El triunfo de la AFD o el signo de los nuevos tiempos
La malvada ultraderecha sigue cosechando éxitos electorales. Como en Francia, en Italia, en Holanda o en Suecia
La malvada ultraderecha sigue cosechando éxitos electorales: la población alemana, a juzgar por los resultados electorales de este fin semana, está convirtiéndose en malvada a pasos agigantados. Como en Francia, en Italia, en Holanda, en Suecia.
¿Cuál es el perfil de este votante malvado? Suelen ser personas que pagan sus impuestos y quieren poder pasear por sus barrios, con sus hijos, sin ser acuchillados de manera inclusiva por macheteros africanos enfurecidos o por islamistas luminosos.
Personas que, por estar consumidas por el odio, desaprueban el burka, los latigazos, la sharia, las lapidaciones. Personas que insisten, como en el caso de los patriotas ingleses, en ejercer su libertad de expresión en las redes sociales cuando la policía los apalea por deporte. En suma, auténticos demonios.
Los “cordones sanitarios” empiezan a funcionar de manera inversa. Cuando la simple idea de defender las fronteras o garantizar la seguridad civil es tenida por reaccionaria, una parte de la población se desentiende de las etiquetas políticamente correctas y se una a la rebelión.
Ayer supimos que en Tossa de Mar, un municipio de 6000 habitantes, se alojarán 200 menores no acompañados, lo que viene a ser (por pura proporción matemática) como si en una ciudad de 1,62 millones de personas como Barcelona se instalaran de repente 54.000 indocumentados. ¿Protestarán el alcalde y los vecinos? Ya lo han hecho. ¿Han sido calificados de xenófobos y racistas? Ya lo han sido.
Debe recordarse que la ciudadanía no tiene ningún problema con la inmigración ni con la diversidad racial. En todas nuestras ciudades se han formado comunidades chinas, indias o polacas (entre otras muchas) contra las que nadie dirá jamás media palabra, básicamente porque no se dedican a asaltar a los paseantes con cuchillos del tamaño del Tibidabo, sino a llevar una vida honesta, trabajadora y familiar. Lo mismo vale para la diversidad religiosa: a ver quién tiene un problema de integración con los budistas.
El Islam debe repetirse cuantas veces sea necesario, es incompatible con los valores de la civilización europea. De hecho, esta fue alzada y mantenida en constante lucha defensiva contra el Islam, que en estos últimos cinco siglos no ha aportado a la humanidad más que polvo, gruñidos y brutalidad. Tampoco hay que ser muy perspicaz para detectar el problema: cualquier predicador de barrio, con sus 72 cabras esperándole en el Paraíso, explica a quien le ponga un micrófono delante que el objetivo es arrasar por vía demográfica Europa y convertirla en Califato.
Orban, Le Pen, Meloni, Wilders, Tommy Robinson, Bukele, el mismo Trump: ningún discursito progre sobre inclusión podrá convencer a un votante que el futuro del ciudadano pasa por ser acuchillado, a las puertas de su casa, como un cordero hallal. Buena suerte con los cordones sanitarios y las etiquetas de “fascista”. Los tiempos están cambiando y no habrá olvido para tanto traidor.
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