El Procés cierra su círculo una década después en el lugar donde empezó
La aprobación de la amnistía pone fin a una etapa convulsa, polémica y sin ningún resultado positivo tangible
El Congreso de los Diputados aprobaba este jueves la ley de amnistía en una jornada donde el procesismo sacaba pecho y lo celebraba como una victoria. Después de derrotas electorales, Junts y ERC tenían algún motivo al fin para sonreír. La amnistía ya es una realidad a la espera de recursos varios y los líderes del Procés ya cuentan los días para volver o acabar con su inhabilitación.
Es curioso, el mes pasado hacía 10 años que Jordi Turull, Marta Rovira y Joan Herrera defendía la propuesta de un referéndum acordado en el Congreso. Era el abril de 2014 y CiU, ERC e ICV afirmaron en la Cambra baja que la consulta del 9-N era "legal, posible y necesaria".
Mariano Rajoy zanjó rápido el tema: "Señorías, la soberanía del pueblo, la soberanía española, corresponde a todos los españoles, a todos. No existen soberanías regionales, ni provinciales, ni locales; no existen ni se pueden crear, ni se podrían admitir, al menos, con esta Constitución". Es más, la propuesta contó con los votos contrarios del PP, el PSOE y otras formaciones minoritarias. El resultado fue claro: 299 votos en contra y solo 47 a favor.
El fin de una era
Con la aprobación de la ley de amnistía se cierra una etapa. Lo decía Roger Montañola en una publicación en sus redes ayer jueves: "Lo que hace 10 años se inició se cierra hoy con una medida que ayuda a volver a la normalidad institucional. Lo celebro. Hemos ido muy lejos para no ir a ninguna parte".
Esta es la sensación que queda tras una década con una consulta vinculante y el referéndum de 2017. Cataluña no está mejor ahora que en 2014 y los partidos del Procés viven sus peores días. En 10 años han pasado muchas cosas: la consulta del 9-N tuvo poco ruido, pero acabó con Junts pel Sí, la unión temporal de ERC y CiU, que solo sirvió para generar más tensión.
Durante meses se habló de estructuras de estado, de embate, de tener un plan y contar con aliados internacionales. Solo la parte emocional del uno de octubre de 2017 ayudó a los partidos procesistas durante un tiempo. Con algunos en Bélgica y otros en la cárcel, el chantaje emocional les dio votos, Govern y apoyo popular.
De todo esto ya no queda nada tras la aprobación de la amnistía. Con la próxima vuelta de Puigdemont a Cataluña se romperá la mística del expresident, más aún si Junts algún día decide hacerse mayor.
El Procés sirvió para desilusionar a cientos de miles de catalanes y enfadar a la otra mitad. También para que determinada clase política se instalara en el poder e hiciera girar la rueda del hámster para perpetuar su posición privilegiada. Ahora, tras toparse con la realidad, vemos un Parlament sin mayoría procesista y que mira a la derecha.
Muere el Procés, no el procesismo
El fin del Procés con la aprobación de la amnistía debería abrir una nueva etapa política en Cataluña. Afirmar "lo volveremos a hacer", como decía Jordi Cuixart en redes, no sirve de nada. Lo primero que debería hacer el procesismo es asumir la derrota, pedir disculpas a los que engañaron y hacer una profunda reflexión.
Sin embargo, no tiene ninguna pinta que así sea. Junts y ERC siguen enrocados en una pantalla pasada. Los de Puigdemont porque no quieren desprenderse de su líder, espantados profundamente de lo que puede pasar sin él. Los de Junqueras porque siguen con su complejo de inferioridad.
Mientras, el votante indepe, que no se ha ido, pasa de ellos y opta por quedarse en casa o, en menor caso, votar a Sílvia Orriols. Sin el chantaje emocional de los presos del Procés, la desafección independentista puede ser aún mayor, si algunos siguen obstinados a no asumir que el Procés ha muerto.
Aunque sonreían y celebraban, la amnistía es una derrota doble. La de Sánchez, que acabó haciendo aquello que había negado tantas veces. Y la del procesismo, que prometió un estado y ha acabado conformándose con el perdón.
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