Un momento del juicio por los sucesos de Prat de Molló

OPINIÓN

La invasión de los escamots

Hoy hablamos de la invasión de Prat de Molló

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

La historia, en ocasiones, nos deja rocambolescas antilogías en las que rotundos fracasos se convierten en sorprendentes victorias, aupadas por paradójicas circunstancias que, a la postre, cambian el rumbo de los acontecimientos. La historia de hoy es un ejemplo empírico de uno de esos momentos. La invasión de Prat de Molló.

El golpe de Estado liderado por el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, fue aceptado por el catalanismo más conservador como una solución más que como un problema. El Régimen de la Restauración agonizaba desde la triple crisis de 1917 y era cuestión de tiempo que algo sucediera.

El propio Francesc Cambó llegó a decir a finales de 1923 que la actitud de los militares que se habían alzado era “la única dulzura que en un año amargo nos ha sido dable gustar. Apenas un año después, el romance entre la Lliga y el Directorio se llenó de baches al cercenar Primo de Rivera cualquier aspiración autonomista y relegar la lengua catalana a “la vida interna de las Corporaciones local y regional, obligadas, no obstante, a llevar en castellano los libros oficiales de registros y actas”.

Según avanzó la dictadura, el catalán llegó a prohibirse en las escuelas y en el ámbito eclesiástico.

Francesc Macià, el veterano militar de 64 años, que había fundado el año anterior el grupo político para-militar Estat Català, cruzó la frontera con su pequeña plana mayor ante la represión al separatismo, el anarquismo y el comunismo desplegado por el régimen y para evitar ser detenido.

En principio, se estableció junto a su familia en Perpiñán, a tan solo unas decenas de kilómetros del paso de la frontera. El primero de mayo de 1924, una celebración tumultuosa en Tolosa, en la que se cantó El Segadors, motivó una queja del embajador de España que obligó a Macià a desplazarse a París. 

Francesc Macià y Ventura Gassol en París

En su exilio le acompañaban algunos fieles seguidores, la mayoría de ellos jovencísimos miembros de las Juventudes de la Lliga, que, tras la radicalización a partir de 1919, habían abrazado las ideas del viejo soldado de Ingenieros. El más inseparable de todos era un antiguo seminarista con capacidad poética llamado Ventura Gassol. Este sería el fiel escudero de Macià hasta su muerte en la Navidad de 1933.

Un abuelo conspirador

En París se comenzó a planear una penetración militar desde Francia llevada a cabo por el Ejército Catalán, que en ese momento, estaba compuesto por unas cuantas decenas de muchachos idealistas que, ante el temor de la detención en España, pasaron a engrosar las escuetas listas de revistas de los escamots.

Como si de una fuerza armada convencional se tratara, Macià hizo gala de su experiencia militar y organizó a aquel puñado de entusiastas con una estructura en la que había, incluso, sección de Enseñanza. Se elaboraron una serie de manuales y se estructuró el Cuartel General en nueve secciones dirigidas por el “coronel”.

Santiago María Balius era un joven universitario estudiante de medicina que procedía de una familia acaudalada. El origen de la mayoría de los escamots eran las facultades catalanas, la mayoría eran hijos de burgueses y pequeños propietarios. En Cataluña, las masas obreras, con mucha más tradición revolucionaria y una organización muy consolidada, eran de afiliación anarquista y veían los movimientos nacionalistas en las antípodas de su pensamiento. Balius acabó, cosas de la vida, recalando en el anarquismo, pero nos dejó testimonio de la vida cotidiana en la ostentosa casa de Macià, ubicada en los suburbios de la capital francesa, y como “el ambiente era de adulación absoluta a D. Francisco”.

La primera Asamblea de Escamots se celebró en noviembre de 1924. A la llamada tan solo acudieron unos 60 catalanes. Macià, no obstante, lo interpretó como una equivalencia a miles de entusiastas, habida cuenta lo vigilada que estaba la frontera.

El grupo era financiado mediante unos bonos patrióticos que se vendían entre la población catalanista de Cuba, Argentina, Uruguay y otras naciones hispanoamericanas. 

Ante la poca habilidad operativa de su grupo, Estat Català firmó pactos de alianza con la CNT, con el sector independentista del PNV y, más tarde, con el PCE. Todos estos grupos compartían la suerte de ser perseguidos por el régimen y, muy especialmente, por Severiano Martínez Anido, el ministro de Gobernación.

La ayuda soviética y las prisas

Hasta la Unión Soviética se desplazó el sexagenario para pedir apoyo económico, armas y pertrechos que facilitaran su anhelada insurrección armada. Nada consiguió en la antigua tierra de los zares, más allá de unas pocas promesas que exigían prudencia y tiempo, algo de lo que el villanovés no disponía.

Portada del diario L'eurve hablando del coronel Macià

Rodearse de jóvenes es rodearse de sangre caliente, impaciencia y un arrojo que está más alimentado por la temeridad que por la razón. Algunos de ellos, cansados de tanta prudencia y tan poca acción, decidieron realizar acciones por su cuenta. Un tal Daniel Carmona reunió a los más dispuestos y creo un grupo disidente al que denominó Bandera Negra. Planearon asesinar al rey Alfonso XIII cuando el tren del Monarca pasara por la comarca del Garraf. En el grupo había muy pocos años, poca discreción y un policía infiltrado. Lógicamente, el “Complot de Garraf” quedó en nada y sus participantes, entre los que estaba un Miquel Badía de tan solo 19 años, acabaron en prisión.

Julián Gorkin visitó a Macià en París y dejó una descripción del viejo soldado:

“Anciano ya, alto, más bien flaco, anguloso, de blanco y ondulado cabello, perfil agudo, maneras distinguidas con un fondo de semiapostólico idealista y como iluminado, dotado de una extraordinaria energía interior. Su traza física y su fe inspiraban respeto. Un solo nombre en su boca “Cataluña, Cataluña”. Por Cataluña parecía dispuesto a dejarse quemar vivo. Los catalanes se preparaban mucho, incluso militarmente. Eran los únicos en esos preparativos concretos. Contaban también con el concurso de algunos italianos, mitad héroes, mitad aventureros y con un aliado simbólico: Riciotti Garibaldi”

La presión a la que estaba sometido Macià por los que sufragaban todos sus gastos, comenzó a hacerse mucho más intensa a partir de 1925. Necesitado de apoyos, buscó unos extraños compañeros de viaje, los garibaldinos italianos que combatían a Mussolini y se encontraban, como Macià, exiliados en Francia. 

La invasión

España había consolidado su relación con Francia tras sus intereses comunes contra la autoproclamada República del Rif en África. La operación conjunta de sus dos Ejércitos, que propició el exitoso Desembarco de Alhucemas, alejaba a España de la Italia Fascista y la acercaba a la Francia republicana por una mera coincidencia de intereses. En Relaciones Internacionales se valoran más los beneficios que las coincidencias ideológicas o los escrúpulos.

La impaciencia seguía dominando al grupo que rodeaba a Macià, habían pasado tres años y nada ocurría. Cada vez le proponían más acciones de atentados contra autoridades españolas que el líder de Estat Catalá rechazaba una y otra vez.

Portada del diario Excelsior hablando del coronel Macià

Por fin, con el apoyo de Ricciotti Garibaldi y sus italianos disidentes, se planeó una invasión para el mes de noviembre de 1926. El plan era tan simple como inocente. Se trataba de concentrar fuerzas en la frontera para montar dos columnas que cruzarían por dos puntos.

Villa Denís, alquilada en Prat de Molló y muy próxima a la frontera, iba a ser el puesto de mando del Cuartel General de Macià. Los Escamots se instruían en el manejo de las armas y el combate convencional. Los italianos eran mucho más duchos en tareas bélicas, ya que un buen número de ellos eran veteranos de la Legión Garibaldina que combatió en la Primera Guerra Mundial.

Ricciotti Garibaldi era, en realidad, un agente de Mussolini. Fue el dictador italiano el que ordenó a este que se implicara en el complot que preparaban los separatistas catalanes. El régimen fascista pretendía que la policía italiana detuviera a un agente de Garibaldi enviado a Italia. De ese modo, acusaría a Francia de permitir inclusiones en suelo italiano desde sus fronteras. Si la policía española detenía al mismo tiempo a las decenas de insurrectos al entrar en España, podría generar una doble condena contra Francia y Mussolini lograría, casi sin esfuerzo, conseguir el alineamiento español con Italia y ganarse un aliado en el Mediterráneo. 

Un mes antes, el Ejército Catalán contaba ya con 900 hombres, contando italianos, anarquistas y algún comunista. Salieron de la capital gala en trenes y autobuses para concentrarse en la frontera, donde les esperaban unos cuantos fusiles, municiones, 12 ametralladoras y algunas granadas de mano.

Huelga decir que el plan estaba destinado al fracaso y obedecía más a una decisión forzada por las circunstancias que a cualquier posibilidad de éxito. De haberse llevado a cabo habría causado numerosas bajas entre los jóvenes idealistas y el final de ellos y de Macià habría sido muy distinto.

Afortunadamente, para todos los implicados, la Guardia Civil, conocedora de lo que sucedería, en lugar de esperar en el lado español de la frontera, alertó a la Gendarmería francesa para que detuvieran a Macià y sus idealistas. 

La paradoja de la geopolítica

Macià, derrotado sin siquiera poder combatir, consiguió su victoria en otro campo de batalla. El juicio fue aireado en toda Europa y su causa se hizo, empleando un neologismo, completamente viral.

La izquierda francesa veía el régimen primoriverista como una versión española del fascismo italiano, aunque, evidentemente, existieran trascendentales diferencias. La prensa gala se hizo eco del Quijote catalán que, sin medios y con mucha voluntad y arrojo, había tratado de desafiar a la Monarquía Española. 

El “coronel” se hizo popular en Europa, pero donde consiguió mitificar su figura fue en Cataluña donde, en 1931, a pesar de carecer de cualquier infraestructura política, pudo aliarse en el último minuto con otras fuerzas y crear ERC, consiguiendo un rotundo éxito motivado, fundamentalmente, por la popularidad de su figura.

En el juicio solo fue condenado por tenencia ilícita de armas a dos meses en prisión, que ya había cumplido durante el proceso. Una pena accesoria fue la de tener que abandonar Francia y eso hizo que acabara en Bruselas en 1927, allí permaneció hasta su regreso a Cataluña en 1931.

Sin Mussolini, Garibaldi y la geopolítica, las cosas habrían sido muy diferentes y, probablemente, ERC no habría existido nunca. Pero eso es historia-ficción y no es el objeto de esta sección.

En Bélgica, Macià conoció a Ramón Franco Bahamonde, futuro diputado de Esquerra Republicana de Cataluña, pero esa es otra historia digna de ser contada…