Un líder religioso con vestimenta blanca inclina la cabeza frente a la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
POLÍTICA

La batalla ideológica llega al Vaticano tras la muerte del Papa Francisco

Los conservadores sueñan con impulsar desde la Santa Sede su agencia contra el globalismo

La muerte del Papa Francisco abre el proceso de sucesión, que se decidirá en un cónclave con 138 prelados en los próximos 20 días. Los cardenales del cónclave papal votarán en secreto hasta la elección del nuevo papa, por una mayoría cualificada de al menos dos tercios. La elección, dada la coyuntura geoestratégica actual, tendrá en esta ocasión un profundo calado político. 

Una persona mayor vestida con atuendo religioso blanco y un sombrero, con las manos entrelazadas, rodeada de otras personas.

Horas después de su muerte, todos los análisis coinciden en señalar al Papa Francisco como el pontífice del fin de una era. Su muerte acontece en pleno cambio de paradigma mundial. La elección del nuevo Papa estará inmersa en una intensa batalla ideológica.

Batalla ideológica en el Vaticano

El Vaticano ha sido siempre una fuente de poder, una pieza más del tablero geoestratégico mundial, y esto se ha reflejado en la elección de los pontífices. Pocos como Juan Pablo II, el Papa anticomunista, tuvieron un papel tan influyente en las acontecimientos políticos de su tiempo. Fue en otro cambio de era, que vislumbró la caída de la Unión Soviética y el nacimiento de un nuevo orden mundial en el fin del siglo pasado.

Tampoco es casual que el ultraconservador Papa Ratzinger llegara al Vaticano en 2005, en la cúspide del mandato de George Bush en Estados Unidos. Ratzinger llevó a cabo un repliegue ideológico conservador en la Santa Sede, coincidiendo con una época de choque de civilizaciones. Ni es casual tampoco que el Papa Francisco, el Papa progre, fuera elegido en 2013 durante el mandato de Barack Obama.

La muerte del Papa Francisco finaliza un legado marcado por la austeridad, el impulso reformista y la imposición de la doctrina social. Su intento de acercar la Iglesia a los pobres y dialogar con los diferentes generó tanta admiración como recelos. La elección del nuevo Papa se producirá solo tres meses después del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

Los candidatos conservadores

Es inevitable que los sectores más ultraconservadores vean el Vaticano como la coronación de la revolución antiglobalista en marcha. El Papa Francisco marcó distancias claramente con Donald Trump y otros líderes conservadores como Javier Milei y Naib Bukele. Ahora, el trumpismo sueña con sentar a alguno de sus candidatos en el santo trono y acelerar desde allí la agenda antiwoke.

El favorito es el Cardenal Müller, representante del ala más tradicional de la Iglesia Católica. Se ha mostrado crítico con el globalismo y la Agenda 2030, señalando a una élite poderosa como responsable de la degradación moral de los últimos tiempos. 

Un cardenal de la Iglesia Católica con vestimenta tradicional roja y negra sentado en una mesa.

Otra apuesta de los conservadores es el guineano Robert Sarah, a quien muchos ven como el nuevo Juan Pablo II por su anticomunismo. Además de tener una gran popularidad en las redes sociales, es beligerante con el aborto y el islamismo.

Un hombre con vestimenta religiosa y birrete rojo.

Tanto Müller como Sarah son candidatos a romper con el legado del Papa Francisco para consolidar la revolución conservadora mundial. Los antiglobalistas aspiran a que el nuevo Papa marque un cambio de rumbo en la ideología de género y LGTBI, el diálogo interreligioso y la relación con los países islámicos. Quieren pasar del relativismo cultural a la confrontación.

La resistencia progre

Pero los rupturistas no lo tendrán fácil por la resistencia de un importante núcleo fiel al legado del Papa Francisco. Su favorito a la sucesión es el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, uno de los colaboradores más estrechos del Papa Francisco. Comparte con él su sensibilidad hacia los pobres y los marginados, y se muestra cerano a problemáticas como la homosexualidad.

Dos líderes religiosos conversan mientras un guardia observa en el fondo.

Aunque el cardenal más a la izquierda es el italiano Matteo Zuppi. Es partidario de atraer al seno de la Iglesia Católica a homosexuales, divorciados y musulmanes, y reivindica los derechos de los inmigrantes. Ha mostrado su oposición a Matteo Salvini y su apoyo a corrientes socialistas y ultraizquierdistas.

Un hombre mayor con vestimenta religiosa de color rojo sonríe ligeramente mientras mira hacia un lado.

Una solución salomónica y nada descabellada sería la de investir a Pierbattista Pizzaballa, cardenal de Jersualén. No solo por la importancia geoestratégica del Próximo Oriente en la coyuntrua actual. También porque combina la orientación ortodoxa con el aperturismo ideológico.

Un hombre con vestimenta religiosa y mitra blanca y dorada gesticula con las manos.

Pizzaballa tiene una visión tradicional de la liturgia y la organización eclesiástica, y fue muy crítico con la organización terrorista Hamás. Pero también es sensible con temas como la inmigración y el ecologismo. Una opción equidistante por la que podría optar un cónclave que esta vez se presenta más dividio que nunca.

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