Lo que tenemos que agradecerle a Esquerra Republicana
El perdón y las gracias en política siempre llegan cuando sus consecuencias carecen ya de todo valor
El perdón y las gracias en política siempre llegan cuando sus consecuencias carecen ya de todo valor. De ver, es más fácil a un contrito progresista pidiendo perdón por el Imperio español que por el desastre de los trenes de Cercanías. Tan vigoroso es este principio que, en la sociedad política, tales muestras de cintura solo llegan cuando alguien se retira o dimite, nunca durante su mandato.
Pues este artículo va a confirmar la anterior ley natural, porque, como escribió Salvador Espriu, “sóc també molt covard i salvatge, i estimo a més amb un desesperat dolor aquesta meva pobra, bruta, trista, dissortada pàtria”.
El cisma de octubre de 2022, que llevó a Junts a salir de la Generalitat de Catalunya, empujó a Esquerra a hacer una lectura de la sociedad catalana: después de diez años de despedida de soltero independentista, debía volverse al gobierno de la gestión.
La salida de Junts era providencial, en este sentido: una verdadera purga de la oligofrenia amarilla. Pensémoslo, ¿qué había inflamado las calles en 2012? No solo la animadversión que Madrid podría generar en el Catalán, sino la promesa de una Arcadia próspera. Los catalanes, raza elegida, éramos la locomotora de la Península y, liberados del Reino, íbamos a ser el Singapur mediterráneo, decían.
Ahora bien, una década de jugadas maestras nos habían dejado una región ortopédica y pesarosa: seca, con déficit energético (¡Aragón nos da electricidad!), con un sistema educativo que no educa (ni siquiera, inmerge), con menos empresas, con más impuestos. Ni el Barça era motivo de orgullo ya.
¿Qué misión emprende Esquerra, pues? Resucitar la locomotora y, con ello, resucitar el excepcionalismo catalán. Y, recobrado el orgullo, recobraríamos la senda emancipatoria. ¿Y quién iba a liderar, al fin, tal singladura? ¡Esquerra Republicana de Cataluña, por supuesto!
El retorno al autonomismo desenterró la política sustantiva: hablamos de aeropuertos, de colegios, de parques temáticos, de agua y de ríos, de impuestos, de policía, inmigración y seguridad, de turismo y de sanidad. Qué pena, sin embargo, que el yugo de la Buena Persona hubiese hecho a Esquerra estar tan poco preparada para afrontarlos. No solo carecían del vigor parlamentario y ejecutivo para emprender la acción de gobierno, ni tan solo gozaban de abordaje ideológico o intelectual de los asuntos.
Pero el apetito del elector catalán por la política sustantiva ya se había despertado y, con él, las fuerzas políticas nuevas y viejas veían un resquicio al bloque. Y así se explican las últimas elecciones catalanas.
Y dirá el lector: ¿y Puigdemont? El muy honorable ha obtenido apenas cien mil votos más que en 2021 y, de por medio, ha abordado la política sustantiva que su votante más premia: ganar a Madrid, en Madrid. Ya sea con la amnistía, ya sea con la promesa de competencias en materia migratoria, el exconvergente ha cambiado la soflama vacía del 2017 por el muy real saqueo del almendro. Eso también es política sustantiva, todo ello mientras Rufián baila el chotis al son que marca Sánchez.
Aderecemos el anterior clima con el personalismo que gusta en esta nuestra “pobra, bruta, trista, dissortada pàtria” y veremos resuelta la ecuación del desastre republicano: un partido sin fuerza, sin proyecto, sin ideología, sin carisma y, ahora, sin relevancia, condenado a ser deglutido, los siguientes años, por Illa o por Puigdemont.
Con todo, hay que agradecer a Aragonés su inmolación en el altar de su propia estrategia. Con todo, no hay que perdonarle los últimos diez años… Las últimas elecciones han sido razonables y civilizadas; se ha hablado de país y se ha vuelto a hablar del Gobierno y no solo de la República. Su dimisión ha sido elegante y menos renuente que la de otros compañeros de viaje.
Tanto si repetimos elecciones, como si Illa acaba gobernando, el Procés ha acabado. El independentismo no. El reto de las fuerzas políticas va a ser engranar con el espíritu de una comunidad desperezada y con los resortes de un país que necesita brillo. Si es verdad que hemos recuperado la convivencia, que sea para volver a ser "rics i plens".
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