
Ahora que viene Sant Jordi: la lengua y los lloros
En la Diada de Sant Jordi volveremos a escuchar las cantinelas de siempre sobre la alarmante situación del catalán

Llega Sant Jordi, es decir, llegan el libro y la rosa y el habitual torrente de lágrimas de todos los defensores de la lengua catalana. Oiremos las cantinelas de siempre: que no se cumplen las cuotas en el cine, que el retroceso entre la juventud es alarmante, que el contenido en redes sociales en catalán es minoritario, etc. Todo eso es verdad y todo eso es preocupante para todos aquellos que amamos nuestra lengua y queremos que sobreviva, al menos, hasta la próxima generación. Pero el problema es que hay cuestiones de fondo que, por los motivos que sea, nunca se incorporan al debate. Veamos algunas.
La primera y más evidente es que, si hemos llegado a una situación de emergencia, eso quiere decir que las políticas dedicadas a la defensa de la lengua de los últimos 40 años no han funcionado. Esta verdad tan básica nunca se incorpora al análisis; al contrario, lo que se pide es insistir con más energía y dinero en las políticas que nos han llevado hasta aquí. Dicho en modo futbolístico: si el equipo está en riesgo de descenso, algo hemos hecho mal y es tiempo de cambiar de estrategia. Con el mismo entrenador, la misma plantilla y la misma estrategia, acabaremos en segunda división.

La segunda es que no tiene el menor sentido intentar equiparar, a niveles de uso y peso comercial o social, el español y el catalán, uno hablado por 500 millones de personas en dos continentes (siendo además el segundo idioma en USA), el otro hablado como mucho por 7 millones en una esquina oriental del mediterráneo. Dicho en términos futbolísticos: no tiene sentido intentar que el Nàstic tenga la misma presencia social y comercial que el Real Madrid. Se puede intentar, claro está, pero estaremos luchando contra la más simple naturaleza de las cosas.
Desde siempre han existido fenómenos culturales minoritarios, estables en el tiempo. Ser minoritario no implica ir camino de la extinción, antes bien, puede ser el modo de encontrar un hábitat de supervivencia estable. Dicho en términos futbolísticos: por cada entusiasta del ajedrez, hay diez mil entusiastas del fútbol, pero eso no implica que el ajedrez vaya a extinguirse.
La tercera es que es estúpido intentar condicionar los hábitos lingüísticos de la población y pensar que la composición de la población no tiene nada que ver. Una política de fronteras abiertas, de Refugees Welcome, de "volem acollir", por fuerza ha de verse reflejada en el uso del catalán, a no ser que todos los doctores en física que vienen en pateras con el único deseo de pagarnos las pensiones y renunciar al Islam, también albergan un deseo secreto de estudiar a Pompeu Fabra. Si el Ramadán es cultura catalana, entonces empecemos con las políticas de inmersión lingüística en árabe y nos ahorramos tiempo y dolores.

La cuarta es que quejarse de la influencia española es propio de perdedores. Un ejemplo sencillo: recientemente, las comunidades judías hemos celebrado Pesaj, la fiesta de la Pascua. Después de 3.500 años y de dos exilios y 2.000 años de diáspora, el hebreo tiene una salud excelente, igual que la conservación de todas las costumbres propias de la identidad del pueblo judío. En Cataluña, unos policías pegan un poco y se llora durante tres generaciones. ¿Cuál es la diferencia? Ningún judío en el mundo dirá que el Ramadán es cultura israelita.
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