La larga agonía de la política catalana que no acabará este domingo
Las elecciones europeas del 9 de junio congelarán las negociaciones para la formación de gobierno en Cataluña
Una de las consecuencias del procés ha sido la destrucción de los bloques políticos en Cataluña y su consecuente inestabilidad. El resultado han sido siete elecciones en los últimos dieciocho años, seis legislaturas sin agotar y una crisis social permanente. La caída del Govern Aragonès ha escenificado el último fracaso del procesismo en la búsqueda de la estabilidad, que tampoco parece que vaya a resolverse en los comicios de este domingo.
Todo apunta a que la agonía de la política catalana se alargará al menos unas semanas más, hasta pasadas las elecciones europeas del 9 de junio. Los partidos se juegan mucho en estas elecciones europeas, y sus diferentes estrategias condicionarán los pactos postelectorales tras la cita electoral del 12-M. La fragmentación parlamentaria que aseguran todas las encuestas obligará a cesiones por parte de los tres partidos en cabeza (PSC, ERC y Junts), ninguno de los cuales querrá comprometerse demasiado para mantener intacto su discurso de cara a la cita electoral europea.
El PSC es quien más margen de maniobra tiene, pero en cambio Esquerra y Junts tendrán que arriesgar si quieren influir en la formación del nuevo gobierno. ERC ha dicho que no al PSC por activa y por pasiva, y un acuerdo de última hora con Salvador Illa comprometería su imagen ante el electorado independentista de cara a la próxima cita electoral. Lo mismo ocurre con Junts, que podría explorar una sociovergencia pero que no quiere sacrificar sus expectativas electorales para el parlamento europeo.
Un panorama condicionado
Los dos partidos procesistas irán con pies de plomo en las negociaciones postelectorales en Cataluña, teniendo en cuenta que llegan a las elecciones europeas muy apurados. Las encuestas no les son muy favorables, pues los republicanos podrían lastrar a la coalición con el BNG y Bildu y perder su representación, y Junts podría pasar de tres a un solo escaño. Sus posibilidades de remontar en las encuestas pasan por marcar perfil independentista en el incierto panorama postelectoral en Cataluña.
Incluso si el independentismo consigue sumar el próximo domingo, lo más probable es que Esquerra y Junts no intenten un acercamiento hasta pasado el 9 de junio. Puesto que lo más probable es que Puigdemont quede por encima de Aragonès, ERC no querrá asumir un papel de secundario frente a su principal competidor en la campaña de las europeas. Junts podría apelar a la reunificación del independentismo bajo su hegemonía, pero esto alejaría a los republicanos impidiendo un acuerdo a corto plazo.
Si el independentismo no suma, la cosa se complica aún más porque unos malos resultados en las europeas podría llevar a ERC y Junts a bloquear la formación de gobierno para forzar unas nuevas elecciones en Cataluña. Iríamos entonces a una nueva cita electoral en otoño, alargando la incertidumbre política en Cataluña unos meses más. De todos modos, es poco probable que los bloques electorales se muevan mucho más en unos nuevos comicios, así que las alternativas se reducen.
Condenados a la inestabilidad
Lo que parece evidente es que los grandes partidos negociarán tras las elecciones del 12-M más guiados por su interés que por la búsqueda de la estabilidad en los próximos años. Cada partido buscará en la negociación la justificación de su propio relato, más que el acuerdo de un programa de gobierno que estabilice la situación en Cataluña. Si la única opción de formar gobierno pasa por el PSC, su programa parece incompatible con ERC en políticas sociales y con el de Junts en la agenda nacional.
Lo cual no es óbice para que Oriol Junqueras imponga su estrategia del pragmatismo para acabar fraguando un gobierno de izquierdas que aísle a Puigdemont. O para que Junts, contra todo pronóstico, reedite el acuerdo con los socialistas para volver a tocar poder en Cataluña y dar continuidad a la estrategia iniciada en noviembre con Pedro Sánchez. En cualquiera de estos casos, el problema vendrá después cuando tengan que consensuar un programa de gobierno y negociar los presupuestos.
Todo ello arroja un panorama de lo más incierto para los catalanes, ya que la duda parece estar entre un gobierno de conveniencia pero inestable o una repetición electoral. Los dos males conducen a un aplazamiento de la acción de gobierno necesaria para resolver los problemas más urgentes de los catalanes como la inseguridad, la crisis migratoria, las listas de espera, el fracaso escolar o la crisis del campo. Nada nuevo, desafortunadamente, para una región que lleva ya más de una década instalada en la supeditación de los problemas de la gente a la confrontación ideológica y el conflicto nacional.
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