
Ni Puente ni Paneque
Es lamentable que los usuarios de Rodalies tengan que dar las gracias si su tren llega y si lo hace con puntualidad
En Cataluña, coger un tren de Rodalies se ha convertido en un acto de fe. No es solo cuestión de paciencia, es cuestión de resignación. Un día son averías en la infraestructura, otro una incidencia en la catenaria, y al día siguiente una misteriosa "afectación en el servicio" que nadie sabe bien qué quiere decir. Pero no, no es culpa exclusivamente ni del actual ministro de Transportes, Óscar Puente, ni de la consejera de Territorio, Silvia Paneque. A pesar de que la oposición independentista dispare de forma permanente contra ellos.
En Cataluña, diariamente, las estaciones se llenan de pasajeros frustrados, los horarios pierden todo sentido y la confianza en el sistema ferroviario hace años que está descarrilada. Los mismos años que los sucesivos gobiernos del Estado han apostado por la Alta Velocidad en detrimento de las Cercanías y la media distancia. Con unas tarifas muy alejadas del servicio público que el tren debería ofrecer. Es cierto que en España tenemos una de las mejores redes ferroviarias. Es un hecho demostrable viajando por el mundo. Pero una red que no siempre se ajusta a las necesidades de la población.

Hace unas décadas, durante una visita del secretario de Estado de Transportes de Estados Unidos a España, el ministro de entonces, el socialista Pepe Blanco, le dijo muy orgulloso que "somos el segundo país del mundo con más kilómetros de Alta Velocidad". Sorprendido, el visitante, como recoge Pere Macias en su libro Vía Ancha, Mente Estrecha, le respondió que "qué suerte, nosotros[los EE.UU.]no podríamos pagarlo". Tampoco España, que ha endeudado a las futuras generaciones por tener un AVE pionero mientras ha descuidado los servicios más básicos.
A pesar de las promesas de mejoras en Rodalies, las inversiones que nunca llegan del todo y los anuncios grandilocuentes de planes de modernización, la realidad del día a día es tozuda. Retrasos constantes, trenes abarrotados, falta de información, y una sensación general de que Rodalies no es una prioridad para nadie —o al menos, no para quien tiene poder para cambiar las cosas—. Y eso que, para ser justos, el ministro Puente y la consejera Paneque parece que se lo han tomado en serio. A pesar del chaparrón que deben aguantar a menudo de quienes incluso politizan los trenes de Rodalies.

Sí, es cierto que la gestión por parte de Renfe y Adif, organismos de titularidad estatal, es una de las grandes causas del mal funcionamiento. Pero nadie puede asegurar que el traspaso de competencias a la Generalitat, que se ha ido pidiendo reiteradamente, pero nunca se ha hecho con todas las garantías ni con la financiación adecuada, sea la solución. De hecho, el Estado seguirá teniendo la llave del sistema, pero sin ninguna responsabilidad real sobre lo que significa para miles de catalanes verse atrapados en un andén cada mañana.
Es lamentable que, en pleno 2025, el tren —el medio de transporte que debería ser la columna vertebral de una movilidad sostenible entre el mundo rural y las grandes ciudades— sea percibido como un último recurso, una opción insegura e imprevisible. Esto no solo afecta a la economía y el bienestar de las personas; es también una cuestión de justicia territorial. Mientras otras zonas del Estado ven inversiones millonarias en AVE infrautilizados, en Cataluña el usuario de Rodalies debe dar las gracias si el tren llega y lo hace con menos de diez minutos de retraso.
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