Gabriel Rufián y Lluís Llach, con un La Roja celebrando el titulo de la Eurocopa en el fondo sobre un fondo rosa.
OPINIÓN

Yo soy español, español, español

El separatismo más casposo no puede soportar ver a miles de chavales muy jóvenes vistiendo la camiseta de la selección

Reconozco que estoy acabando con las existencias de palomitas del supermercado de la esquina mientras disfruto del maravilloso espectáculo de muchos separatistas rabiando por el triunfo de la selección nacional en la Eurocopa. Solo viendo la comparecencia de Gabriel Rufián en el Congreso, mientras vomitaba bilis sobre Morata y Rodri, y diciendo las chorradas sobre que los “jugadores españoles” se “aprovechaban” de “vascos y catalanes” me zampé tres paquetes. Si siguen así, rojos de ira, voy a ponerme como un barrilete cósmico.

El separatismo más casposo y supremacista no puede soportar ver a miles y miles de chavales muy jóvenes, los mismos a los que quieren imponer “per collons” el catalán como lengua de uso obligatorio en patios, comedores, gimnasios y en el lavabo a la hora de orinar, cantando sin complejos el “yo soy español, español, español” vistiendo la camiseta de la selección nacional española y con la bandera nacional española. No pueden soportar que, tras cuarenta años de nacionalismo obligatorio, y doce años de ‘procés’ separatista, las calles de media Cataluña se llenen de rojo y gualda.

Gabriel Rufián con camisa blanca y corbata azul sentado en una sala, con la mano en la barbilla y expresión pensativa.

¿Para esto se han gastado más de quince mil millones de euros de nuestro dinero en TV3 y Catalunya Ràdio y ni se sabe lo invertido en un cuerpo de comisarios lingüísticos a los que llaman “profesores de la escuela pública”? ¿Para esto se gastan una pasta en chivatos lingüísticos como los de Plataforma per la Llengua? ¿Para esto montan plataformas totalitarias como Somescola? ¿Para esto se gastan una pasta en fichar influencers, como Juliana Canet, para que la juventud vaya por el ‘recto’ camino de la estelada y de la quema de contenedores? ¿Para esto montan ‘concursos’ como Euforia para intentar aumentar los efectivos de su Frente de Juventudes, con chavales que acaban cantando en las fiestas de Òmnium Cultural?

Han fracasado, y lo saben. Y cada vez que un fanático como el alcalde pijo-antisistema de Gerona, Lluc Salellas, prohíbe la instalación de pantallas gigantes en su ciudad para que sus vecinos no se ‘contaminen’ viendo a la selección nacional (española, la catalana es autonómica), consigue gracias al efecto rebote que un nuevo puñado de jóvenes piense que el separatismo es imposición y prohibición. Por mí, perfecto, que sigan con su política de intentar amargar la vida a los ciudadanos, así seguirá aumentando la desafección.

Que una gloria de la cultura secesionista como Lluís Llach solo consiga reunir a mil personas en su primera manifestación en la plaza de Sant Jaume refleja la decadencia de un movimiento que llegó a ser transversal y a convocar a centenares de miles de ciudadanos. Sus mentiras, y su fanatismo, le ha condenado a la irrelevancia.

Un hombre con camisa blanca y gorra negra habla frente a un micrófono en una manifestación, rodeado de personas que sostienen banderas y pancartas.

Si Pedro Sánchez no necesitara a los separatistas, no pintarían nada ni en Madrid, ni en Barcelona. De “las calles serán siempre nuestras” se ha pasado al “yo soy, español, español, español”.

Ya puede bramar Jordi Basté contra Carvajal o lanzar a Santi Giménez para que llame “garrulos” a Rodri y a Morata. Ahí están Valencia, Baleares, Aragón y las circunscripciones electorales francesas de lo que llaman “Catalunya Nord”.

Todas en manos de formaciones que combaten el pancatalanismo. Cuánto más los conocen, menos les votan. Hasta Salvador Illa, que es la nada ideológica con pinta de enterrador, les ha ganado en Cataluña.

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