Aires de cambio en Europa: un giro cerrado a la derecha
El ascenso de los patriotas europeos revitaliza el debate político en Europa y desafía el status quo.
Los recientes resultados electorales en las elecciones europeas han mostrado un notable ascenso de las fuerzas nacionalistas en países como Francia, Holanda, Bélgica e Italia. Este fenómeno europeo no es casual. Refleja una profunda transformación de la política a nivel continental que es positiva por muchos motivos.
Uno de los muchos factores que han impulsado el auge de los movimientos nacionalistas es la percepción de una Europa desconectada de la realidad cotidiana. Las fuerzas nacionalistas han logrado captar la atención de aquellos que no se sienten escuchados ni representados en Bruselas. Han sabido canalizar el descontento hacia una idea que promete devolver el control a los estados, reforzando su soberanía e identidad nacional.
Una derecha con nombres y rostros de mujer
En Francia, Marine Le Pen y su partido han promovido políticas destinadas a proteger la cultura e identidad frente a la amenaza de la inmigración. El espacio de la Agrupación Nacional -en francés Rassemblement national- parece no haber alcanzado su techo todavía. Se batirá en duelo con el Frente Popular Francés y con el partido de Macron en las próximas legislativas del país galo.
Es el caso de Meloni, la mujer, madre, italiana y cristiana que ha conseguido encajar en la derecha europea sin mayor problema. Moderada en las formas y radical en el fondo levanta polvareda por donde pasa. Sus ideas, basadas en la protección de la patria y la familia, han conseguido, en muy poco tiempo, dar vida a la derecha italiana.
Pero si algo ha apuntalado el crecimiento de estos partidos son los problemas que enfrentamos con la inmigración masiva y el fracaso del modelo multicultural. Y es que preservar nuestras tradiciones y valores y reforzar la identidad propia es crucial para la cohesión social. A nadie con dos dedos de frente le gusta ver cómo en su barrio siguen apareciendo burkas, chilabas, y todo lo que ello conlleva.
El éxito de estos partidos, sin duda, contribuye a revitalizar el debate político en Europa. Estas victorias ayudan a que muchísimos europeos no se acobarden ni se sientan solos por disentir de los mantras progres. O por no querer doblegarse a una agenda climática y de control social sobre la cuál nadie les preguntó.
Un cambio de paradigma
Desafiando el status quo, estos movimientos patrióticos han obligado a los partidos tradicionales a reorientar sus prioridades. En Bélgica, Holanda o incluso España, la presencia de partidos nacionalistas en el escenario político ha generado un diálogo mucho más dinámico y abierto. Muchísimas personas que nunca antes habían participado en política se están movilizando y eso se nota en las urnas.
Si bien estas fuerzas tienen muchos puntos de divergencia, también saben convivir a su manera, respetándose entre ellas en la mayoría de los casos. No compiten en el mismo terreno (a excepción de Meloni y Salvini), por lo que todo parece más sencillo a la hora de aliarse. En el caso del partido del húngaro Viktor Orban, todavía no está claro en qué grupo europeo se integrará.
Si en algo coinciden todos es en que quieren menos Unión Europea, más Europa, más seguridad y menos inmigrantes viviendo del trabajo ajeno. Más control fronterizo y, en la mayoría de los casos, deportaciones masivas para arrancar el problema de raíz. Y como era previsible, esta idea ha calado hondo en una clase obrera empobrecida y preocupada por la seguridad de sus familias.
En definitiva, los resultados de las últimas elecciones europeas son buenos. Y si bien no son tan buenos como algunos esperábamos, son mejores que los de 2019. En una Unión Europea repleta de pulsiones autoritarias y pretensiones de control social constantes, estas voces disidentes representan un equilibrio entre la integración europea y el respeto por las soberanías nacionales.
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