Pere Aragonés con un traje azul marino, sonriendo

OPINIÓN

Aragonès descubre la sopa de ajo

Llevan más de diez años mareando la perdiz

Imagen del Blog de Xavier Rius La Puntita

Pere Aragonès se fue al día siguiente de la Diada a Catalunya Ràdio y admitió que “una DUI no serviría para nada sin reconocimiento internacional”.

¡Aleluya, president! Bienvenido al mundo real, al de los que tienen los pies en el suelo y la cabeza encima de los hombros.

Es lo más sensato que ha dicho usted desde que ejerce, a trancas y a barrancas, la presidencia de la Generalitat.

Pero déjeme decirle que podía haberlo dicho antes. No ahora que lo presiona la ANC. Ya lo sabía. 

De hecho lo sabían todos los que impulsaron la declaración unilateral de independencia en del 2017. 

No se lo oí decir cuando fue diputado en el Parlament (2006-2016) ni secretario de Economía (2016-2018) ni vicepresidente con Quim Torra (2016-2020).

Han estado mareando la perdiz todo este tiempo. Lástima porque los liderazgos sólidos nacen, a veces, de ir a contracorriente. 

Fíjese en Churchill que, antes de la guerra, estuvo diez años advirtiendo a sus compatriotas sobre los peligros del nazismo. Al final lo hicieron primer ministro con 65 años.

Además, usted se comprometió en su debate de investidura, hace ahora dos años, a “culminar” la independencia. ¿En qué quedamos?

Primer plano de Pere Aragonès cabizbajo y con rostro serio

Pero la responsabilidad no es solo suya. Todo el mundo sabe a estas alturas que la independencia es imposible. No solo por la falta de reconocimiento internacional.

También por la lógica resistencia del Estado. No se quejen: no quiero ni pensar como actuaría Estados Unidos o Alemania si Texas o Baviera proclamasen la independencia. Yo creo que los primeros les enviaban hasta los Marines.

La independencia no era posible porque, por decirlo sin ambages, más de la mitad de los catalanes no la querían. Basta repasar los resultados de las sucesivas convocatorias electorales.

En sus buenos momentos -con la ayuda inestimable de TV3- fueron dos millones de votos pero con un censo electoral de 5,5. ¿Qué hacemos con los 2,5 millones de catalanes que no estaban a favor?

¿Los escondíamos debajo de la alfombra? ¿Los encerrábamos? ¿Los expulsábamos? Y mejor no recordar que se hacía, en períodos funestos de la historia, con los indeseables.

La responsabilidad no solo es de la clase política (dirigentes de los partidos, consejeros, diputados, altos cargos, alcaldes, asesores).

Había igualmente una clase mediática que no paró de aplaudir o de echar leña al fuego. Me refiero a los Rahola, Sanchis, Antich, Barbeta, Álvaro. Alguno incluso ha acabado de diputado de Esquerra en Madrid. O enchufado en el CAC.

Incluso había palmeros institucionales como Carles Viver Pi-Sunyer, que llegó a ser presidente del Consell Assessor de la Transició Nacional. ¡Él que había sido vicepresidente del Tribunal Constitucional!

Plano medio del Presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès, con el puño en alto en un mítin de Esquerra Republicana

De palmeros ha habido de todos tipos: no solo mediáticos, sino también institucionales y profesionales. Intelectuales, juristas, historiadores, empresarios.

De hecho, incluso Puigdemont sabía que la independencia no era factible. Aquello que dijo en aquella fatídica reunión en Palau el 25 de octubre del 2017: “No me veo siendo presidente virtual, de un país virtual, en una sociedad anímica e institucionalmente devastada” (1).

Hay que decir que ha conseguido las dos cosas: ser un presidente virtual y una sociedad “devastada”.

Como cuando compareció en el Parlament aquel 27 de octubre, otro día trágico en la historia del parlamentarismo catalán, y proclamó la República de los ocho segundos.

Afirmó solemnemente que se echaba atrás porque había “diferentes iniciativas de mediación” a nivel “nacional, estatal e internacional”.

No era verdad. Fake news. Porque si hubiera habido alguna se habría sabido seis años después. Sondearon a algunos como el Centro Carter o el arzobispo Omella, pero todo el mundo se los sacó de encima.

El único fue el lehendakari Urkullu, que acabó harto de Puigdemont. Pero ya dijo Rajoy en su declaración en el Supremo que una cosa es hablar y otra “intermediar”. “Yo no estaba dispuesto a negociar”, manifestó aquel 27 de febrero del 2019.

Yo me lo creo. Ningún presidente aceptaría la intermediación de un presidente, una comunidad autónoma, para hablar con el presidente de otra comunidad. 

Por eso, bienvenido al club, president Aragonès, pero haberlo dicho antes. El daño hecho es irreparable. Y me temo que usted tampoco ha estado a la altura.