Rey Felipe VI con uniforme militar saludando con la mano derecha en un fondo rosa con líneas negras.
OPINIÓN

Una defensa más bien escéptica de la Monarquía

Precisamente porque es absurda, la Monarquía se mantiene firme en una época en la que todos tienen soluciones para todo

La semanada pasada, parte de la Familia Real estuvo en Cataluña para la entrega de los premios Princesa de Gerona. Un grupo de procesistas de la ANC acudió a Lloret de Mar a protestar. Para el que no conozca la burbuja catalana, la ANC es una modulación política del Imserso y que está dirigida a una subespecie del boomer corriente como es el jubilado independentista.

Pero si la Monarquía ha sido protagonista durante estas jornadas, ha sido por la victoria de España en la Eurocopa. Más aún, por el macizo contraste entre la actitud dispensada a Pedro Sánchez y al Rey por parte de los jugadores.

Tanto en Zarzuela como en Berlín, Felipe VI tuvo un protagonismo sincero en las celebraciones. “Consiguió” incluso una fotografía por la que Pedro Sánchez - dicho sea objetivamente, sin acritud - habría suspirado:

Ante la victoria de España, muchos nacionalistas catalanes se cocieron en una olla de resentimiento que despierta la compasión. De paso, confirmaron que los dibujos de brocha gorda que se hacen sobre España no son otra cosa que una exteriorización fantasiosa de la envidia.

Por otra parte, y según informó OkDiario, los capitanes de la Selección dejaron claro que no querían reunirse con Sánchez ni hacerse fotos con él para no politizar el momento.

En esa decisión del equipo de capitanes palpita toda una filosofía política de un alcance insospechado. Intentaremos ahora dar cuenta de ella.

Un mapa al revés

Cuando se trata de la realidad, todo es aprovechable. En este sentido, la izquierda woke y el procesismo catalán presentan virtudes geográficas. Por méritos propios, incluso cosmográficas.

Su separación de la realidad es tal que han adquirido la forma de una imagen invertida de la propia realidad. De esta manera, uno se puede situar en el mundo escuchando solamente a la izquierda woke y al procesismo catalán. El procedimiento consiste en atender a sus posturas y aplicarles un factor de inversión del +-1. Es como llevar un mapa al revés y saberlo.

Como caso particular y compartido de este juego de espejos, se encuentra la Monarquía. La reacción que esta produce entre progresistas y procesistas es la de una completa incomprensión que toma la forma de un desprecio igualmente completo. Como subproductos, aparecen la burla, el complejo de superioridad, el victimismo, etc.

Ante la recurrencia del fenómeno monárquico, ni progresistas ni procesistas parecen estar dispuestos a considerar un análisis que ponga en duda sus teorías y no los hechos. Resuelta de un plumazo, la Monarquía se les presenta como un residuo del pasado que se superará cuando ellos puedan aplicar sus teorías.

No por casualidad, ocurre como con la Iglesia: dos mil años la preceden y ha visto desde emperadores romanos hasta revoluciones francesas, pero no se le juzgará por sus méritos fácticos. Por lo menos, el de mantenerse en pie durante dos mil y pico años.

Más todavía: su permanencia temporal no motivará la prudencia, sino el impulso de derribarla. Habida cuenta de los constantes intentos de derribarla, tal vez estos últimos sí sean un verdadero residuo del pasado.

Dime ¿Y tú que opinas?

Salvando las distancias, unas palabras del maestro Houellebecq sobre el conservadurismo político nos permitirán situar el asunto aunque sea por proximidad.

Precisamente por tratarse de una postura de “pobre contenido ideológico”, dice el escritor francés, “la actitud conservadora es tan poco comprendida”. La razón de fondo está en que “consciente de que su objetivo es la consecución de metas privadas, el conservador siente un rechazo instintivo por cualquier convicción política comprometida”.

Abonados al matiz, huelga decir que nuestra convicción política comprometida es la democracia. Lo que no es tan evidente es el fundamento de esta convicción política. En líneas generales, es la soberbia del racionalismo aplicada a la política. Es decir, que todo Dios tiene soluciones para todos.

Ese no sé qué de la Monarquía

Cuota en proporciones justas del reaccionarismo político, la Monarquía ha conseguido circular sin competencia entre el mundo moderno y democrático. Esto le otorga unas virtudes fácticas que trastocan cualquier teoría política que se apunta al reduccionismo salvífico de la democracia.

¿Cuáles son estas virtudes? En realidad, ninguna en particular. Listar sus presuntas virtudes sería entrar en el terreno de las soluciones y del espíritu talibán. Más bien, se trata de una característica que es indigerible para la soberbia racionalista: que es absurda.

Con esa prodigiosa capacidad para constatar evidencias como si fueran argumentos, la izquierda woke y el progresismo catalán nos dirán que la Monarquía es absurda (o que Israel mata a mucha gente; o que el CNI nos ha espiado; o que los inmigrantes se juegan la vida, etc.). Y, efectivamente, lo es: la monarquía es plenamente absurda. La arbitrariedad sucesoria no hay por donde cogerla. Ahí reside su encanto.

Ante el acoso de los convencidos, un ciudadano estándar- consciente de que su objetivo es la consecución de metas privadas, recordemos - pueda encontrar en la figura del Rey una escapatoria a la política. Más aún si el vaciado de funciones que ha vivido la institución le ha dado un aroma vagamente inofensivo.

De aquí que los jugadores se hicieran fotos con el Rey y no con Sánchez. En cierta manera, estaban a salvo.

➡️ Opinión

Más noticias: