literaria. 

El cartel de la películo Bienvenido Mister Marshall de 1953

Aquellos salones de los ochenta con sofás de escay, muebles protegidos por pañitos de ganchillo y televisiones que sujetaban figuritas escultóricas, recuerdos de algún viaje o de la añoranza de la procedencia del propietario; fueron el lugar en el que muchos conocimos a Pepe Isbert, a Manolo Morán o el mechón acaracolado de Estrellita Castro, como contrapunto al invencible Tarzán de los sábados por la tarde.  

La España en blanco y negro ha quedado reducida a los infiernos por las nuevas generaciones porque se ha asentado el mitologema de que no se podía bailar, ni cantar, ni leer, ni jugar en las calles. Se copulaba con la luz apagada, la gente era triste y estaba prohibida la felicidad.  Como si el país, por carencia de libertades democráticas, hubiera también perdido el alma. Nada hay peor para recordar la historia que la falta de sentido común. 

Berlanga demostraba que no era así. El régimen, tras años de aislamiento internacional e incertidumbre, se subía a la tabla de salvación que le tendía el Tío Sam. Los Pactos de Madrid, que se suscribieron en septiembre de ese año 1953; proporcionaban a España ayuda militar y económica a cambio del despliegue de Bases americanas en la geoestratégica Península Ibérica.

Eisenhower, el otrora general de los Ejércitos que derrotaron al Eje, se paseaba por Madrid en coche descubierto junto a su nuevo aliado bajito y uniformado, que le mostraba orgulloso las muestras de adhesión. Un rascacielos aparecía con las luces de las ventanas encendidas para leer IKE, el apodo del presidente norteamericano. Público a cuatro filas por cada lado meneando banderitas para que el régimen mostrara su cara más amable y artificial. Todo un espectáculo cuidadosamente organizado que simbolizaba la entrada de España en el bloque Occidental porque los americanos preferían una dictadura de corte capitalista que la posibilidad de tener una atalaya de Stalin en la Europa más alejada de Moscú. 

Visita del presidente de Estados Unidos a España, 1953

El guion fue escrito por un anarquista divisionario, Berlanga; un falangista, Miguel Mihura y un comunista en ciernes, Juan Antonio Bardem. Entre los tres realizaron una crítica amable a todos los aspectos de la sociedad de la época.

Las virtudes y los defectos de la España rural con su cura, alcalde e hidalgo incorruptible; todos en el afán de conseguir algo mejor. Con el sabelotodo, oportunista y charlatán, interpretado colosalmente por Manolo Morán. Un reírse de nosotros mismos y de la identificación de España con el folclore andaluz que aporta esa canción magistral, cuya melodía es imposible no recordar y con una letra que introduce maravillas como: “Los yanquis han venido, olé salero, con mil regalos, y a las niñas bonitas van a obsequiarlas con aeroplanos, con aeroplanos de chorro libre que corta el aire, y también rascacielos, bien conservaos en "frigidaire"”.  

Berlanga repitió genialidad en varias películas más y nos dejó una Vaquilla muerta, presa de los buitres, en medio de los que se mantienen en su trinchera sin bajar al centro a cambiar tabaco o papelillo.

Nuestros abuelos decidieron abandonar la poliorcética y darse la mano, aunque alguno tuviera que taparse la nariz para evitar el olor a muerto. 

¿A quién interesan las trincheras? A los “hunos y a los hotros” que refugian su mediocridad en el posicionamiento, en apuntar la impostura del contrario, en estar conmigo o contra mí y en la exhibición permanente de la falta de estilo, de clase, de contención y de la más básica educación. Una población atrincherada no cambia de bando, no se acerca al centro a cambiar tabaco, se mantiene en sus posiciones con las armas prestas a disparar ante cualquier ruido o movimiento. 

Berlanga desplegó un talento encomiable al poder sortear a los censores que no vieron, o no quisieron ver, la profunda crítica de los guionistas; no tanto a la sociedad de la época, sino a la propia estructura política, local y provincial. 

Hace pocas semanas se estrenó una película muy al estilo Berlanga: “Tratamos demasiado bien a las mujeres”, con guion de Miguel Barros y dirección de Clara Bilbao, arropada por un extraordinario elenco de actores. 

La vocación del guionista introduce el valor de comediar a los guerrilleros del Maquisard español, protegidos por la dignidad que proporciona el romanticismo de la derrota. Presenta a un grupo de maquis como soldados eficientes pero desastrosos en otros muchos aspectos. Ironiza con la ignorancia, la ideología, las convicciones, la heterogeneidad, la carne de cañón y el machismo condescendiente y protector que no ve el peligro tras un vestido blanco y el olor a perfume barato.

Cartel de Tratamos demasiado bien a las mujeres

Los censores de hoy no se esconden tras los gruesos cristales de unas gafas de miopía ni se sientan en oscuros despachos con un bolígrafo de tinta roja que subraya párrafos enteros. Hoy se refugian en las redes sociales, muchos de ellos con nombre falso y un avatar hortera, porque para eso de insultar, el anonimato cobarde permite mostrar la mezquindad sin tener que avergonzarse. El género humano jamás gozó de tal enmascaramiento para sacar hacia fuera su naturaleza real. El tirar la piedra y esconder la mano presenta una nutrida variedad de plataformas desplegadas a su servicio.

Solo hace falta leer algunas críticas a la película para darse cuenta de la censura “moral” a la que estamos sometidos. Hay que hacer todo con el máximo respeto para no herir sentimientos de quienes no están dispuestos a respetar los de los demás.

Somos, cada uno de nosotros, un conjunto de contradicciones que se ven más acusadas a medida que crecemos intelectualmente. Por eso me sorprendo cuando el escepticismo tiene tan pocos adeptos, cuando cedemos impávidos a discursos infantiles, aún a sabiendas de que cada vez nos engañan personajes con menos talento. Si hiciéramos un ejercicio de honestidad, en las conversaciones de bar, estaríamos mucho más de acuerdo. Menos en lo de la cebolla en la tortilla, que eso ni es tortilla ni es nada.

Los que nos quieren divididos despliegan sus artes para que las trincheras se excaven en todos los campos. El cine es uno de ellos, pero no el único. Ejercicios como el de Barros y Bilbao, alejándose de dogmas y de la meretricidad a lo políticamente correcto, son muy recomendables. 

Bienvenido Mister Marshall, escena de la película

No entraré en la calidad o los aspectos técnicos porque soy un ignorante de ellos, pero no puedo dejar de elogiar la valentía por tratar de sortear la censura de las trincheras y cruzar líneas rojas. No sé si la película es buena o mala, pero es diferente y eso se agradece, tanto como algunas críticas que lo único que demuestran es que no han entendido ni un ápice de esta. De modo que, sean también escépticos con esto que están leyendo ahora mismo.

A mí, que nunca tuve vocación de buldero, con quien se acuesta el guionista, la directora, la productora o los actores. Qué música escuchan, si prefieren los callos picantes o con garbanzos, si llevan a sus hijos a un colegio privado o si sus contradicciones son mayores que las mías, me la trae al pairo. La libertad no es solo el derecho a votar a quien te va a engañar los próximos cuatro años; también lo es a poder hacer lo que te dé la real gana siempre y cuando no perjudiques al vecino. 

La mayoría de nosotros ni siquiera nadábamos en una bolsa escrotal el año en que Berlanga estrenó su película y, sin embargo, somos capaces de reconocer esa España como parte de nuestro pasado. Las otras dos “B” del tridente de hoy, Barros y Bilbao, también consiguen que la reconozcamos.

Los lobos, en sus madrigueras, necesitan una provocación para salir a campo abierto y abandonar el agujero. Bienvenidas sean esas provocaciones, aunque el que se atreva a ello salga mordisqueado como los panes del Lazarillo.

Necesitamos reírnos un poco más de nosotros mismos y reflexionar porque, ser objetivos es imposible, pero ser honestos es imprescindible. Y a usted, ¿cómo le gustan los callos?

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