Fotomontaje con una imagen de fondo del Parlament y al frente Salvador Illa, Carles Puigdemont y Pere Aragonès
OPINIÓN

Ahora toca pasar página

El panorama electoral se precipitó con la negativa de los comunes a permitir la tramitación de los presupuestos

Desde octubre de 2022, Pere Aragonès ha venido gobernando con un apoyo parlamentario más bien raquítico de 33 diputados, de un total de 135. La abrupta salida de Junts del Govern dejó al Ejecutivo de ERC tocado, pero no hundido. Ante esa situación de evidente debilidad, lo más sensato hubiese sido explorar la vía para formar coalición con los dos partidos que el año pasado apoyaron los Presupuestos.

En algún momento, pareció que había posibilidades reales para reeditar un tripartito. Daba esa sensación porque tanto a los comunes, como a los republicanos y a los socialistas les interesaba el sí a tres bandas, es decir, aprobar los Presupuestos de Barcelona, de Cataluña y de España, unos gobernaban el Ayuntamiento de la capital, los otros la Generalitat y Pedro Sánchez podría seguir con la mayoría que le invistió. Sin embargo, los republicanos prefirieron llegar a acuerdos puntuales, antes que compartir poder

El panorama electoral se precipitó en Cataluña con la negativa de los comunes a permitir la tramitación de los presupuestos para este año. Esa situación cogió a Junts con el pie cambiado, obsesionados, como estaban, en capitalizar el éxito de la ley de amnistía y en los preámbulos de una dura negociación de los presupuestos generales del Estado para 2024. El adelanto electoral hizo modificar buena parte de los planteamientos políticos, tanto de los partidos catalanes como del propio Gobierno central, que renunció a presentar las cuentas para este año y todos ellos se marcaron como objetivo prioritario el 12M. 

El presidente de la Generalitat de Catalunya, Pere Aragonès, interviene durante una sesión plenaria, en el Parlament, a 5 de marzo de 2024, en Barcelona, Catalunya

Ahora, estamos a pocas horas de ejercer nuestro derecho a votar. Decir que estamos ante las elecciones más importantes es un tópico que, de tanto usarlo, se ha desgastado. Sin embargo, en esta ocasión es una gran verdad. 

Cuando este próximo domingo, los ciudadanos de Cataluña vayamos a las urnas, decidiremos entre seguir atascados, divididos y enfrentados, como lo hemos estado estos últimos diez años o, pasar página, mirar al futuro y encarar una etapa de progreso y concordia, donde la atención a las personas y al bienestar de los ciudadanos sean el eje vertebrador de todas las políticas. 

En Cataluña soplan vientos de cambio. Por mucho que algunos se empeñen en aferrarse a viejas entelequias, eso ahora son pantallas superadas. Ha llegado el momento de revalidar los grandes triunfos que logró el PSC en las últimas elecciones municipales del 28 de mayo y en las generales de 23 de julio.

Nacionalistas e independentistas siempre han considerado a los socialistas como el enemigo a batir. Sin embargo, el socialismo catalán ha tratado, a menudo, con demasiada benevolencia al nacional-independentismo y a su entorno ideológico más cercano.   

Esa situación no surge por generación espontánea. En opinión de prestigiosos historiadores, el nacionalismo hunde sus raíces en el carlismo del siglo XIX que, aunque derrotado por los liberales de la época, arraigó con fuerza tanto en el País Vasco como en Cataluña, evolucionando hacia el nacionalismo. 

Más tarde, ya con una democracia incipiente, el affaire Banca Catalana vino a trastocar lo que hubiera tenido que ser el normal desarrollo democrático y la recuperación de las instituciones catalanas que acabaron siendo monopolizadas por el pujolismo y estigmatizando al PSC.

Plano medio de Pere Aragonès y Salvador Illa sentados y dándose la mano

No es casual que, durante décadas, incluso a día de hoy, en la Cataluña interior, los socialistas sean considerados botiflers y ñordos. Ser socialista allí puede llegar a ser una conducta de riesgo en determinados momentos y lugares. Con los tripartitos de Maragall y Montilla parecía que la situación podía normalizarse, pero el exceso de ruido mediático, algunas acciones gubernamentales poco afortunadas y la crisis económica pusieron fin a aquella etapa de normalización y entramos en otra que, por el bien de todos, hemos de cancelar. 

Y en esas estamos. Ahora nos toca pasar página. Estas elecciones al Parlament son muy determinantes.

Hemos de decidir si se produce un cambio sustancial en el equilibrio político o continuamos atascados en lo que se ha dado en llamar la década perdida. Es decir, continuar con la agonía procesista que nos ha llevado a un callejón sin salida o ponemos el contador a cero e iniciamos una nueva etapa. 

En este contexto, es crucial que los partidos independentistas no sumen 68 escaños que dan la mayoría absoluta en el Parlament. Eso significaría que la probable victoria del PSC podría ser válida para gobernar y hacer factibles fórmulas de gobierno y/o colaboración que nos liberen de esa tela de araña en la que estamos atrapados y se pongan en práctica políticas de reencuentro, normalización institucional y recuperación económica.

Hemos de ser conscientes de que en esta ocasión tenemos la oportunidad de clausurar uno de los periodos más grises de nuestra historia democrática, recobrar la cohesión social e iniciar una etapa de bienestar y progreso que nos vuelva a situar como ciudadanos y como país entre los lugares con mejor calidad de vida y más desarrollados de Europa; lograrlo de nosotros depende.

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