Padres compradores
Los informes PISA dejan claro que Estonia, Corea del Sur y Singapur mejoran sus niveles educativos año tras año
Comprar el cariño y la conducta de nuestros púberes con regalos y libertades resulta una tentación que algunos educadores llevan al extremo.
Regalar a los hijos todo aquello que uno no tuvo; pretender que con más bienes muestren más cariño; preguntar cada día al zagal que quiere para desayunar ante una pastelería, o hasta comprarle el mejor móvil ya en primaria, son múltiples ejemplos de cómo se les pagó por algo que no debía ser negociable, la responsabilidad.
En resumen y concretando, se podría decir que comprar en exceso y regalarles demasiado engendra el materialismo en los chavales y no el valor de las cosas por el esfuerzo real que requieren.
El enfoque anterior arrastra a los críos hacia un bajo nivel de compromiso durante su infancia y luego a la falta de respeto, solidaridad y empatía hacia sus adultos durante su adolescencia.
De proseguir tal tendencia se les empuja a ser exigentes con los demás, sin esfuerzo en sus estudios, y a desarrollar una calidad profesional nefasta en su futuro.
Tenerlo todo demasiado fácil durante la infancia y adolescencia provoca dar mayor prioridad al dinero que al esfuerzo, es decir, querer ganar mucho con escasa dedicación.
La compra del cariño con regalos solo equivale al precio que uno paga por los sobornos emocionales de su hijo y no por un amor que apenas dura. Creerles cuando dicen que, tú no me quieres, es ceder ante su capricho. Y tanto que le quiere, tanto que por eso hace lo que debe, evitar ser un protector comprador.
Durante las jornadas económicas que la extinta Caixa de Manresa organizó en abril del 2007, Pilar del Castillo, Alejandro Tiana y otros personajes estuvieron de acuerdo en afirmar que los países con mayores cotas en educación aumentan su competitividad y se desarrollan más.
Si la cultura no impulsa el esfuerzo, jamás obtendremos profesionales cualificados. Para los asiáticos, por ejemplo, el éxito escolar de sus retoños resulta lo más crucial para la familia. Si los resultados de sus hijos son adversos, los padres asiáticos piensan que su alevín no se ha esforzado lo suficiente.
De hecho, en Estados Unidos los inmigrantes que mayor éxito estudiantil y profesional poseen son los hijos de los asiáticos, mientras que latinos y afroamericanos se quedan por debajo.
Las familias asiáticas inculcan a sus chavales que deben trabajar duro con los estudios, y a pesar de que hablan otra lengua muy distinta al inglés, estos alumnos van por delante de los anglos autóctonos.
Añadamos a lo anterior que a los estudiantes asiáticos recién llegados les va mucho mejor que a los afroamericanos y latinos nacidos en el país, prueba irrefutable que el esfuerzo prima sobre el origen social, cultural o étnico.
Sirve de ejemplo el instituto Orange County, cerca de Los Ángeles, en donde la mayoría de los habitantes son vietnamitas y en donde casi no hay fracaso escolar.
A nivel académico no existen diferencias ni entre chicas y chicos, ni entre clases sociales, ni entre quienes hablan más o menos el inglés por el barrio. El elevado éxito escolar se explica por el nivel de estudio, la cohesión familiar y la cultura del esfuerzo en todo ello.
En fin, que el éxito asiático no es genéticamente asiático, sino de la perseverancia y del afán. No exigir esfuerzo a nuestros estudiantes es infantilizarlos.
Cabe añadir que antes era el estudiante quien se debía responsabilizar de su motivación y autonomía, como ocurre en Estonia y Finlandia, en cambio, ahora, y según las pedagogías teóricas, es el docente quien debe apoyar y motivar a los alumnos de aquí. Estas ideas propiciaron en parte la idea en España del enriquecimiento rápido bajo formaciones mediocres.
De hecho, España puso ingentes cantidades de dinero en la construcción, dejando de lado a la educación. Es decir, se invirtió más en paletos que en personas. Al final, esa situación propició que una minoría de capitalistas nacionales detentara el poder, la economía y las especulaciones urbanísticas.
Eso, a su vez, provocó un mayor enriquecimiento de estos en detrimento del bienestar social de la mayoría. Los estonianos y otros, a diferencia del Reino de España, ven prioritaria una sociedad que no devore recursos, sino que solo satisfaga las necesidades básicas de sus ciudadanos.
Es decir, menos consumismo y más reciprocidad. En otras palabras, más incentivos educativos y menos facilidades a la especulación. Además, los informes PISA dejan claro que Estonia, Corea del Sur y Singapur mejoran sus niveles educativos año tras año, algo que nos muestra que lo importante es la buena formación, el esfuerzo y la reciprocidad social. Quizás a todos nuestros estudiantes les haría falta tener padres asiáticos o estonianos.
Aquel niño occidental, sobreprotegido y agasajado con bienes materiales, se nos vuelve un pequeño tirano que después no podemos controlar, un débil egoísta que luego le costará dar amor, respeto y beneficios a la sociedad.
Es más que obvio que los padres suelen ser blandos al recordar su pubertad para justificar a sus hijos, y es que algunos padres son unos adolescentes eternos.
Lo primero que necesita un niño es sentirse querido, algo que jamás obtiene por más donativos que reciba. Si alguien tanto quiere a sus hijos, lo primero que debe aprender es a decirles que NO. Mejor nueve nos y un sí que nueve síes y un solo no, mejor un buen control de su entorno que dejarlo ante lo que quiera, mejor un aviso de cara que mil bofetadas de la vida.
No prevenir durante la infancia conlleva que los pequeños problemas se tornen en un King Kong durante su adolescencia.
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