Un hombre de perfil con traje azul levanta la mano frente a gráficos financieros y una bandera de Estados Unidos sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

La guerra de Trump

La propuesta de Trumo no es una América más fuerte, sino más aislada y desconfiada, que busca nuevos enemigos

Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, declaró la guerra. No con ejércitos ni misiles, sino con aranceles. En nombre de su política "America First", el presidente puso en marcha una ofensiva comercial que pretendía proteger la industria norteamericana, castigar a China y reducir el déficit comercial de Estados Unidos. Pero tras la retórica patriótica se esconde una visión simplista y peligrosa del comercio global.

Trump ha impuesto aranceles a cientos de productos extranjeros, desde el acero y el aluminio hasta las lavadoras o los vinos europeos. Presentando estas medidas como una respuesta a la "injusticia" del comercio internacional, acusando a países como China de robar tecnología y manipular los mercados. No es que estas preocupaciones fueran del todo infundadas, pero la respuesta era errática y basada más en impulsos que en estrategia. Hasta el punto de que su entorno le ha hecho recular y paralizar los aranceles temporalmente.

La realidad es que esta guerra comercial ha tenido consecuencias negativas para los mismos ciudadanos norteamericanos, especialmente para los inversores. Diversos estudios independientes han demostrado que el coste de los aranceles recae en los consumidores y las empresas de Estados Unidos, encareciendo muchos productos y generando incertidumbre en los mercados. La última vez que Trump impuso aranceles, en su primera etapa en la Casa Blanca, tuvo que acabar subsidiando a esos agricultores para compensarlos...con dinero público.

Lo más irónico es que, pese a la agresiva política arancelaria, entonces el déficit comercial no solo no se redujo, sino que en algunos años incluso aumentó. El proteccionismo de Trump, lejos de resolver los problemas estructurales de la economía norteamericana, ha acabado distorsionando mercados, creando incertidumbre y rompiendo relaciones comerciales con aliados históricos como Canadá o la Unión Europea.

Pero más allá de las cifras, la guerra comercial de Trump tiene un componente profundamente ideológico y contrario a la globalización. Se trata de dividir el mundo en ganadores y perdedores, de presentar los acuerdos comerciales como de suma cero: si un país gana, el otro pierde. Este enfoque ignora completamente la naturaleza interdependiente de la economía global, en la que la cooperación suele ser más beneficiosa que la confrontación.

Un hombre de traje oscuro y corbata roja levanta ambos pulgares frente a varias banderas estadounidenses.

La propuesta de los aranceles de Trump no es una América más fuerte, sino una América más aislada y desconfiada, creando en habituales aliados, como Europa, posibles nuevos enemigos. En lugar de liderar con inteligencia y visión a largo plazo, Trump apuesta por la imposición y el castigo. Y, como suele pasar en cualquier guerra, el coste real lo pagan aquellos que no la declararon.

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