La revolución digital ha cambiado muchos elementos de la sociedad. Todas las revoluciones tecnológicas han traído grandes cambios. No hay más que fijarse en la historia para ser conscientes de ello. Simplificando lo simplificable, la revolución lítica nos permitió empezar a desarrollar civilizaciones, junto al fuego, empezamos a poder mejorar nuestra alimentación y en consecuencia nuestro bienestar. La imprenta permitió la difusión de las ideas y del conocimiento, lo que alumbró más tarde las revoluciones industriales, que nos sacó de la vida con recursos limitados.
Hasta 1700 – 1800, al menos en el mundo occidental, vivimos con 1.000 dólares/año de PIB/cápita, en términos de paridad de poder adquisitiva (es decir, lo que nos permite comparar magnitudes al estar estas relativizadas). Estas últimas revoluciones tecnológicas, las tres industriales (máquinas de vapor, electricidad y electrónica), que dan lugar al marco económico y social que todavía hoy en día tenemos, han sido especialmente determinantes de nuestro día a día hoy.
La revolución digital, la que se produce al amparo de Internet y la introducción de los ordenadores, no es de menor calado. Algunos consideran incluso que es la más impactante de la historia. Sobre todo, porque ha producido cambios no solo en la cadena de producción (como ya lo había hecho la lítica o la industrial), sino también en los mecanismos de comunicación y de difusión de ideas (como ya había hecho la imprenta). Por lo tanto, creo que no estamos exagerando al afirmar que la revolución digital, la transformación digital de las organizaciones, la economía y la sociedad, es la revolución más importante. Especialmente, porque todavía no conocemos todo lo que puede llegar a producir.
El problema actual es que esta digitalización de la economía todavía no se contabiliza en el PIB. John Fernald, de la Reserva Federal de San Francisco, en un trabajo reciente de 2014, expone como las empresas que producen tecnologías digitales o las utilizan intensivamente han tenido un crecimiento mayor a las que no lo hacen. Georg Graetz y Guy Michaels, en otro trabajo reciente, exponen cómo la utilización de robots en plantas industriales incrementa la productividad y los salarios. En la era en la que el capital y el trabajo ya no son los factores más determinantes para el éxito, las tecnologías digitales, se constituyen en el factor de producción crítico, incrementando la Productividad Total de los Factores.
Pongamos un poco en contexto en estas cuestiones. Cuando pensamos en Occidente, hablamos de economías avanzadas en las que cada vez es más complicado diferenciarse por calidad (producción) y eficiencia (logística). Ahora, la ventaja competitiva viene de la experiencia. Y esto, no es otra cosa que el poder del consumidor ante el boom de información actual. Prestamos servicios que le dejan al consumidor un gusto, puede repetirlo, recomienda, etc. Es decir, las redes sociales, la confianza, la fidelización, se vuelven elementos críticos, y por ello cada vez veremos más importancia en el tema.
Estos intangibles que llevan a prestar mejor experiencia, los intangibles de las empresas líder de los que hablé, son difícilmente replicables. Aquí está la ventaja competitiva de las plataformas de las que hablaremos. Son organizaciones donde toda la compañía está alineada (Estrategia, Procesos, Operaciones) hacia el valor y la experiencia del cliente. Lo importante es que esta sea buena.
Así, el elemento más importante de esta revolución digital es la creación de redes de individuos a una escala nunca vista anteriormente. Las nuevas plataformas en red se asientan sobre tres tecnologías complementarias, que nunca antes en la historia habían confluido:
-Grandes volúmenes de datos
-Conectividad
-Capacidades de búsqueda, filtrado y localización
La combinación de estas tres tecnologías permite intercambios entre particulares que nunca antes se habían producido. Hasta la fecha, los economistas solían hablar de los costes de transacción de Ronald Coase. ¿Y quiénes son los directamente beneficiados de esta transformación tecnológica? Los consumidores. Un menor coste de transacción, una intermediación más directa, repercute en un menor precio y encima con posibilidad de enriquecerlo con un servicio más personalizado. Estas plataformas agregan la oferta, que por cuestiones de competencia, tienden a deflacionar los precios ante la misma demanda. Con Internet, los costes de transacción pasan a la historia. La información cada vez es más perfecta, la distancia geográfica se puede salvar, etc.
Estos menores costes de transacción, provoca que ahora cada uno de nosotros pueda optimizar nuestros recursos y activos, que hasta la fecha estaban infrautilizados. Esto lo hablamos cuando comentamos la economía colaborativa. Con un coste marginal muy bajo o incluso nulo, hace que no sea necesario producir más en proporción a la mayor demanda que eventualmente aparece con esta gran conectividad. Este fenómeno, también provoca cambios en el mercado laboral, tal y como ya adelanté en este artículo. Apostaría por un desplazamiento gradual hacia el trabajo independiente, siempre complementado por el trabajo asalariado. Las tecnologías digitales, y sus capacidades de conectar, facilta la puesta en contacto entre los trabajadores independientes y sus clientes.
Esta conectividad, al reducir los costes de transacción, hace que cada nodo de la gran red deba ganarse su popularidad para poder triunfar en este gran grafo de conexiones en el mundo. Ponemos nuestra reputación individual a bajo coste expuesta a todos. Esta diferencia es bastante importante. En Uber o AirBnB, conocemos la reputación del conductor o huésped. Pero cuando compramos un ordenador, nos fiamos de una marca, sin conocer quién o quienes son los responsables de su fabricación.
De nuevo, individualizamos la economía; las empresas pierden parte del sentido que tenían anteriormente con la presencia de costes de transacción. Este hecho hará que muchos sectores se “plataformicen”. Es decir, lo que hemos visto en el sector de turístico (TripAdvisor, Rumbo, AirBnB, Booking, etc.), en el de los seguros (Rastreator, etc.), en el del transporte (Uber, BlaBlaCar, etc.), etc.
A corto plazo, toda revolución tecnológica destruye empleo. A largo plazo, la pregunta correcta no es si seguirá habiendo empleo. Desde hace muchas décadas, la historia anula todos los pronósticos sobre la desaparición del empleo. La verdadera cuestión es si habrá suficientes empleos con salarios que la sociedad considere apropiados. Esto es lo que me lleva a pensar que el empleo se independizará, y habrá que desarrollar mucho las capacidades de autoempleo.
Sin embargo, siempre hay un pero a todo esto. No es otro que las desigualdades. En los países desarrollados, unos pocos están captando el valor de esta digitalización, siendo menos necesario el capital y el trabajo. Los países en vías de desarrollo se han desarrollado gracias a unas capacidades, que con la digitalización, ya no son necesarias. Los robots y la inteligencia artificial, serán sus nuevos rivales. ¿Aumento de las desigualdades? Probablemente. Piketty y su libro “El capital en el siglo XXI“, ya habla de mucho de todo esto.
La revolución digital, por concluir, se irá haciendo omnipresente, cada vez en más sectores, según vayamos siendo capaces de modelizar y codificar en un ordenador el valor añadido que hoy en día prestan profesiones aún no “digitalizadas”: médicos, abogados, profesores de universidades, etc. ¿Seremos siempre irremplazabales? Debate abierto.