Un hombre de cabello canoso y bigote aparece en primer plano con un fondo de desfile militar en blanco y negro y un diseño gráfico en tonos rosados.
OPINIÓN

El día que murió el President

La mañana de Navidad de 1933 fallecía el primer presidente de la versión moderna de la institución catalana, Francesc Macià

Imagen del Blog de Joaquín Rivera Chamorro

La mañana de Navidad de 1933, cuando en el carillón de la Generalitat sonaban las once, fallecía el primer presidente de la versión moderna de la institución catalana. Alrededor de la cama en la que dio su último aliento el villanovés Francesc Macià se encontraban sus más allegados: sus familiares, los médicos que habían tratado de salvar su vida realizando una operación quirúrgica desesperada, su infatigable escudero, el poeta Ventura Gassol; el secretario de la presidencia, Joan Alavedra y el comandante Pérez Farrás, jefe de los Mossos de Escuadra y amigo personal de Macià. 

La Segunda República española no había cumplido aún su tercer aniversario, el veterano militar y político se encontraba en el cénit de su popularidad, a pesar de que los resultados en las elecciones de 1933 no habían sido tan buenos como se cabía esperar. 

Retrato de un hombre mayor con bigote y cabello canoso, vistiendo un traje marrón y corbata verde, con un fondo azul difuminado.

Tenía 73 años, pero gozaba de la energía de un revolucionario. Una peritonitis por complicaciones de una apendicitis fue la causa de que, en pocas horas, un hombre sano y en plenas facultades físicas, dejara este mundo.

Atrás quedaba aquel 1931 en el que pudo regresar a Cataluña. Corría el mes de febrero y el 12 de abril se iban a celebrar unas trascendentales elecciones municipales. Maciá, tras años en el exilio, conspirando contra la dictadura hasta el punto de protagonizar alguna aventura bélica, no tenía un partido político con arraigo o estructura territorial.

Sin embargo, gozaba de una incuestionable popularidad. Su formación política era, en realidad, un grupo para-militar. Estat Català se conformaba con unos cuantos centenares de escamots cuya media de edad no llegaba a los 30 años. 

Solo Jaume Aiguadé, que había representado a Macià en la reunión de San Sebastián de agosto de 1930, podía considerarse como un político de oficio. Procedía de la Unión Socialista de Cataluña, que se había escindido del PSOE en 1923 por falta de sensibilidad de la formación liderada por Pablo Iglesias con la cuestión “nacional catalana”.

El partido, al contrario que su hermano mayor, sufrió represión durante la dictadura y estuvo a punto de desaparecer. Aiguadé se afilió entonces a Estat Català y llevó la pequeña facción de la agrupación política que permaneció en España. 

Ventura Gassol fue, sin lugar a dudas, el mejor compañero de Macià, a pesar de la enorme diferencia de edad, 34 años. Antiguo seminarista, su habilidad para componer verso y su inspiración romántica en el nacionalismo catalán habían ganado el corazón del veterano político. 

Macià buscó un partido estructurado para coaligarse e ir a las elecciones. Acciò Catalana le dio la espalda, por lo que tocó la puerta del Partido Republicano Catalán y algunos periodistas del semanario La Opinió. De esa alianza surgió Esquerra Republicana de Cataluña. 

Una multitud de personas vestidas formalmente marcha por una calle flanqueada por edificios y árboles.

El que llegó, años más tarde, a ser líder del POUM, Julián Gorkin, recordaa en su libro El Revolucionario Profesional, su paso por París, cuando aún militaba en el PCE y era un joven de 25 años:

“El movimiento catalanista, tenía por jefe indiscutible —–y por bandera— a Francesc Macià. Anciano ya, alto y más bien flaco, anguloso, de blanco y ondulado cabello, perfil agudo, maneras distinguidas con un fondo semiapostólico, idealista y como iluminado, dotado de una extraordinaria energía interior. Su traza física y su fe inspiraban respeto. Coronel retirado, no era en verdad esta su traza, la de un hombre de armas[…]Un solo nombre en su boca: 'Cataluña, Cataluña'. Por Cataluña parecía dispuesto a dejarse quemar vivo”. 

Lo cierto es que Macià se retiró recién ascendido a teniente coronel, pero se le conocía como “el coronel” y nunca hizo esfuerzos para que el error se enmendara. 

Uno de aquellos escamots, que acabó años más tarde militando en la CNT y que se convirtió en un gran articulista y escritor, Jaime Balius, recordaba las largas jornadas parisinas:

“La oficina de Estat Català se componía de una mesa, un par de sillas, un balancín y una máquina de escribir. La habitación que servía de oficina era el garaje de la casa señorial que ocupaba Macià. A un espíritu observador y retentivo no se le pueden olvidar las escenas que se vivían en aquel recinto de la farándula revolucionaria. Carner-Ribalta oprimía con sus dedos de patriota el teclado de la máquina. El carro de la máquina empezaba a funcionar y Gasol dictaba la arenga que había de arrancar lágrimas a los polemistas y tenía que encender las pasiones volcánicas en los corazones de los varones de Cataluña sojuzgada. En el balancín se solazaba algún que otro patriota. En la puerta de la oficina se discutía de las posibilidades de un próximo levantamiento. Y había quien buscaba caracoles con una regadera. Y quien jugaba a la pelota. Y quién lanzaba una mirada furtiva a la sirvienta de Macià. Y en medio de esa efusión patriótica, surgía R. Fabregat con unos pantalones en la mano para que se los probase Macià. Y don Francisco, con la máxima seriedad, se vestía de general en jefe”. 

Carner-Ribalta, joven escritor y poeta entonces, fue de los que acompañó a Macià a Moscú cuando esté pretendió recibir apoyo soviético para sus planes contra Primo de Rivera. En cuanto a R. Fabregat, se trataba de un telegrafista que pidió la excedencia para exiliarse con Macià. 

Balius, como la mayoría de los jóvenes muchachos, necesitaba pedir dinero para poder sustentarse, porque, aunque conseguían trabajos temporales, lo cierto es que andaban escasos de recursos. Una de las quejas del chico de 22 años era que Macià estaba rodeado de aprovechados:

Desfile militar en una ciudad con edificios históricos al fondo y una multitud observando.

“El poeta Ventura Gassol fue el cantor de las canas del viejo exmilitar y de las lágrimas del llorón nacionalista[…]y se hizo más de un traje a cuenta del mañana gubernamental. Se ha hablado mucho de la bondad de Macià. Es un mito tal leyenda. Recibió importantes cantidades de América que las repartía entre sus aduladores. Quien no rendía culto a la vanidad del abuelo no percibía un céntimo. Podríamos citar el caso de un poeta —–Carner Ribalta— que se granjeó una secretaría por el simple hecho de haber dedicado unos versos al abuelo. Secretaría que presuponía pesetas. Pero los pobres diablos, que no se hallaban en este caso, se veían obligados a trabajar de peón y a mantener el equilibrio en un andamio”. 

Sirvan estas citas de “otros” compañeros de Macià, para ofrecer un barniz de realismo a la mitificación del personaje. Pero volvamos al día de Navidad de 1933. 

Nada más conocerse la noticia, miles de personas salieron a la calle. Macià era una especie de Dios en vida, en solo dos años no había dado tiempo a que el desgaste del poder hiciera mella en su reconocido prestigio. Su figura era elogiada también entre sus rivales políticos. 

El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, viajó hasta Barcelona para acudir al sepelio. Una enorme multitud se congregó el 27 de diciembre para dar el último adiós al president. 

A las 10.30 de la mañana, a hombros de ocho Mossos de Escuadra, fue descendido el ataúd por la escalera gótica hasta la puerta principal del Palau de la Generalitat. Una compañía del Regimiento de Infantería número 34 y la banda de música militar, entonaron el himno nacional. El ataúd fue portado por un armón de Artillería, con las plataformas y lados cubiertos con paños negros y las banderas nacional y catalana.

La marcha la abría un piquete de guardias urbanos en uniforme de gran gala. La banda de la ciudad y funcionarios del Estado, del municipio y Generalitat; todos uniformados; la seguían.

Tras ellos marchaba el armón con los restos de Macià y dándole escolta una sección del Estado Mayor del Ejército, además de la compañía de Infantería con bandera y música. Tras todos ellos, paseaba la presidencia oficial y un par de centenares de autoridades de todo ámbito. 

Desfile de carruajes tirados por caballos con hombres uniformados marchando a su lado en una calle concurrida.

La comitiva fúnebre, encabezada por el jefe del Estado, atravesó las Ramblas, el Arco del Triunfo estaba rodeado de cientos de miles de personas. La prensa habla de «un millón de almas», que veneraban la caja de roble claro sobre la que se había colocado la cuatribarrada.

Se inició un largo desfile que duró seis horas. Los focos de la ciudad se habían cubierto durante la noche de capuchones negros. El Gobierno había pedido que nadie trabajara ese día y que acudieran a despedir a Macià. 

Honores militares, música militar y un armón de Artillería para dar el último adiós a quien había sido soldado durante más de tres décadas y que colgó el uniforme, no por voluntariedad, sino por un Tribunal de Honor al que fue sometido por sus compañeros en 1907. Su aceptación de presentarse a las elecciones de ese año en las filas de Solidaridad Catalana, aunque fuera como candidato independiente, fue visto por sus compañeros de armas como algo intolerable. Detrás del Tribunal de Honor no estaban, probablemente, sus compañeros de empleo y cuerpo, sino el propio ministro de la Guerra. 

Lluís Companys asumió días después la presidencia de la Generalitat. Sus encontronazos con los miembros de Estat Català fueron sonados. La falta de entendimiento en la sublevación de 1934 acabó por rematar una más que complicada relación.

Por fin, en el verano de 1936, Estat Català abandonó ERC e, incluso, atentó contra Lluís Companys para acabar con su vida y hacerse con el control de la Generalitat en noviembre de ese año, cuando el Comité de Milicias Antifascistas había acumulado tanto poder que nadie estaba seguro en Cataluña. Pero esa es otra historia digna de ser contada…

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