Primer plano de Pedro Sánchez en su escaño del Congreso bebiendo un vaso de agua
POLÍTICA

Los equilibrios de Pedro Sánchez para contentar a ERC y Junts

El presidente del Gobierno sabe que no peligra el apoyo de los procesistas, pero está obligado a participar en la guerra por el relato que mantienen republicanos y juntaires

La mayoría de la que goza Pedro Sánchez en el Congreso depende de ERC y Junts. A pesar de esta realidad, el presidente del Gobierno sabe que los partidos procesistas no le harán caer. Por lo menos, mientras la ley de amnistía sigue su recorrido para su aprobación. Aunque republicanos y juntaires saquen pecho de que Sánchez depende de ellos, el margen real de maniobra que tienen es escaso.

Pedro Sánchez sabe que ERC no se posicionará con el bloque PP y Vox. Y Junts, aunque gesticule mucho y sus diputados pongan cara de enfadados cuando intervienen en el Congreso, tampoco lo hará. Al menos de momento. Otro escenario distinto será cuando se acerquen las elecciones catalanas, pero, por ahora, la mayoría de Frankenstein no corre peligro.

Eso sí, el precio que tiene que pagar Pedro Sánchez, más allá de impulsar una amnistía que le está costando buena parte de su credibilidad, es que está obligado a meterse de lleno en la guerra que mantienen ERC y Junts. Una guerra que, básicamente, se traduce en quién gana el relato entre los electores independentistas.

Esto obliga al presidente del Gobierno a hacer equilibrios y malabares como si de un trabajador del Cirque du Soleil se tratase. Y solamente esta semana hemos tenido dos claros ejemplos de ello.

Pedro Sánchez comparecía el miércoles en el Parlamento Europeo y allí evidenció su idilio con Carles Puigdemont. Buenas palabras, animarle a trabajar juntos y una muestra clara delante de Europa de que el Gobierno y los procesistas están en el mismo barco.

Al día siguiente, Jordi Turull anunciaba una inminente reunión entre Sánchez y Puigdemont. Miembros del PSOE y del ejecutivo tuvieron que correr para desmentir la noticia. E incluso el presidente del Gobierno llegó a verbalizar que no tiene ninguna reunión agendada con el líder espiritual de Junts, bajándole así los humos a la parroquia juntaire.

Pero lo hizo porque esta futura reunión no se vaya a llevar a cabo. De hecho, la obligación que tiene el PSOE de contentar a Puigdemont con gestos simbólicos hace más que probable que, más temprano que tarde, este encuentro se acabe produciendo. Pero Sánchez debe mantener el equilibrio con ERC. Y la semana que viene se tiene que ver las caras con Pere Aragonès.

Después del error socialista de anunciar primero el acuerdo con ERC que el de Junts para la investidura, Pedro Sánchez sabe que tiene que controlar los tempos si no quiere hacer enfadar a sus socios -que están en guerra entre ellos-. Y, lo más probable, es que primero se celebre la reunión con Pere Aragonès y, después, ya se concrete la reunión con Puigdemont.

Cuando el presidente del PP catalán, Alejandro Fernández, advertía que el procés se había trasladado a Madrid, era precisamente por cosas como estas. La política de la gesticulación ha pasado de Cataluña al Congreso. Y Pedro Sánchez, sabedor que su mayoría no corre peligro, se ha avenido a jugar a este juego.

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